Marzo, el mes de monseñor Romero (IV)

Un año después, retomo el reto de escribir sobre monseñor Romero, ese hombre que tanto recuerdo y que tanto me ha ayudado en mi historia de ser humano y de creyente. Y, casi como cada Marzo, me pregunto qué significa monseñor Romero hoy para mí, después de un año en el que he escrito poco (si quiere transmitirse algo que aspire a una cierta profundidad, hace falta un clima interior del que he carecido).

Curiosamente, me entero ahora que el actual Papa aprobó el 3 de febrero pasado su beatificación. Quizás esto sea importante, pero no creo que monseñor necesite ese reconocimiento: el pueblo que tanto lo quiso lo ha hecho mucho antes: a monseñor se le recuerda en romerías, está presente en fotos y estampas en innumerables domicilios, y su recuerdo y presencia iluminan el caminar de millones de creyentes: ¿no es ese tal vez el mayor reconocimiento?

Monseñor sigue transmitiendo luz y esperanza –tal como hiciese en su torturada patria en sus días- a muchos de nosotros, que con más o menos acierto intentamos vivir en pro-seguimiento de Jesús. En una sociedad española profundamente ideologizada–en contraste con lo que se había creído el fin de las ideologías-, es bueno recordar que Romero sólo creyó en la ideología de la compasión, el perdón, la justicia y la misericordia. Y contemplarle como un hombre que vivió con una coherencia intensa entre doxa y praxis. Monseñor fue un hombre que decía cómo había que vivir para que la vida fuese según Jesús, pero no sólo lo decía, también lo hacía. Por ejemplo, siempre fue misericordioso con los pobres reales, los sin techo de las calles de San Salvador y de las ciudades donde vivió, con los niños limpiabotas de la calle. No se quedó en denuncias sociológicas, sino que intentó facilitarles la vida en lo que pudo, con actos sencillos y concretos, tales como habilitar locales eclesiales para que pernoctasen. Son no pocos hoy los que nos dicen cómo hay que tratar a los pobres y a los inmigrantes sin papeles, pero jamás se han acercado a ellos; o que dicen cuán injusta es la sociedad, pero no dan un céntimo de su propio bolsillo. La denuncia sin praxis real no deja de ser un fariseísmo (aunque sea fariseísmo “de izquierdas”), y no fue ese el estilo de monseñor Romero (ni de Jesús, creo).

Siempre le contemplo como un hombre de profundidad espiritual: un hombre de oración constante, siempre examinando en la oración y a luz de la Palabra de Dios los hechos cotidianos de la realidad que le tocó vivir. No creo que de otro modo hubiese podido sobrellevar una época en muchos aspectos tan terrible, con tan alto nivel de violencia, y ser capaz de vencer sus miedos naturales. Eso me lleva a preguntarme si no hay en nuestra sociedad demasiado ruido. Me pregunto si el bombardeo constante de la era digital no dificulta el silencio interior necesario para encontrar respuestas a los problemas que tenemos.

Finalmente, siempre pienso en Romero ante situaciones de violencia actuales; no necesariamente tan extrema como la que él tuvo que afrontar, pero violencia al fin y al cabo. Como he dicho muchas veces, su actitud fue radicalmente anti-violencia. La única violencia que aceptaba era la que uno se hacía a sí mismo para un pro-seguimiento que podía acabar trágicamente, cuando el instinto de supervivencia le empujaba a un lado y el compromiso cristiano con la causa de su pueblo le llevaba por otro. Podía comprender que la violencia insurreccional fuese reactiva a la represión, pero ese no era su camino porque no fue el camino de Jesús, ni era el camino que iba a llevar a una paz duradera en El Salvador (ni posiblemente en ninguna otra parte).

Sólo desde las convicciones profundas de un hombre de fe, desde una decisión renovada día a día por recorrer un camino de misericordia, pudo Romero llamar a los asesinos de Rutilio Grande “hermanos criminales”, decirles que les quería y que pedía el arrepentimiento para sus corazones, todo ello con el cadáver de su amigo Rutilio todavía caliente. Cuando haya hechos que nos indignen y quizás nos llenen de ira, tal vez sea bueno recordar esa actitud de monseñor y que resuenen en el interior de cada uno sus palabras en el funeral del Padre Grande.

 Espero escribir alguna cosa más a lo largo de este mes. Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

One Response to “Marzo, el mes de monseñor Romero (IV)”

  1. Me identifico con este artículo, bien es cierto que San Romero de América no necesita milagros certificados, pero si conviene que la Iglesia universalice el culto…

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