Desde el confinamiento: “Hemos vivido una semana tremendamente trágica”

Hoy se hacen realidad en nuestras vidas, en nuestro país, las palabras que monseñor Romero pronunció el 23 de marzo de 1980 en su penúltima homilía. Nunca pensamos que fuera a ser así, pero ha ocurrido. El Covid-19 asola nuestro país, tal como la violencia hizo en El Salvador en los días de monseñor. Más de mil compatriotas han muerto en estas últimas semanas, varios miles más se debaten entre la vida y la muerte en las unidades de críticos y las salas de hospital de casi cada ciudad del país. Las familias lloran a sus muertos y a sus enfermos sin poder acercarse a ellos, sin poder tomarles la mano en la agonía ni poder abrazarse unos a otros en los ritos de despedida, que tanto consuelo pueden proporcionar. Esa es nuestra realidad hoy, que intentaré acompañar e iluminar de la mejor forma posible mediante estas líneas, con el análisis y consideraciones al hilo de las publicaciones científicas (todas las que cito tienen acceso libre).

Las evidencias que tenemos hasta ahora sugieren que los esfuerzos colosales en el campo de la salud pública que se hicieron en China han salvado miles de vidas (Lancet, 07.03). Veo diáfanamente claro que nuestro confinamiento debe continuar posiblemente bastantes semanas más, y en muchos casos reforzarse. Si deben restringirse más las libertades públicas (desplazamientos, actividad de tiendas y empresas), debe hacerse, abandonando los miedos a consecuencias políticas y económicas a corto plazo, en orden a contener la diseminación de la infección. La sociedad civil, como tantas otras veces, necesita al ejército, implantar en su seno una estrategia militar. El gobierno de la nación -sin ahondar en críticas ni reproches- se está revelando incapaz en la tarea de mitigar las consecuencias de la epidemia, debe cada vez más apoyarse en la estructura militar, nos hallamos en una guerra abierta contra un enemigo microscópico que no podemos ver acercarse.

Aun cuando hay muchos aspectos médicos de esta enfermedad que ignoramos, hay otros muchos que ya conocemos, por lo que es relativamente posible predecir escenarios, que ciertamente no son halagüeños. Ya el 24 de febrero se publico en JAMA un excelente análisis sobre características y lecciones del brote en Wuhan, con datos de más de 70.000 casos. Basándose en ellos defienden medidas que se calificaron como “draconianas”, y que, aunque sometidas a debate, es indudable que contuvieron la infección. El problema es que no son los derechos individuales los que están en riesgo, sino la vida de poblaciones enteras.

Es desde ahí que debemos aceptar proseguir con el confinamiento, por penoso que nos resulte. Debemos entender que el momento del sacrificio (sacrum facere, hacer algo sagrado) nos ha llegado, como ciudadanos individuales y como nación. Cada uno en el lugar en que la vida le ha colocado: los que por edad no están trabajando en funciones necesarias, en casa, apoyándose unos a otros (es la epidemia de los móviles, de whasapp), dándose en la distancia el cariño y la cercanía que ahora nos está limitada, y que solamente percibimos al salir a los balcones a aplaudir a las ocho de la noche; por eso mientras aplaudimos rompemos a llorar, echando de menos a la gente que queremos y que nos gustaría abrazar y confortar. Es el momento del día en que aquellos que viven solos no se sienten tan solos, en que nos hermanamos como ciudadanos y como nación.

Rendimos también homenaje a los profesionales sanitarios y el resto de servidores públicos, que en este momento crítico de nuestra historia personal y social son el recurso más valioso de nuestro país, lo dijo el Rey, nuestra primera línea de defensa; sometidos estos días al agotamiento físico y mental, al tormento de decisiones difíciles en la distribución de recursos (¿a quién conecto al ventilador, a quién dejo posiblemente morir? ¿a quién desconecto del respirador cuando creo que no tiene salida para ofrecer esta opción de vida a otro?), y al dolor de perder pacientes y colegas, conscientes además del propio riesgo de infectarse y llevar el problema a su casa, a sus seres queridos (lo describe muy bien el editorial del Lancet, 21.03, y el artículo “Perspective” del NEJM 19.03). Parece claro que conforme la epidemia se acelera la escasez de recursos es evidente en la mayor parte de centros. Y ello, y discúlpenme por decir esto, no es por los recortes anteriores, sino muy posiblemente por un mal uso de esos recursos. He trabajado en la sanidad pública toda mi vida hasta hace 16 meses, y puedo afirmar que las plantillas y los recursos de los hospitales públicos (farmacológicos, de material, de personal en cuanto a ratios de enfermería y otro personal auxiliar/pacientes y médicos/pacientes), son en tiempos de normalidad más que suficientes, y que desdichadamente nos acostumbramos a trabajar muy por debajo de lo posible y a malgastar los recursos. Esto, conociendo razonablemente bastantes hospitales del tercer mundo, siempre me rechinó. Me resulta difícil creer, aun reconociendo que en muchos lugares faltan equipos imprescindibles, que “todo” (guantes, mascarillas, batas) se haya agotado con tal rapidez, a menos que se haya hecho un uso poco cuidadoso o los recursos se hayan evaporado …ningún país está preparado para una catástrofe como la que vivimos, pero todavía menos si se empeña en mantener los usos y costumbres -a todos los niveles- como los anteriores a esta crisis, sobre todo si eran perversos. Por ello, afirmar que la culpa de la escasez es de las medidas de austeridad anteriores (tal como hacen algunos médicos españoles en un comentario en Lancet 18.03, curiosamente uno catalán y otro vasco), es una mentira torticera que nos daña como sociedad, y que dice poco de la calidad humana de quien la emite. Ello sin negar que algunos otros componentes del análisis que realizan resultan interesantes.

