Nos llamaron y fuimos

Este lunes, tras tres semanas en la sala Covid de mi hospital, volví a mi planta. El número de pacientes ha disminuido y mi presencia ya no era necesaria. Quedan atrás tres semanas de vestirse y desvestirse del material de protección, quizás no el más sofisticado, pero eficaz y suficiente en todo momento. De visitar personas aisladas, con quienes la comunicación no siempre era fácil y que he visto deteriorarse día a día, privadas de sus referentes habituales (lugares, voces, rostros conocidos), muchas de ellas ya previamente en situación cognitiva precaria. Y de dar noticias –algunas veces funestas- por teléfono, a personas a quienes jamás vi y posiblemente nunca conoceré, sin la posibilidad de un gesto, de una cercanía que no podíamos tener. Debo decirles que quizás esto haya sido lo más duro, escuchar a un esposo, una esposa, una hija, un hijo, quebrarse al otro lado de la línea. Resulta muy cruel y debo reconocer que más de una vez tuve que luchar contra mis propias lágrimas.

Conviviremos con esta enfermedad mucho tiempo, aunque posiblemente no golpee tan duro numéricamente en el futuro; ya nos pasó con el SIDA (hay algunos paralelismos entre ambas situaciones, que algún día comentaré con algo de detalle). Una pandemia, como no puede ser de otra manera, modificará la práctica de la medicina en el futuro, y producirá –como ya está produciendo- disrupciones sociales y económicas sumamente profundas, de hecho las publicaciones médicas ya están advirtiendo sobre ellas; en medicina conviene ser realista, sobre todo para beneficio del paciente, que en este caso es el planeta entero. Pero dejo esas reflexiones para otro día.

Mi conclusión de estas semanas, que me acerca al contenido del artículo escrito por una médico del Massachusetts General Hospital publicado en NEJM el 13 de abril, es que la abrumadora mayoría de profesionales sanitarios “fuimos cuando nos llamaron”. Esa es una experiencia compartida por todos nosotros: cuando el médico de familia recibe una llamada telefónica urgente, o cuando el médico hospitalario escucha su buscapersonas durante la jornada de trabajo o una guardia, acude sin dilación, a veces a la carrera. Las emociones que experimentamos son variadas y dependen del momento y la edad: orgullo, hastío, curiosidad, aprensión, gratitud, exasperación, júbilo .. son algunas de ellas. Pero sin importar lo que sintamos, siempre acudimos. No porque seamos particularmente valientes, no porque no temamos por nuestra propia seguridad o de nuestras personas queridas, sino porque como médicos jamás hemos evitado el sufrimiento de nuestros semejantes. Quizás lo aprendimos en la facultad de medicina, o más adelante durante la residencia. Lo hemos confirmado una y mil veces a lo largo de nuestra vida profesional, y lo seguiremos haciendo. Para los médicos y enfermeras, esta epidemia ha sido el equivalente del bombero que entra en un edificio en llamas. Por lo general, a diferencia de éstos, los sanitarios no ponemos nuestra vida en riesgo al ejercer la medicina, pero esto cambia en las enfermedades contagiosas, sobre todo si ocurren de forma epidémica como ésta; siempre ha sido así, los sanitarios han compartido en estas circunstancias la suerte de sus pacientes.

A fecha de hoy, más de 30.000 sanitarios se han infectado en España atendiendo enfermos. Esa cifra abrumadora dice que fueron cuando les llamaron y que las instituciones en las que trabajaban fueron incapaces de protegerles; en último término, que las autoridades sanitarias –que después de esto carecen de cualquier atisbo de auctoritas– les enviaron sin los medios necesarios. Esto es duro, pero nos devuelve a la raíz misma de nuestra profesión y vocación: nuestro compromiso era con los enfermos a quienes cuidábamos –y en situaciones de epidemia con la sociedad entera-, no con quienes nos mandaban. A éstos, no les reconocemos nada ni les debemos nada, más bien todo lo contrario.

Personalmente, no puedo quejarme: he dispuesto de material de protección, el grupo humano con el que he trabajado ha sido, en su mayoría, competente y capaz, de hecho la camaradería y unidad de propósito son ansiolíticos eficaces y el trabajo no me ha resultado más penoso de lo que ya esperaba. Pero no todos mis colegas han tenido tanta suerte, que se lo pregunten a los médicos que han muerto y a sus familias.

Concluiré –tal como hace mi colega norteamericana- con las palabras del Dr. Rieux en “La peste”, el libro de Camus tan citado en estos tiempos: “no sé lo que me espera ni lo que ocurrirá cuando todo esto termine. Por el momento, sé esto: hay gente enferma y necesitan que los cure”. En muchas ocasiones no hemos podido curar, pero siempre hemos intentado acompañar y aliviar.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.

4 Responses to “Nos llamaron y fuimos”

  1. GRACIAS.

  2. Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre.
    Una dura experiencia a la que has hecho frente.
    Creo que los ciudadanos somos muy conscientes y valoramos la actitud de los que estáis en primera línea.
    Se os considera héroes.
    Gracias.

  3. Grandes verdades las que acabo de leer. Gracias.

  4. Grandes verdades acabo de leer. Gracias de corazón.

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