COVID-19: Reflexiones y datos

Con el intento de iluminar –en lo posible- y acompañar en una situación altamente cambiante y penosa para todos, voy a compartir datos y reflexiones de las últimas horas, basándome en parte en la literatura científica publicada, que ya es bastante y consistente.
Estamos viviendo una época terriblemente difícil, incierta e inesperada. Al igual que un paciente que se encontraba bien y al que diagnostican en una revisión un cáncer de pronóstico incierto, nos hemos encontrado de golpe con una situación vital –pareja a una catástrofe natural y a una guerra- que distorsiona y amenaza nuestra vida y nuestra propiedad y nos ha obligado a modificar por completo nuestras rutinas y hábitos vitales. Ante un hecho así, nuestra psicología reacciona y niega, ignora, rechaza, se angustia, y al final, acepta. Hay un artículo muy interesante en The Lancet publicado el día 14 de este mes, “El impacto psicológico de la cuarentena y cómo reducirlo: revisión rápida de la evidencia” (traducción del título, ref. Lancet 2020;395:912-20). Describe las reacciones y efectos negativos derivados del confinamiento, tales como confusión, angustia, miedo, insomnio, insensibilidad (“no va conmigo, esto no es real”), irritabilidad, agotamiento emocional, labilidad, culpabilidad … y algunas maneras de combatirlas: la información es clave (comprender la situación), también la comunicación, asegurar los suministros (hasta ahora eso no ha sido un gran problema), e intentar vivirla de una forma altruista: estoy colaborando al bien común, hago “lo que debo hacer”, el momento difícil de mi país me exige esto ahora, cumplo mi deber como ciudadano (nada fácil cuando hemos vivido en la ética del deseo en vez de la del deber durante tanto tiempo).
Ello me lleva al problema de una información cambiante y a veces desconcertante, llena de giros bruscos, que produce desconfianza. Porque ese es uno de los grandes problemas de esta epidemia: su importancia y gravedad se subestimaron, se hizo “little and late”, y de golpe nos encontramos en medio de lo que desde el punto de vista de las enfermedades infecciosas, es “la tormenta perfecta”. Ignoro si por no alarmar o por otro motivo menos comprensible, no se hizo lo que debía hacerse: no se aplicaron contramedidas (limitación de movimientos, cierre de fronteras) ni se implementaron las medidas básicas de control de infecciones, que pasan por diagnósticos precoces; antes al contrario, la política de diagnósticos se restringió, exactamente al revés que Corea del Sur, el país más rápido en el control de la epidemia, donde se hicieron desde el muy primer día 15.000 pruebas diagnósticas diarias, en un intento de ser efectivo en saber cuántos casos había y poder aislarlos.
Y todo ello explica qué está ocurriendo en Madrid: es el centro de la península y nudo de comunicaciones, por su aeropuerto y estaciones sin duda entraron personas contagiadas y llegaron a una gran urbe, donde además se celebró una manifestación multitudinaria y un acto cerrado (tal como había ocurrido en Wuhan, el epicentro inicial de la epidemia, donde hubo un banquete multitudinario al inicio de la epidemia), exacerbando así la transmisión en la comunidad. Todo esto lo explican excelentemente tres científicos en un artículo que se publicó en Lancet el 5 de marzo, 3 días antes de esos encuentros (“¿Podemos contener el brote de COVID-19 con las mismas medidas que para el SARS?”).
Ahora ya sabemos que, por desgracia, la situación y el virus han sido muy diferentes de la epidemia por coronavirus de 2003, y no se ha podido impedir la propagación global: el virus es más transmisible, se contagia durante el periodo asintomático y eso impide el aislamiento efectivo de pacientes si no se diagnostican, se ha diseminado en centros con gran densidad de población y gran cantidad de viajeros, y además es más grave.
Porque esto último es la realidad: desde el primer artículo que publicaron los chinos, allá por febrero, sabíamos que este virus produce cuadros clínicos muy graves. Que si bien la mortalidad global puede ser baja (aun cuando esto está en continua revisión conforme se van acumulando datos), hay tal cantidad de contagios (entre el 50 y el 70% de la población podría llegar a infectarse), que los números absolutos son abrumadores. En las primeras series chinas ya publicaron que el 26% de los pacientes que se ingresaban necesitaban cuidados intensivos, y en éstos la mortalidad oscilaba entre el 40 y el 60%. Además, no sólo se afectaban personas con enfermedades previas (una de las cuales era la hipertensión, lo cual era preocupante porque más del 30% de la población en ciertos grupos etarios lo es), también gente joven, sin que en este momento sepamos los factores que predisponen a ello.