El impacto psicológico y económico de la epidemia es enorme. Numerosos sectores de nuestra economía, cuya base son pequeños negocios familiares y los autónomos, al igual que ocurre en Italia (correspondencia en Lancet, 18.03), están sufriendo y van camino de resultar quizás irreversiblemente dañados. La tensión es palpable y la incertidumbre intensa. Podemos vernos en un escenario socioeconómico cuya gravedad se me escapa por completo porque ignoro todo sobre economía, pero puede ser terrible. Y de nuevo volveremos a necesitarnos los unos a los otros, a confiar en el apoyo de nuestras familias; quienes pierdan su empleo, deberán intentar recuperarlo o reciclarse, y esperar el apoyo de los suyos. Porque ciertamente desconfío de la solvencia de este gobierno, en ese campo más que en ningún otro.

Finalmente, no quiero dejar de mencionar un artículo aparecido en NEJM el 5 de diciembre del año pasado, que leído desde hoy resulta premonitorio y preocupante. Se llama “Preparándose para la próxima pandemia-la estrategia global de la OMS ante la gripe”, escrito por un británico y dos norteamericanas. En 2018 se cumplió un siglo de la pandemia de gripe de 1918, que causó más muertes que la primera y segunda guerra mundial juntas (se cree que murieron 50 millones de personas). Ha habido otras cuatro pandemias gripales en el siglo transcurrido (la más reciente la H1N1 de 2009), aunque ninguna ha causado la misma escala de infección y mortalidad. Los virólogos que estudian la gripe estaban convencidos de que una nueva pandemia iba a ocurrir de nuevo, por lo que había que estar preparados, la OMS de hecho trabajaba con ese fin. Sin embargo, no ha sido un virus de la gripe, sino un coronavirus, para el que una vacuna tardará en el mejor de los casos varios meses, para el que no tenemos fármacos (el 18.03 en NEJM se publicó la ausencia de beneficio de un medicamento tradicional contra el SIDA, el lopinavir-ritonavir) y para el que las intervenciones no farmacológicas son nuestras únicas armas: el distanciamiento social, el aislamiento de pacientes y comunidades enteras, el soporte ventilatorio en los pacientes que lo requieran, según los criterios clínicos que se utilicen. Aunque es muy difícil hacer un pronóstico, cabe la posibilidad de que el Covid-19 deje pequeña la cifra de pérdidas humanas de la pandemia de 1918. No tenemos otra opción que mantener las actuales medidas y quizás profundizar en ellas. El mundo es diferente al de hace 102 años y los científicos que trabajan contrarreloj podrían darnos una alegría, pero eso no podemos esperarlo en semanas, sino en meses.

He compartido de nuevo con ustedes, quienes tienen la gentileza de leerme, reflexiones desde las publicaciones científicas y mis propias reflexiones. Espero les sean de utilidad. No dejo de pensar en cada una de mis personas queridas, cómo estarán, qué pensarán. Quisiera aliviar cada uno de sus miedos y zozobras, quisiera abrazarles y confortarles en esta hora que nos ha llegado. Como rezamos en el Padrenuestro, “no nos dejes caer en la tentación”; es decir, cuando nos llegue la prueba, no nos dejes sucumbir a ella. No nos dejes dejar de creer y de vivir que Dios es Padre y los hombres somos hermanos. Y ahora la prueba nos ha llegado, nunca pensamos que fuera a hacerlo, pero hay que aceptarlo en la confianza de la solidaridad humana y la fe en un Dios que camina con nosotros, que, como dijo monseñor Romero, “está en la historia, camina con la historia”.

Abrazo desde aquí a cada uno de mis seres queridos y a compatriotas y no compatriotas (italianos, franceses, personas de cualquier nacionalidad que sufren como nosotros) que no conozco. A los moribundos solos en los hospitales, a los angustiados por no saber si se han contagiado, en aislamiento domiciliario. A los familiares y amigos de los pacientes en las UCIs, a los que no pueden visitar ni acompañar cuando mueren. A mis compañeros médicos que hoy entran de guardia y sienten miedo y angustia ante lo que van a tener que hacer y ante lo que van a ver. Al resto de personal sanitario que comparte la misma inquietud y teme por su seguridad. A los policías nacionales y municipales, a los miembros del ejército, de servicio o en los cuarteles; miembros de los cuerpos de bomberos, personal de seguridad, de cadenas de distribución y supermercados, de las farmacias, al personal de mantenimiento de instituciones, empresas y fábricas imprescindibles. A los trabajadores del campo que se afanan en mantener el suministro de alimentos básicos. Todos ellos cuentan con mi más profundo agradecimiento.

Rezo por todos ustedes, estén seguros de no estar solos en estas horas críticas. Que Dios les bendiga.

One Response to “Desde el confinamiento: “Hemos vivido una semana tremendamente trágica””

  1. Desde la profunda tristeza e inquietud,intentemos mantener la esperanza.
    Tus reflexiones inquietan pero, a la vez, ayudan, gracias

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