Psicopatología, maldad y cirugía (I)

Quiero de veras pensar que esta será mi última entrada sobre la realidad nacional que nos ha tocado vivir estas semanas, pero no quiero dejar de compartir pensamientos y sentimientos que estaban latentes y se han concretado en estas fechas. Ahí van.

Los que han fabricado todo este conflicto ¿están locos o son malos? Muchas veces nos encontramos con personas que perpetran actos perversos, y puede venirnos a la cabeza esa pregunta. Estoy seguro de que muchos de ustedes han encontrado seres así durante la vida: un familiar, un compañero de trabajo, un directivo o gobernante … seres que producen dolor de forma consciente y deliberada, intentando dañar lo máximo posible. Ninguna de las dos respuestas a esta pregunta es venturosa: si son malos, mejor apartarse; y si están locos, cuidado, porque la enfermedad mental produce sufrimiento a todos: a quien la padece y a su entorno.

Porque lo triste es que con un demente no se puede hablar: participar en el delirio, intentar mantener un diálogo, puede conducir al interlocutor a perder la razón, a dudar de la propia adecuación a la realidad. La etimología de la palabra “diálogo” es muy sencilla, “a través del conocimiento, a través de la palabra”: es la comunicación entre dos personas/seres racionales. Eso presupone que se emite un discurso coherente, dentro de unos marcos lógicos. También que hay una voluntad de encuentro, de entendimiento, lo cual elimina radicalmente el empleo de mantras y de dogmas, no puede dialogarse con una persona dogmática, el dogma se acepta o se rechaza, no se dialoga sobre el mismo.

Estas reflexiones, obviamente con Cataluña como trasfondo, apuntan al absurdo de haber pretendido dialogar con quien había roto todos los requisitos previos, con quien hace décadas ha anatematizado a quien no pensaba unívocamente, que ha pervertido las palabras (han llamado a la verdad, mentira, y a la mentira, verdad); que ha deformado la historia propia y la ajena, y ha inoculado el virus del odio y el desprecio en generaciones de niños y jóvenes, de modo que ha generado centenares de miles de tarados, a los que ha convencido de que eran diferentes (léase superiores), una élite que no debía compartir su destino con “los que no son de los nuestros”. Se ha engendrado una sociedad escindida entre “nosotros y ellos”. Con quien ha proclamado el carácter pacífico del “pueblo catalán” (terminología que se ha apropiado) mientras intentaba comprar fusiles de asalto y balas ¿Malos o locos?

Así, se ha fabricado un becerro de oro llamado independencia, para el que todos los sacrificios y holocaustos están justificados. Se ha hecho sentir a los no independentistas extraños en su propia tierra, forasteros en su propia casa. Los catalanes segregacionistas han instilado el miedo en el corazón de sus conciudadanos, la desconfianza entre familiares, amigos y compañeros de trabajo; han indoctrinado a poblaciones enteras en el convencimiento de que había que segregar a parte de la población, no por el color de su piel, sino por la lengua que hablaban o porque sostenían opiniones diferentes. En la adoración al becerro se podían violentar las leyes, ignorar las normas de funcionamiento de un Parlamento, prostituir los procedimientos y arrinconar a los políticos no afines, retorcer los reglamentos hasta hacerles decir lo contrario de lo que determinaban, insultar impunemente acogiéndose a lo que llamaban “libertad de expresión”. ¿Locos o malos?

Todos los valores se han trastocado: en vez de dedicar el dinero público a mejorar la vida de los ciudadanos con inversiones ajustadas y racionales en sanidad, en obras públicas, en crear empleo, se ha destinado a promover el odio y la vesania. Los inmigrantes que fregaron sus suelos, cuidaron a sus niños, construyeron sus casas, ensamblaron sus autos, cuidaron a sus enfermos, han sido vejados y despreciados ¿Por qué se ha tolerado esto?

Ninguna solución a estos desmanes es sencilla ni limpia. El independentismo catalán (como antes lo fue el vasco, todavía latente), por acción y omisión de los diversos partidos en el poder durante décadas, ha dejado de ser un absceso bien delimitado para convertirse en lo que en medicina llamamos un flemón: la presencia de pus en un tejido sin límites definidos, de modo que resulta imposible de extirpar; los médicos saben que la cirugía de un flemón es casi siempre ineficaz, además la anestesia llega mal y resulta dolorosa; por ello el tratamiento es lento, con calor local, analgésicos, antibióticos …

Y ahora viene la pregunta capital para un cristiano, la que le hacían a Jesús, luego le hicieron a Pablo: ¿Qué debemos hacer? (porque lo importante no es qué debemos pensar, sino qué debemos hacer, la ortopraxis por encima de la ortodoxia). Contestaré en la siguiente entrada.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

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