“Dar … de lo que tiene y puede”
Cuando regresaba en el tren de la visita a mi anciana madre venía a mi mente esta parte de la “Contemplación para alcanzar amor” de San Ignacio. Al principio de la misma, en la cuarta semana de los ejercicios, advierte dos cosas: “La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. “La 2ª, el amor consiste en comunicación de las dos partes … en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene y puede …”.
Esta es hoy la realidad en mi familia: la mayoría de miembros dan “lo que tienen y pueden” en el cuidado de mi madre, en procurar su confort en esta última etapa de su vida. Con mayor o menor fortuna o facilidad, según el carácter, la historia personal, la relación previa con ella. Sin embargo, debo decir que no resulta fácil aceptar los ritmos de la vida, que se va acabando de forma gradual. Hago consciente que la vida humana tiene su propia dinámica, tanto al comenzar como al terminar, tanto al enfermar como al sanar, y debemos aprender a respetarla, no podemos forzar esas dinámicas, sólo acompañarlas lo mejor que sepamos. Creo que es bueno reconocer nuestras profundas dificultades para aceptar lo que son al fin y al cabo ritmos biológicos, tal vez viéndolos así podremos hacer más tolerables las pérdidas inherentes a la edad y la enfermedad.
También la definición ignaciana de “amor” es válida para las relaciones humanas de adultos: damos en ellas lo que tenemos y podemos, no siempre lo que la otra persona desearía, pero de nuevo chocamos con nuestra limitaciones, ya no sólo caracteriales sino inherentes al momento evolutivo de cada uno, a su propia historia de encuentros y desencuentros … comprender esto tal vez nos ayude a aceptar que las personas no nos dan todo lo que necesitaríamos o desearíamos, sólo lo que en ese momento pueden darnos. Fácil de escribir pero difícil de vivir, sobre todo en las relaciones personales a partir de una cierta edad, al menos en mi propia experiencia.
Tras estas reflexiones teórico-vivenciales, decirles que en el hospital seguimos recibiendo pacientes a pesar del cierre veraniego de plantas y camas, lo cual convierte la práctica en cuando menos complicada. Es difícil comprender las medidas que se toman, sobre todo si no se explican, y posiblemente aun si se explicasen: los criterios de gestores y clínicos son frecuentemente divergentes, incluso en sus supuestos éticos (suponiendo que los gestores dispongan de estos supuestos, imagino que sí pero desconozco dónde están formulados).
Así que aquí seguimos haciendo lo que podemos por los pacientes y esperando las vacaciones, en mi caso en el mismo lugar que hace un año, el Kitovu Hospital de Masaka, Uganda, desde donde espero poder escribir algunas entradas en este blog (si la conexión a internet y las caídas de tensión eléctrica lo permiten). Será mi cuarto verano consecutivo en un país africano (Sierra Leona, Zambia, Uganda) y cada estancia es mucho lo que me ha aportado. Habiendo sido venturosa para ambas partes mi colaboración del año pasado, decidí este año volver al mismo lugar.
Disfruten del verano en la medida de lo posible y recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.
El amor que se da en la etapa final hacia una madre convaleciente es incondicional, sincero, compasivo, no espera nada a cambio, tan solo se da….distinto al amor que podemos ofrecer en una relación personal que casi siempre limitamos nosotros mismos, victimas de nuestros miedos y sentimientos de culpa, lo que nos bloquea a ver que la otra persona no deja de ser espejo de nuestra propia realidad.
Ofrecer y dar lo mejor de uno mismo es lo único a lo que debemos de aspirar, estemos en la situación personal que estemos, que la otra persona necesite más o menos o no cumplamos sus expectativas no creo que se deba a una cuestión de edad sino de madurez y de consciencia.
A veces nos creemos menos de lo que somos, tan solo es cuestión de mirarnos al espejo y querernos un poquito más.
Con mis mejores deseos.