Confesiones de un médico

Espero poder ir desgranando reflexiones sobre mi mes en Uganda, ahora que dispongo de conexión a Internet rápida y segura: hubiese escrito más desde allí, pero no siempre era posible, aunque el último sitio que descubrí era razonablemente rápido y seguro: no dependía tanto de la corriente, debían tener un generador más potente. Tal vez esta dificultad en disponer de Internet es difícil de comprender desde aquí, pero da idea de las dificultades para, por ejemplo, realizar unos estudios avanzados: piensen en cuánto utilizan Internet en su vida cotidiana, profesional y académica. De acuerdo que no es imprescindible y que antes no lo teníamos, pero ahora resulta difícil trabajar sin esta herramienta. Pues en Uganda la conexión era precaria o tan cara que resultaba inalcanzable para muchos.

 Pero no era hablar de Internet el objetivo de mi entrada. Es imposible volver a España y no escuchar un día sí y otro también los problemas derivados de la corrupción. Y compararla con la que he conocido y escuchado en Uganda, también omnipresente en la prensa y en boca de la gente. Pero es una corrupción diferente, de pequeño calado, en absoluto de las sumas astronómicas de aquí. Es una corrupción que impregna la vida diaria, es difícil hacer un trámite sin que haya que pagar un extra al funcionario para que pueda realizarse. O para evitar una multa o ser extorsionado –de forma solapada o franca- por la policía, por cualquier motivo que parece nimio. Es algo aceptado que ocupar un cargo público da patente de corso para intentar aprovecharse económicamente. O es aceptado que en una obra varios sacos de cemento van a desaparecer, o medicamentos de un hospital, o combustible de la ambulancia. Es la pequeña corrupción de personas que son o han sido pobres.

Aquí no. Aquí ha sido la gran corrupción de personas que han gestionado mal la cosa pública. Muchos tal vez no se han enriquecido personalmente, al menos no de forma clara, pero sí han derrochado el dinero público. En el campo que yo conozco y sin moverme de esta comunidad autónoma, se han construido hospitales en casos innecesarios y en otros desmesurados, en su tamaño o en sus medios, sin contar para nada con la opinión de los profesionales sanitarios (así ha ocurrido con el nuevo hospital nacional de parapléjicos, al que pronto nos mudaremos). O aeropuertos. O autovías. Hemos vivido en un delirio de grandeza del que ahora pagamos las consecuencias. Cuando me preguntaban en Uganda si en España había corrupción, explicaba que era diferente y posiblemente todavía más grave, porque además no la ejercían quienes eran o habían sido pobres. Por lo que en mi opinión el delito es todavía mayor.

Hay otros muchos aspectos de la vida en Uganda que intentaré comentar, como la situación de los hospitales misionales, la gente que he conocido, la medicina que he ejercido … la mayoría de ellos más gratificantes e interesantes que la corrupción. Pero no podía dejar de escribir algo sobre ésta, también real y que me golpea al volver. Y me lleva a preguntarme –dado que no podemos cambiar el pasado- qué lecciones podemos aprender para el futuro.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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