“No matarás” (Ex 20, 13)

Muchas veces pienso escribir sobre asuntos más relacionados con mi profesión, generalmente no faltan, pero los acontecimientos me hacen elegir otros temas, sobre los que escribo como ciudadano y como cristiano. De ahí la entrada de hoy.

Durante 40 años, ETA y sus adláteres asesinaron, extorsionaron, secuestraron, torturaron, difamaron, calumniaron y amedrentaron. Y sectores de la sociedad vasca (políticos, cocineros, deportistas, escritores, profesores universitarios, docentes de colegios e institutos) y de la iglesia vasca (curas párrocos, religiosos y religiosas, laicos) callaron cobardemente, miraron para otro lado, o todavía peor, justificaron y comprendieron. No sólo eso: se escandalizaban de las violaciones de los derechos humanos en Nicaragua, en El Salvador, en el cono sur, mientras las que ocurrían en su ambiente, contra sus prójimos, les traían sin cuidado. Con todo ello, se hicieron cómplices por acción u omisión de uno de los peores pecados que puede cometer el ser humano: quebrantaron el 5º mandamiento de la ley de Dios, “no matarás”, quizás el más fundamental de todos, el más básico, fontal en todas las religiones, porque si no se respeta la vida humana, todo el resto de mandamientos quedan sin valor. Esto lo habían dicho Jesús (que adoptó una postura no violenta incluso en la cruz), todos los profetas y todos los hombres de Dios, entre ellos monseñor Romero: “nada hay más sagrado que la vida humana, que la persona humana”. Eligieron no escucharles, aun cuando muchos de los asesinos y sus cómplices decían creer en el nazareno. Así me lo contaba un jesuita ya fallecido, Jesús Iturrioz: antes de un asesinato había etarras que iban a confesarse, y había sacerdotes que les daban la absolución por anticipado. No lo he visto personalmente, pero aquel hombre serio y profundo no tenía por qué mentirme. Sí he vivido en carne propia, en la basílica de Loyola, en mis tiempos de estudiante jesuita, el silencio que se guardaba ante los asesinatos de los policías, militares, guardias civiles y políticos. Estos oídos que se acabará comiendo la tierra escucharon el “algo habrá hecho”, “debe ser de los que mete la droga”. Y estos ojos que también acabarán en la tierra han visto, en un fuego de campamento de un colegio de los jesuitas vascos, escenificar una rueda de prensa de ETA, con los muchachos y sus monitores encapuchados, y el resto del grupo riéndoles la gracia. Como forma de expresar mi disgusto y mi desacuerdo, desde el año 1985 sólo he vuelto en una ocasión a esa tierra que tanto quise, y no creo que regrese jamás, porque no puedo estar de acuerdo con un pueblo que hizo y dijo esas cosas.

Por eso hoy, cuando los asesinos escenifican una fantasmal entrega de armas, cuando los políticos se fotografían al lado del criminal de Otegui, cuando hay quien dice que es mejor olvidar, pasar página, no quiero dejar de aportar estas líneas, y recordar que una sociedad que no honra a sus víctimas y desprecia a los verdugos no tiene fundamentos justos ni cristianos. Quizás haya que acostumbrarse a esta nueva situación, pero entiendo que somos muchos los que no dejaremos de denunciar que, aun cuando había medios políticos para defender las ideas, aun cuando había cauces legales, se eligió matar y secuestrar. Y no se mató y secuestró a cualquiera (como en la sociedad salvadoreña no se persiguió a cualquiera, sólo a una parte, la que reivindicaba una sociedad más justa, como señala monseñor en su discurso de aceptación del doctorado honoris causa de Lovaina): en el País Vasco tras la transición se persiguió casi exclusivamente a los no nacionalistas, a los llamados españolistas, a todos aquellos que no apoyaban una sociedad exclusiva y excluyente, a los que “no eran de los nuestros”. Es una página triste y oscura de nuestra historia contemporánea, que no se justifica en absoluto aludiendo a la represión franquista, a las torturas en las comisarías, a la ausencia de libertades; más que nada porque la violencia se ha prolongado mucho más tiempo que aquellas situaciones, porque fueron muchos ciudadanos (los realmente valientes, porque disparar a la cabeza y poner una bomba lapa es cobarde) los que denunciaron aquellos hechos cuando había que hacerlo de forma pacífica, sin recurrir a la violencia; y porque justificar la violencia como respuesta a la violencia (“ojo por ojo, diente por diente”) no es cristiano, no fue el camino de los profetas bíblicos ni de Jesús, y en último término acaba llevando a la destrucción. Recordar hoy todo esto, sin ira pero con firmeza, es hacer memoria de nuestra historia más reciente, y lo considero un deber cívico y moral.

Hay cosas que aprendimos de niños, como la confesión de los pecados que describía el catecismo. Lo recitábamos de carrerilla, sin comprender la profundidad de lo que decíamos. Así, aprendí que los pecados se reconocen, uno se arrepiente de ellos, pide el perdón de Dios y decide –aunque luego las fuerzas le abandonen y vuelva a obrar mal- no pecar más. Con ello se alcanza la reconciliación. De niños nos confesábamos de cosas que ahora nos parecen tonterías, nos hacen sonreír. Más tarde comprendí que el pecado es aquello que produce la muerte del hombre (también lo expresa así monseñor Romero en el discurso que cité antes): la muerte del que lo comete y la muerte del prójimo (como él señala, la muerte rápida de la represión y la muerte lenta de la falta de justicia, la muerte que producían el hambre y el analfabetismo en El Salvador en sus días, y que yo vi personalmente). Creo que podemos afirmar que en el País Vasco se ha pecado y no podrá haber reconciliación si ese pecado no se confiesa, se reconoce y se pide perdón por él. No es ese el camino que las fuerzas políticas vascas –salvo el PP y Cs- han emprendido y no es ese el camino menos violento que nos llevará a la salvación.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

One Response to ““No matarás” (Ex 20, 13)”

  1. Espléndido comentario. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Eres muy valiente con tu escrito y sobre todo con tu sinceridad. Gracias

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