Ejercer la medicina: compasión, solidaridad y profesionalidad

Tras más de treinta años como médico, he experimentado en incontables ocasiones que el ejercicio de la medicina se basa en tres componentes: compasión, solidaridad y profesionalidad. Sin ellos, no entiendo esta profesión/vocación. Y hay que intentar que los tres se complementen y compensen, a riesgo de no ser un buen médico.

Compasión y solidaridad tienen una fuerte relación con eso que llamamos empatía, aunque no son lo mismo: manejan más variables y exigen una mayor profundidad personal, que no entiendo sin una relación con la fe (o al menos una visión trascendente de la vida). En el fondo son elementos bastante sencillos, se condensan en la premisa evangélica “Haz a los demás aquello que quisieras que te hicieran a ti: eso son la Ley y los Profetas”. El médico debe preguntarse ¿cómo me gustaría que me tratasen a mí si me ocurriese esta enfermedad, si me encontrase en la situación de mi(s) paciente(s)? ¿cómo me gustaría que tratasen a mi padre, a mi madre, a mi hijo, si estuviese en la cama en vez de este paciente? ¿qué haría yo entonces? Sin compasión y solidaridad no hay buen ejercicio de la medicina. Cuando se ponen en juego esas dos cualidades, entonces dejamos de ver y de referirnos a los pacientes (sobre todo si son ancianos) como “puros” o “clavos remachados”. Los de ustedes cuyo trabajo se halle en el mundo sanitario estarán cansados de escuchar esas expresiones en los servicios de urgencias, en las salas de hospitalización; es una triste manera de referirse a los pacientes, sobre todo si son ancianos y no cabe esperar mejoría. Entonces parece que molestan, que ojalá no estuviesen allí, que no importa lo que se haga porque no se puede hacer nada con ellos. Olvidando así que detrás hay un ser humano cuyo sufrimiento hay que aliviar y que, cuando no se puede curar (que es la inmensa mayoría de las veces), siempre se puede cuidar. El sanitario que habla así, que se refiere a los pacientes como “puros”, debe preguntarse si le gustaría que se tratase así a su madre, a su padre, a su hijo.

En último extremo, si se ejerce sin compasión ni solidaridad, se acaban utilizando fármacos para acortar la vida, se dice que para acortar el sufrimiento, pero muchas veces eso es una gran mentira: simplemente no se quiere que esa persona esté allí, y punto.

Soy consciente de que la medicina se ejerce muchas veces en situaciones sumamente difíciles, sobre todo en los servicios de urgencias y en las consultas de atención primaria; sin embargo, eso no justifica la falta de compasión y de solidaridad, más bien aumentarlas suele ayudar a sobrellevar el trabajo y evitar el burnout profesional.

Después de las dos cualidades humanas, viene la profesionalidad. Supone cumplir los horarios laborales. Mantenerse al día de los avances científicos y técnicos. Manejar correctamente los fármacos y las pruebas diagnósticas, de una forma juiciosa y razonable/razonada. Ejercer de acuerdo a la evidencia científica existente, sin malgastar los recursos que existen (limitados, aunque gestores, sanitarios y usuarios se empeñen en ignorar esa realidad). Sin una buena profesionalidad (que muchas veces se supone pero que sin embargo no aguantaría una escrutinio imparcial), tampoco hay ejercicio posible de la medicina.

He querido compartir estas sencillas reflexiones con ustedes porque echo de menos compasión, solidaridad y profesionalidad en el hospital donde trabajo, donde recibimos pacientes cada vez más mayores y deteriorados, como no puede ser de otra manera (ejercemos en una sociedad que envejece). Como he dicho en otras ocasiones, tras los diversos naufragios de mi vida, han sobrevivido el cristiano y el médico, y la medicina tiene para mí una importancia capital. En África comprendí que no era lo mismo una medicina pobre que una “pobre medicina”, y en este primer mundo he encontrado en muchas ocasiones una pobre medicina aun contando con medios técnicos innumerables. Triste paradoja.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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