Uganda, Cataluña: el final de dos viajes.

Ayer regresé de Uganda, cansado tras un viaje de 24 horas que significó una larga escala nocturna en el aeropuerto de Dubai, una obra magna de ingeniería y lujo que contrasta con lo incómodas que son las sillas de plástico y lo duro que es el suelo. Atrás quedó el Kitovu Hospital y todos los momentos allí vividos. Me resultó imposible escribir más desde allí: la conexión a internet resultaba difícil o funcionaba con tal lentitud que resultaba inviable. En estos primeros momentos tras mi regreso, no puedo quitarme de la cabeza los rostros de pacientes que dejé esperando la muerte, dado que no existen los medios para tratar sus enfermedades o, aun existiendo, no pueden costearlos. Esto es algo que he ido aprendiendo en cada estancia, a trabajar en la aceptación de una realidad que resulta muy difícil de digerir.

Sin embargo, no todo han sido enfermedades intratables: he conocido gente interesante –casi siempre ha sido así, es frecuente en el tercer mundo-, y creo que a los médicos en formación con los que trabajé les han sido de utilidad algunas reflexiones clínicas que expresaba en voz alta durante el pase de sala. En todas mis visitas he intentado transmitirles el mensaje de que puede intentarse hacer una buena medicina clínica en un contexto de recursos escasos, demasiadas veces la excusa para practicar una pobre medicina (que no es lo mismo que una medicina pobre, como he ido aprendiendo). Me he hecho de nuevo consciente de los graves problemas que afectan a los hospitales misionales (aun trabajando siempre en el mismo, he hablado con bastantes personas y la pintura es muy similar), enfermos de una crisis de identidad de la que no estoy totalmente seguro sean conscientes; también he podido pulsar el momento social Ugandés, sumamente complejo, aunque es indudable que el país es actualmente más estable que los del entorno, y hay datos de una situación económica en mejoría con respecto a la de mi primer año (aun cuando, como típico país del tercer mundo, cuánto dure esa estabilidad es una incógnita). Dios mediante, en entradas sucesivas iré desgranando más datos y detalles de mis días en Kitovu.

Mi viaje, como todo en la vida, acabó, y el regreso supone -incluso tras estancias tan cortas como la mía- el siempre costoso y acelerado reencuentro con un mundo cuyos medios (carreteras, posibilidades, comodidades) son casi antagónicos al que uno deja atrás. Seguí la evolución del día en Cataluña y en España en boletines de la BBC, que podía leer en la pantalla del asiento del avión, y luego, como la mayoría, en radio, ediciones digitales de los periódicos y televisión. Y así conocí que el viaje de la Cataluña que conocimos y a la que muchos quisimos ha terminado: una parte significativa de la sociedad abierta y próspera con la que convivimos, tras treinta años de manipulaciones y falsificación de la historia, por inacción y omisión de los diversos gobiernos, se ha convertido en una sociedad totalitaria que odia a España y a lo español, que ha decidido incumplir la ley y dinamitar las normas de convivencia, sin importarle su propio futuro ni el del país entero, arengada por personas malvadas e irresponsables, con las que ya no queda diálogo posible. Este viaje comenzó posiblemente alrededor de las olimpiadas de Barcelona (yo estaba ahí), pero no nos dimos cuenta hasta hace unos pocos años de cuál era el destino final. Pensábamos que se detendría por el camino; ahora, ya tarde, la realidad nos demuestra que nos hemos equivocado. También se ha dado cuenta este gobierno, que quizás por ello esté herido de muerte.

Por eso, desde la tristeza y la preocupación que da saber que parte de mi familia está ahí y sufre las consecuencias de lo que parecía una comedia y ha devenido en tragedia, voy a continuar la metáfora médica que esbocé en una entrada anterior. El tratamiento quirúrgico del miembro gangrenado es irreversible. En la cirugía, siempre cruenta, se vierte sangre y es un procedimiento sumamente traumático, que deja secuelas y del que cuesta recuperarse. Además, no basta una fina hoja de bisturí, se precisan instrumentos mucho más contundentes, como sierras y tijeras. Aunque existan técnicas anestésicas, no es una intervención enteramente indolora, requiere medicamentos potentes en el posoperatorio y el pronóstico es siempre grave e incierto. ¿Y si no se realiza la amputación? En ese caso la infección se extiende por todo el organismo y compromete seriamente la vida del paciente, en este caso nuestro país entero.

Traduzca cada uno como desee esta metáfora en términos reales. Este es un momento grave para  nuestra patria, en el que cada uno podemos preguntarnos qué debemos hacer. En mi caso, atender a los enfermos lo mejor que puedo y sé, y aportar mis reflexiones por si a alguien puedan interesar; firmar todos los manifiestos posibles a nuestros gobernantes (en apoyo a las fuerzas de seguridad, pidiendo la disolución de los mozos, la aplicación del artículo 155, la prisión para los sediciosos que nos han llevado a este penoso momento) y rezar. Rezar para que Jesús nos ilumine a cada uno en este instante doloroso de nuestra historia, que muy pocos podríamos prever, cuando parecía quedar atrás el periodo trágico del terrorismo vasco y lo más agudo de la crisis (aunque incompletamente, porque los verdugos campan a sus anchas y las víctimas son cotidianamente vilipendiadas). Para que nos dé valentía, paciencia, generosidad y esperanza para lo que pueda venir, que preveo no va a ser nada fácil. Quizás se acerquen momentos de prueba para cada uno, habrá que recordar a monseñor Romero y acudir a “la trascendencia, que mira ante todo a Dios y sólo de Dios recibe su esperanza y su fuerza”.

One Response to “Uganda, Cataluña: el final de dos viajes.”

  1. Desde luego , los ciudadanos no nos merecemos tanta incompetencia. Pero hay q tener ánimo y esperanza, España está acostumbrada a superar periódos muy duros. También superaremos éste.

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