Prtendo ser honesto y realista, y todos esos datos se fueron publicando en revistas de prestigio. Por eso me costaba entender medidas que se tomaban pero parecían insuficientes e ilógicas ante la magnitud de lo que se venía encima. Ahora ya no vivo esa esquizofrenia (es decir, la disociación entre el mensaje y la realidad): por fin se dieron cuenta de que la gravedad de la situación y se tomaron medidas que, aunque dolorosas, como el confinamiento, esperamos sean efectivas. Ha sido una lección difícil de aprender, pero casi todas lo son.
Ahora estamos en manos del personal sanitario y las fuerzas de seguridad, del ejército, de la policía … de lo que ayer su majestad el Rey llamó “nuestra primera línea de defensa”, en una palabras llenas de respeto y sensibilidad, que me resultaron reconfortantes en medio de tanto caos y posiblemente falta de liderazgo creíble y respetable. Estamos en manos de los intensivistas, ignorando si habrá camas de críticos suficientes para atender a todos aquellos que lo necesiten. Intentando comprender todo el aluvión de información que nos llega, en una época en que los mensajes recorren el planeta en microsegundos (tal como predijo McLuhan en los años 60: el mundo es una aldea global donde todo se sabe y en esa aldea las epidemias se transmiten con rapidez). Personalmente, intento leer casi todo lo que se publica sobre el Covid-19 en las revistas de ciencias biomédicas más consistentes (NEJM, Lancet, JAMA), porque me ha parecido que era clave una narrativa apoyada en la ciencia, aun aceptando que las incógnitas de esta enfermedad son numerosas y la evidencia se acumula casi diariamente. Las conferencias de prensa y comunicados gubernamentales son quizás necesarios, pero no son suficientes en una atmósfera emocionalmente cargada de medios sociales que funcionan “24/7” (lo explica muy bien L Garret en Lancet el 11 de marzo: “COVID-19: el medio es el mensaje”, citando otra famosa frase de McLuhan).
Estamos en medio de una de las crisis más graves que puede afrontar una sociedad desde la última guerra, y que está afectando a nuestro país y a muchos otros (ignoramos qué pueda pasar en África, pero la situación, en un continente donde numerosos países carecen de infraestructuras de todo tipo además de las sanitarias, es potencialmente explosiva). Nos encontramos caminando junto a un compañero ded viaje –el coronavirus- que no hemos buscado pero nos ha salido bruscamente al encuentro, y con el que deberemos convivir un tiempo. Ojalá podamos aprender de este periodo de nuestra vida y nuestra historia, donde se manifiesta lo mejor y lo peor de cada persona y cada sociedad.
Esto es todo lo que he podido compartir hoy con ustedes. Les escribo de madrugada, en una noche de insomnio. Soy consciente de que son datos duros, pero estoy convencido de que podemos afrontarlos y superarlos, de que es mejor vivir en la verdad que en la mentira, y que aun cuando vamos a convivir todavía tiempo con dudas e incertidumbres, la ciencia acabará dándonos respuestas a nuestras preguntas. También estoy convencido –tal como nos dijo ayer Don Felipe- que saldremos adelante y superaremos esta epidemia, como ciudadanos y sociedad, pero como dije en una entrada anterior, no sin sufrimientos, tanto personales (que ya experimentamos día a día) como sociales (en la situación económica que ya apunta). Convivo con mis propias preocupaciones y miedos, pero lo hago con la mayor tranquilidad posible y me repito que el miedo es enemigo de la fe. Me ayuda mucho rezar los salmos (“Aunque camine por el valle tenebroso de la sombras de la muerte, nada temo, porque tú vas conmigo”; “mi suerte está en tu mano”). También recordar a monseñor Romero, cuya vida y muerte martirial ahora conmemoramos. Ese hombre al principio timorato a quien Dios infundió valor, que se entregó a su pueblo y afrontó una crisis infinitamente peor que ésta, de la que otro día, si Dios quiere, les hablaré. Pretendo con estas líneas aportar algo de luz en medio de la oscuridad, pero no esperen de mí un tuit, sino redacciones más largas: me cuesta aceptar que una realidad compleja pueda explicarse en 120 caracteres, al menos yo no soy capaz.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos. Les envío un abrazo lleno de cercanía y esperanza.

One Response to “COVID-19: Reflexiones y datos”

  1. Agradezco estas reflexiones que me dan paz y aceptación de una realidad, dura y oscura.
    El aislamiento , si es voluntario es enriquecedor, impuesto se convierte en inhumano.
    Apoyo no puede faltarle al sector sanitario que está dando lo mejor de si mismo.

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