Dra. Carmen Fabre “in memoriam”

Carmen era geriatra. Había nacido con una espina bífida, es decir una grave malformación de la parte inferior de la columna vertebral, lo cual determinó que sus piernas y pelvis estuviesen muy deformadas, así como una fuerte escoliosis (desviación de la columna). Por todo ello caminaba muy penosamente y con muletas. Para distancias largas, necesitaba una silla de ruedas. La habían operado un buen número de veces y sufría intensos dolores crónicos.

Todos estos graves problemas físicos no le impidieron estudiar y cualificarse: primero colegio, luego la facultad de medicina, luego la residencia en geriatría en el Clínico San Carlos de Madrid. Hizo guardias agotadoras, arriba y abajo del servicio de urgencias, como cualquier otra persona. Coincidí con ella en el hospital de Valdepeñas, donde trabajó un tiempo en medicina interna pero sobre todo en urgencias. Aunque no lo seguí muy de cerca, creo que se enfrentó con la dirección del hospital porque quería trabajar como médico clínico y no oxidarse en un despacho: sé que los tribunales le dieron la razón y ejerció visitando pacientes.

Conmigo fue una buena compañera, amable y colaboradora, educada y cariñosa. En alguna ocasión vino a comer a casa y era una excelente conversadora, también nos vimos algunas veces en la plaza. Desde que marché de allí en el 2009 no había vuelto a verla, aunque nos felicitábamos todos los años por navidad. Siempre la tuve en estima, admiraba la gran fuerza de voluntad que había puesto para superar todas las dificultades y convertirse en médico especialista. No me consta que se hubiese casado o tenido pareja, creo que su gran apoyo afectivo era su familia.

Ayer me enteré de que Carmen se suicidó en Agosto pasado. Ignoro los motivos pero, como en todos los casos, los respeto.  Lamento infinitamente no haberle dicho en vida lo mucho que la apreciaba y admiraba. No sé si el dolor le privó de la ecuanimidad. No sé si hubo algún problema que condicionase su decisión, le había perdido la pista personal hacía meses. Sólo sé cuánto me duele su pérdida. Sin embargo, estoy convencido de que está en una vida mejor, sin los padecimientos y sinsabores que conoció en ésta. Recuerdo a menudo las palabras de monseñor Romero: “como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección”. Aunque ignoremos por completo en qué consista.

Carmen, cuídate mucho y reza por los enfermos y por quienes les cuidamos, tú que en vida conociste tan bien lo que significaban las limitaciones.

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