Reflexiones “desde el otro lado”

El ejercicio de la medicina no siempre es sencillo: tratamos enfermedades a veces incurables, hay que dar malas noticias, afrontamos una demanda ilimitada con medios limitados y no pocas dificultades … Sin embargo, todo cambia cuando nos ponemos en el lugar del otro, cuando cambiamos el papel, cuando el sanitario pasa de ser cuidador a cuidado, de médico a paciente. Entonces se comprenden muchas cosas, por ejemplo la importancia de la calidad en el trato humano, de la amabilidad, de la disponibilidad … y que la medicina sólo puede entenderse desde la compasión y la solidaridad. Si despojamos la praxis médica de todo aquello que la enturbia (dificultades institucionales, profesionales y humanas, contextos sociales y económicos), volveremos al amor primero, a lo que nos llevó a desear ser médicos, en los tiempos de estudiante, cuando todo parecía posible: ayudar a los demás con nuestro trabajo, la medicina entendida como servicio, el conjugar vocación y profesión. Aunque más tarde, tras reveses profesionales y personales, aquel amor se difuminase.

Quizás haya quien piense que esto no es posible, que estoy hablando de una medicina irreal, en tanto que todo ocurre en un contexto social, político e histórico determinado, y que esa medicina vocacional no es viable hoy en día. Sin embargo, a veces algo pasa en la vida que nos zarandea y nos hace replantearnos cómo vivimos y lo que hacemos, en los sanitarios esto suele ser el enfermar, bien uno mismo o una persona querida. En ese momento dejamos la barrera y bajamos a la plaza, ya no somos nosotros quienes damos las malas noticias, sino que nos las dan; ya no es a nosotros a quienes necesitan, sino que somos los necesitados; no quienes intentamos calmar los dolores, sino quienes tienen dolor.

Suele ser muy instructivo convertirse en paciente de tanto en tanto para recuperar esa visión idealista de la medicina, o al menos para bucear en el interior y preguntarse dónde queda la empatía: esa capacidad de ponerse en lugar del otro y ver la realidad “desde el otro lado”. Entonces la medicina vuelve a verse no ya como una rutina, un simple oficio, sino una manera de acompañar a nuestros semejantes en el camino duro y real de las pérdidas que acontecen a lo largo de la vida: de capacidades, de funciones, de recursos … hasta la última pérdida, la de la vida. E intentar que sean vividas de la forma más sana posible, sin dramatismos, con la aceptación serena de quien agradece lo que tuvo, aunque ahora ya no exista. En el fondo, esa es mi tarea como sanitario, y me hago estas reflexiones cada vez que soy yo mismo quien ha de esperar a que le reciban en la puerta de una consulta, engrosar una lista de espera quirúrgica o tragar saliva antes de entrar en un quirófano, desnudo bajo una sabanilla, preocupado y vulnerable.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

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