La muerte, cuando no se la espera

 El suicido del copiloto del Airbus alemán con 150 pasajeros dentro nos encara con el espanto. Nos obliga a hacer frente a la muerte trágica e inesperada, que corta de raíz una vida que cabía esperar larga (los bebés y gente joven del pasaje, los adolescentes alemanes). ¿Quién de ellos pensó que iba a morir cuando tomó el avión? Imagino que nadie, salvo, quizás, el malhadado copiloto. Pero así es la vida, así de frágil en su belleza, así de trágica a veces. He tenido que afrontar este hecho muchas veces en mi vida como médico, atendiendo accidentados, muertes súbitas, suicidios … sin nada que decir a los familiares cuando tienes que dar la noticia: que la persona tal vez más querida ha marchado definitivamente de su lado. En ese momento en que no hay consuelo, en que por más que nos digamos a nosotros mismos que en el mundo del espíritu no hay despedidas y que Dios camina y sufre con nosotros, el dolor es tan grande que parece insoportable, como una herida extensa a la que le arrancas un apósito que se ha pegado. Aunque luego, con el tiempo, ese dolor se atenúe.

Ignoro cuál es la tarea de los psicólogos y educadores en esta tesitura (ahora hay psicólogos en todas las situaciones y condiciones, en todos los momentos y lugares): por mi parte y como médico, cuanto antes los niños y jóvenes comprendan que la vida es así de frágil, mejor. Cuanto antes se les explique que la muerte es compañera de la vida, que es la forma natural de terminar la vida (aunque a veces ocurra mucho antes de lo previsto e irrumpa de forma trágica e injusta), mejor. Cuanto antes conozcan que los organismos vivos enferman y mueren, se deterioran y padecen, mejor, porque así antes intentarán comprender qué es lo importante y qué lo accesorio, qué lo fundante de las personas y qué lo que desaparece. Esto se debe decir y se debe explicar: se debe hablar de la muerte y la enfermedad en las escuelas y se debería reflexionar sobre ella, porque salimos de casa por la mañana pero no podemos asegurar que vayamos a volver al mediodía.

La mayoría de pacientes de mi planta sufrieron los problemas que los han dejado en una silla de ruedas (la mayoría de forma definitiva), y en algunos casos conectados a un respirador, de forma aguda, en algunos casos híperaguda, en cuestión de minutos o segundos, sin tiempo para asimilar lo que les iba a ocurrir, sin aviso previo. Porque así es la vida y así ocurren muchas enfermedades. Luego viene intentar habitar la situación en la que la enfermedad nos coloca o, en el caso de la muerte, convivir con la ausencia. Buscar un sentido en el absurdo y en la desesperación, tal como hizo Samuel Beckett después de recibir la puñalada y, al preguntale al agresor por qué lo había hecho, recibir aquella contestación: “no lo sé, señor, lo siento”. Cuando uno se adentra en la negrura y grita, como Jesús, “Díos mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Recemos por los enfermos, por quienes los cuidamos, por las familias que han perdido a su gente querida en ese accidente tan cruel. Que las familias sientan la cercanía y el apoyo de muchos. Y que recuerden que, incluso en la más profunda negrura, el Espíritu de Dios nos acompaña siempre, aunque eso parezca no dar ningún consuelo.

2 Responses to “La muerte, cuando no se la espera”

  1. Mucho me ha gustado este post, mucho.
    Comentas que ahora hay psicólogos en todas las situaciones y condiciones. ¡Ojalá hubiera en tantos sitios por donde campa la sinrazón!

  2. Son muchas las reflexiones que me vienen respecto a tu Post y respecto a esta catástrofe a la que llevo unos días dándole vueltas ya la que dediqué también un espacio en mi blog.

    No se si fue precipitado que se hablara del estado psicológico del copiloto por el daño que esto supone para esos afligidos familiares. El daño cuando es intencionado es doble. Aún hay que seguir buscando causas y creo que no se debe de hablar sin conocimiento de causa de las “enfermedades mentales” y mezclar el “síndrome de bournout” con el síndrome depresivo y las frustraciones con la psicopatologia.

    Estoy haciendo un seguimiento de la catástrofe y me llama la atención como a “toro pasado” todo se explica fácilmente. ¿Cómo es posible que si algunas personas del entorno del copiloto sabían de sus crisis e inestabilidad callaran dejando que siguiera trabajando en esas “supuestas” condiciones y más cuando parece que había advertido que algo “grande” iba a suceder.

    De otra parte, a pesar de que sé que hay cada vez más equipos formados en catástrofes, a veces siento también que en la muerte no debían de intervenir tantas personas sino dejar que el duelo siga el cauce que siguió siempre cuando no había psicólogos ni psicofármacos. Yo suelo, irónicamente, emplear esta frase : “ahora los duelos se tratan con prozac”

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