Covid-19 en España: una pesadilla predecible

Para título de mi entrada de hoy, reformulo una reciente editorial que nos dedica la prestigiosa revista médica británica The Lancet, el 16 de este mes (Covid-19 in Spain: a predictable storm?). Estamos viviendo de nuevo un mal sueño, del que nos llevará mucho tiempo despertar. Otra vez prohibiciones y limitaciones, ahora ampliadas con un toque de queda. Otra vez la angustia por el posible contagio, propio o de una persona cercana. La zozobra de quienes como consecuencia de la pandemia han perdido su empleo o están en riesgo de perderlo. La preocupación de pueblos y ciudades, sometidos a controles de entrada y salida, al cierre de bares y restaurantes, a repetidos confinamientos.

Y lo que es todavía peor, sin visos de mejora, al ser conscientes de hallarnos en manos de incompetentes reconocidos, cuya gestión es cuestionada incluso desde revistas médicas internacionales, que ante la crudeza de la segunda oleada reflejan en sus comentarios las debilidades de nuestro sistema sanitario y las incongruencias de los políticos que nos gobiernan; la pobre coordinación entre las autoridades centrales y regionales; la falta de preparación, la debilidad del sistema de rastreo y seguimiento, incluso el hecho de que los datos que se publican son tan insuficientes que impiden comprender la dinámica de la epidemia.

No son opiniones que me invento, acuñadas por mi propio razonamiento, sino formuladas con claridad en la editorial de una revista científica de garantía, que explica que la excesiva celeridad en la reapertura y la excesiva lentitud en la implementación de un sistema de diagnóstico y seguimiento conduce a confinamientos forzosos como única medida capaz de detener el avance del virus, aun cuando la segunda oleada era completamente predecible. Pagamos las consecuencias de estar en manos de un gobierno polarizado y sectario, que en vez de dedicar sus abundantes medios técnicos y humanos a preparar a la sociedad para este segundo ataque, se ha dedicado a pergeñar leyes divisivas, cuando no abiertamente ofensivas para millones de españoles, en vez de redactar aquellas que ayudasen a combatir la pandemia.

Podemos asimismo aplicar a nuestro país el título de la editorial de otra revista médica, la norteamericana New England Journal of Medicine, del 8 de este mes: “Muriendo en un vacío de liderazgo”. Cuestiona la gestión de la actual administración norteamericana, al igual que muchos cuestionamos la del actual gobierno de España, cuya praxis nos ha llevado de nuevo a despertarnos con el sobresalto de las cifras abrumadoras de ingresos en unidades de cuidados intensivos, de muertos.

Sé de lo que hablo: desde el 1 de septiembre trabajo en el pabellón Covid-19 de un hospital del Noreste, día tras día atiendo personas de todas las edades con fiebre y falta de oxígeno, aplicando los pocos tratamientos que sabemos que funcionan y algunos cuya eficacia no se ha demostrado, pero que hemos reconvertido de otras esferas de la medicina con la esperanza de que ayuden a nuestros pacientes. Muchos sobreviven y vuelven a sus casas, aunque en numerosos casos necesitando aporte de oxígeno después del alta. Pero otros acaban en cuidados intensivos, y no pocos mueren, sobre todo los más ancianos. Covid-19 es una enfermedad llena de incógnitas y campos oscuros. Conocemos mejor algunas de sus manifestaciones, pero se reproduce fielmente el espectro de la primera oleada: entre el 15-20% de los infectados necesitan ingresar en el hospital para recibir oxígeno y medicamentos intravenosos; aproximadamente el 5% de los que ingresan necesitan cuidados críticos, y en ellos la mortalidad supera el 50%; y hay grupos etarios (por ejemplo los mayores de 80), cuya mortalidad en el hospital puede superar el 60%. Son los fríos guarismos de esta pandemia.

Para mí, sin embargo, la realidad va más allá de las cifras: la componen rostros concretos, personas que veo empeorar día a día; familiares que esperan una llamada telefónica que alivie (o quizás incremente) su angustia; está hecha de malas noticias comunicadas a través de la distancia, de padres o hijos cuya voz se quiebra al oír frases que nadie quiere escuchar y que ningún médico querría decir.

Ahora ya no hay aplausos en los balcones, y las declaraciones rimbombantes y llenas de soberbia del presidente del gobierno las escucha cada vez menos gente. Cualquier persona que utilizase de forma tan estéril el esfuerzo de sus profesionales sanitarios, que gestionase de forma tan ineficaz una crisis que está arrasando nuestro país y ha costado la vida de más de 60.000 compatriotas, afrontaría en casi cualquier lugar del mundo consecuencias legales. Sin embargo, aquí se arroga inmunidad por sus acciones y omisiones. Me pregunto si algún día le llegará el momento de rendir cuentas.

Disculpen estas reflexiones poco halagüeñas, pero son consecuencia de la realidad que me toca vivir. A pesar de todo, no sucumbamos a la desesperación y al miedo. Tal como hicimos en la primera oleada, cuidemos los unos de los otros, hagamos lo que podamos por los demás, cada uno en el lugar en el que le toca estar. Acojamos la incertidumbre con el espíritu abierto de “quien mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”. No nos queda mucho más.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, y recemos los unos por los otros en este momento difícil de nuestra nación.

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