Y aquellas mujeres cantaron

Atardecía cuando llegamos a la leprosería de la gran misión de St. Francis. A esa hora la hermana (una joven congolesa) repartía comida entre la gente, que luego la cocinaba en sus casas. Al principio no nos atrevíamos a tomar fotografías. Entonces la hermana explicó quiénes éramos y que habíamos venido desde lejos a visitarles. Que yo era médico y que revisaría a los más graves.

 Había dos grupos: los hombres a un lado y las mujeres a otro. Personas que llevaban mucho tiempo en la misión y habían hecho su vida ahí, todos sentados en el suelo esperando la entrega de comida. La mayoría tenían las más graves secuelas de la lepra: habían perdido dedos de manos y pies, en algunos casos sólo quedaban muñones. Varios presentaban deformidades en la nariz y una mujer que se me acercó había perdido la vista. Algunos, los menos, deambulaban en una suerte de carritos de ruedas, aquellos que podían manejarlos con las manos. Los que conservaban los pies más o menos intactos caminaban. Y quienes los habían perdido se impulsaban con las manos –o lo que quedaba de ellas- de un lugar a otro.

 Y sin embargo, en esa situación que puede resultarnos aterradora (así fue inicialmente para mí), aquellas mujeres me recibieron con un canto y un ulular de voces de bienvenida, además de querer posar a mi lado para algunas fotografías. No percibí amargura alguna. Sólo cambié algunas frases con varios pacientes, traducidas del kaonde al inglés, pero todos agradecieron mi presencia y me dieron la bienvenida. Tampoco nadie se quejó cuando, al día siguiente, limpié sus heridas, antes bien me expresaron su gratitud.

 Ahora, cuando estoy triste o desanimado, recuerdo a aquella mujer de baja estatura que se acercó a darme la mano sonriendo, acompañada por otra dado que sus ojos se hallaban sin vista por la lepra, y cómo se unió a los cantos.

 He intentado transmitirles algunas impresiones de mi breve visita a la leprosería de la gran misión de St. Francis, en el noroeste de Zambia, todavía conmovido por lo que vi y escuché.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

3 Responses to “Y aquellas mujeres cantaron”

  1. Me imagino que una experiencia dura…si se reflexiona esta ausencia de quja ante tando dolor es una lección que no se puede perder de vista.
    Recibe un saludo.

  2. ¿De qué nos quejamos los “privilegiados” de este mundo “avanzado”? Me ha conmovido e impresionado . Pido a Dios que nos cambie el corazón y abra nuestros ojos para saber “ver” y “escuchar” a los que sufren y no se quejan, sólo cantan.
    Rezo por todos

  3. Gracias por contar, es como un himno de esperanza.

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