“El machismo mata más que el coronavirus”

Desde un punto de vista sanitario, las manifestaciones del 8 de marzo del año pasado –una de cuyas pancartas contenía la frase que encabeza esta entrada- resultaron letales para nuestro país. Puede afirmarse sin género de dudas que, junto con la ausencia de controles en los aeropuertos españoles, en especial el de Barajas, son las responsables de que contemos los muertos por Covid-19 por decenas de miles. Esta afirmación sería demostrable con relativa facilidad mediante un estudio epidemiológico, que quizás pueda y deba realizarse algún día. Bastaría analizar cuántas asistentes a la manifestación se contagiaron, y las cadenas de transmisión de esos casos. Hubo otras concentraciones de personas esos días en Madrid, pero con diferencia la manifestación feminista fue la más multitudinaria.

Desde los primeros artículos científicos publicados con los datos generados en hospitales chinos, se sabía que los acúmulos de personas favorecían de forma extraordinaria la propagación viral. De hecho, se cree que la explosión de la pandemia en Wuhan se vio desencadenada por un banquete multitudinario. Por ello, convocar y autorizar la manifestación del 8M del año pasado, fue un hecho criminal. Quizás no de acuerdo a las leyes vigentes, quizás nunca se juzgue en los tribunales de justicia, pero hace falta estar muy ciego o mantener una postura sectaria para no estar de acuerdo con este aserto. Si queremos establecer una ética de la memoria sobre lo que esta pandemia ha supuesto para este país, que nos ayude a explicar lo que ha ocurrido, debe reconocerse el papel que ha desempeñado cada cual. Sólo así haremos justicia a las víctimas, huyendo de explicaciones simplistas o torticeras.

Así, quienes convocaron, autorizaron y asistieron a esa malhadada manifestación, comparten la responsabilidad de lo ocurrido. La concentración de personas supuso un Chernobyl de coronavirus, una explosión de transmisión viral cuyas consecuencias en vidas y haciendas conocemos: hasta la fecha, unos 100.000 muertos directos por la enfermedad, y un número incalculable por consecuencias indirectas, tales como otras enfermedades cuyo diagnóstico se ha visto retrasado por la concentración de recursos materiales y humanos ante la pandemia, sobre todo cánceres. Los médicos somos testigos directos de este hecho. En cuanto a la hacienda, entre parados y personas acogidas a un ERTE, más de 5 millones de compatriotas no tienen trabajo, muchos de ellos nunca volverán a encontrar un empleo.

Esas han sido las repercusiones terribles de unas manifestaciones que nunca debieron tener lugar. Por eso, repugna escuchar que están siendo convocadas y autorizadas de nuevo, incluso si se someten a restricciones y precauciones sanitarias. El mero hecho de pensar en conmemorar una de las causas directas de la tragedia que vivimos desafía al sentido común y a la buena voluntad.

Este mes de marzo es y será en el futuro un mes triste, no sólo porque se solapa con el aniversario del martirio de monseñor Romero. Los españoles nunca podremos olvidar que en los primeros días de este mes se gestó una catástrofe que ha golpeado a nuestro país de forma más cruel que a casi ningún otro; que ha producido, produce y producirá sufrimientos que nos acompañarán durante años. Que nos ha obligado a vivir en el espanto, con miedo al contagio, confinados en nuestros domicilios durante meses, con las libertades civiles suspendidas, mientras asistimos atónitos al sufrimiento y la muerte de personas queridas, que fallecen solos en los hospitales.

Ignorar estas realidades, mirar para otro lado, enrocarse en falsas explicaciones y mentiras, no aceptar los hechos científicos sobre la pandemia y así comprender por qué nuestro país ha sido devastado de forma tan intensa, no nos ayudará a superarla, ni como personas ni mucho menos como sociedad.

Que Dios nos ayude esta tesitura tan difícil que vivimos.

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