Confesiones de un médico

Entiendo que esa es la pregunta clave ahora, en esta coyuntura nacional.  Dejé Uganda, un país pobre pero vibrante, que pelea día a día por sobrevivir y salir adelante, y regresé a España para encontrar un país deprimido y deprimente, instalado en la queja y el gemido, en echar las culpas a los demás de sus propios problemas: los bancos, las grandes empresas, los políticos. Soy consciente de que todos ellos tienen una gran parte de culpa y que hay numerosas opciones políticas que en nada ayudan, pero del mismo modo estoy convencido de que no iremos muy lejos si esperamos a que nos arreglen el país “desde fuera”, y mucho menos quienes nos han llevado a esta situación. Debe ser la sociedad civil, cada uno de nosotros, quienes intentemos hacer lo que buenamente podamos para salir del hoyo. Por eso considero relevante citar el artículo de Kenneth Iversjö aparecido en la revista de mi hospital, Infomédula, en el número 24 (octubre 2012). Otro día les contaré qué he aprendido sobre la reacción de Uganda ante la epidemia de SIDA y que mucho me ilumina al pensar en nuestro país y su crisis.

Kenneth –cercano hoy al mundo de la psicología, la programación neurolingüística y el “coaching” y antiguo paciente del HNP- titula su artículo “¿Crisis u oportunidad?” y en él relata cómo va tomando conciencia de la crisis, los sentimientos que le provoca y las alternativas que encuentra. Sobre las opciones y proyectos que considera interesantes, escribe:

 “Todos tienen varios puntos en común, impulsan a cada uno a asumir su responsabilidad individual y a aportar su granito de arena. La cooperación entre personas es una de las necesidades primordiales y una solución a corto plazo muy viable y también, proveniente del pensamiento sistémico, que todos los seres humanos estamos metidos en el ajo y que cualquier impulso individual y competitivo está abocado al fracaso. Sólo podremos salir de esto juntos, cooperando y fomentando nuestro pensamiento y comportamiento ecológico”.

Cada uno debe examinar su vida y preguntarse qué puede hacer él para arreglar este desaguisado, en colaboración con otros. Sólo así podremos superar la sensación de decepción e impotencia que percibo en mi país. No será instalándose en la queja y culpando a las instancias oficiales de lo que han hecho o hacen mal (aun cuando hay que intentar que no lo sigan haciendo y eso no es fácil) como este país recorrerá un camino de recuperación. No será quejándose de que “la ayuda oficial al desarrollo ha caído a los niveles de1981” como lograremos ayudar a quienes nada poseen, sino mirando qué podemos dar de lo nuestro para ayudar a ese desarrollo. Cuán cómodo resulta pensar y decir que es el Estado quien debe hacer las cosas. Pero cuando los Estados tal como hoy los conocemos no existían se construyeron los hospitales misionales, tal como el hospital de Kitovu, y se comenzó a atender pacientes, muchísimo antes de que el gobierno irlandés comenzase a colaborar con Uganda o existiese la agencia española de cooperación internacional. Fueron los católicos irlandeses (en un país por entonces todavía más pobre que ahora) quienes se quitaron de lo suyo para ayudar a otros.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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