Hay que vivir hasta morir

 Esta es una formulación que considero muy acertada de Elisabeth Kübler-Ross, y que estoy viviendo al hilo de la ancianidad de mi madre. Tras fracturarse la cadera hace dos años, doña Mercedes (así se llama mi madre), ha ido debilitándose y perdiendo capacidades de forma progresiva: primero deambuló por casa con un andador y salía en silla de ruedas, luego esto se hizo cada vez más difícil y a día de hoy ya por casa hay que utilizar la silla … No está lejos el momento en que será imposible que se mantenga siquiera de pie. Se ha hecho cada vez más dependiente de los cuidados para las actividades básicas de la vida diaria como lavarse, vestirse y alimentarse … si a eso se le añade que el deterioro visual que arrastraba se ha agravado, que a pesar de los audífonos apenas oye y que su posibilidad de comunicación es también muy escasa, mi madre es en este momento una anciana enteramente dependiente y casi ciega a la que acompañamos lo mejor que podemos en esta etapa final de su vida. Los hijos nos turnamos en su cuidado, los que viven en la ciudad más asiduamente, los que vivimos fuera los fines de semana que nos es posible, y el grueso de la asistencia recae en personas contratadas; por fortuna, la que tenemos ahora como cuidadora principal es encantadora y cuida a mi madre estupendamente.. También hay miembros de la familia que casi nunca aparecen ni aportan nada, pero eso es otra historia … Una consecuencia colateral es que los gastos se han hecho altísimos, con lo que no es sencillo atender a ellos.

El envejecimiento de mi madre no nos resulta fácil a ninguno. Ciertamente no a ella, una mujer de fuerte personalidad a quien siempre aterró la vejez y el deterioro de funciones que la acompaña. Durante mucho tiempo siempre decía que no quería dar “ni trabajo, ni preocupación ni gasto”. Tampoco nos resulta fácil a los demás, quizás porque cuesta aceptar el declinar de quien tantas capacidades ha tenido. Creo que mi madre ahora sufre la vida, y hace cierta la frase de Kübler-Ross: tenemos que vivir hasta morir,. Es la época de la aceptación serena -aunque tal vez entristecida- de una realidad que no resulta fácil de habitar, de hacer consciente que no podemos acelerar los ritmos de la vida. Sin embargo, también es un tiempo que quizás luego, cuando ya no esté, recordaremos con cariño: cuando pudimos algunos ratos cuidar y acompañar a quien tanto nos dio: en los paseos al Pilar, en las misas de la parroquia cercana (aunque ya no pueda escuchar las oraciones y pase gran parte del rato dormitando). O los ratos en que nos “intuye” con unos ojos que ya no ven, nos coge la mano y nos la retiene un buen rato.

Es muy posible que a muchos de ustedes estas cosas les resulten familiares: son muchos los padres ancianos, y somos muchos los hijos más allá de los cincuenta (en el caso de mis hermanos, de los 60 y los 70 …) que vivimos más o menos lejos de la ciudad donde nacimos. Que Dios nos ayude a todos -padres e hijos- a vivir la noche de la vida con paz.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

3 Responses to “Hay que vivir hasta morir”

  1. Un abrazo

  2. Ahora no es lo más duro, sino después, cuando no están. La añoranza es tan grande, tan grande, que a veces se hace insoportable.

  3. Coincido con Nieves. la orfandad es dolorosa y, en mi caso, la pérdida de mi madre, más.
    Hice un duelo complicado pero hoy por fin puedo hablar de ella con alegría. Ella me acompaña y está en todas partes. Me dejó un buen legado : su alegria y optimismo y su buena memoria. Por suerte murió en el momento justo aunque yo no lo aceptara. Le hubiera gustado llegar a los 90 y nos dejó con 87.

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