Lo mejor visto en 2021
Al igual que el año pasado, reúno aquí las diez películas vistas por primera vez y que más me han gustado. No incluyo títulos estrenados a lo largo de 2021, que irán en otra lista. La selección es de lo más variopinta y ha sido un parto difícil. Puede que las plataformas estén desinflando la experiencia de ver cine en pantalla grande, pero los cinéfilos no podemos más que estar agradecidos por acercarnos estas joyas que, de otra forma, no estarían a nuestro alcance.
El gabinete del doctor Caligari (Rober Wiene, 1920). Su visionado debería ser obligatorio, no solo para conocer la etapa del cine mudo, sino para entender también de dónde viene el cine moderno. La influencia de este título centenario, cuyo poder narrativo no ha perdido ni un ápice de vigor, llega hasta nuestros días.
El circo (Charles Chaplin, 1928). Chaplin siempre apostó por un humor para todos los públicos repleto de gags simples pero efectivos cuya suma daba lugar a un conjunto mucho más mordaz. Solo por eso ya es un genio, pero es que además tenía el don de crear personajes entrañables, como ese enamoradizo vagabundo, al que resulta imposible no querer.
La barrera invisible (Elia Kazan, 1947). Vista hoy en día su realización puede ser tildada de sencilla y su guion de previsible. No obstante, si se contextualiza, resulta innegable su atrevimiento a la hora de denunciar ese racismo sutil que cuesta más advertir y del que a día de hoy tampoco estamos libres.
La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954). Uno de los principales títulos del maestro del suspense que demuestra cómo con pocos recursos y mucho talento es posible crear una obra maestra cuyo clímax es una montaña rusa de emociones. Vista hoy quizás cuesta entrar al principio, pero prometo que merece la pena.
Calabuch (Luis García Berlanga, 1956). Uno de los trabajos más amables y menos incisivos de su director, aunque está lejos de tratarse un título menor. La pintoresca galería de personajes de aquel pueblo ficticio no solo nos habla de una época, sino de esa idiosincrasia nacional que Berlanga supo retratar como nadie.
Los jueves, milagro (Luis García Berlanga, 1957). A pesar de hacer malabares para sortear la censura, se vio forzada a realizar ciertas concesiones. No obstante, aún hoy sigue resultando tan corrosiva como seguramente lo fue en su primera versión del guion, no por lo que muestra o por lo que recortaron, sino por la dirección en la que apunta.
Sueños de un seductor (Herbert Ross, 1972). Pese a no estar dirigida por Woody Allen se la puede considerar su primera película. En ella están ya sus obsesiones de siempre plasmadas con la frescura y el descaro propias de un autor incipiente que nunca imaginó que daría lugar a un nuevo subgénero cinematográfico para él solo. Y, como siempre, muy divertida.
Una jornada particular (Ettore Scola, 1977). Como si de un oasis en el desierto se tratase, un fortuito encuentro entre dos vecinos propicia una breve historia de amor en medio de la opresión y sirve para comprender las consecuencias del fascismo en la vida cotidiana del ciudadano medio; ese al que casi hicieron creer que en la vida no había nada más.
Solos en la madrugada (José Luis Garci, 1978). No se debe valorar una película por su desenlace, pero el monólogo final de ese locutor de radio que es testigo y cronista de la transición española eleva este título que sirve para reivindicar una vez más a su director, gran amante del cine, excelente escritor y valiente retratista de una época.
Jo, ¡qué noche! (Martin Scorsese, 1985). Otro ejemplo más del brío de Scorsese tras la cámara. El descenso a la locura de su protagonista en una fatalista noche neoyorquina es de lo mejor que rodó el maestro en los ochenta. Aderezado con un toque “Lynch” es, además, una clara inspiración para títulos posteriores.
@cinepacografico
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