Trans-

Ayer pasé rápido. Como un rayo por la acera. Había quedado con Lae para caminar en el parque del Flamengo. Debían ser las 8 de la mañana. Pasé tan rápido, sin detener el paso, que sólo fue una ojeada, un vistazo fugaz el que se me quedó paralizado cuando tuve que desviar mi línea recta por causa de un chico de no más de diez años que dormía en el bordillo. Solo.  Estaba solo. Y esa carita de niño, toda sucia vale, pero de niño que anda viajando con angelitos, o vete tu a saber, porque le vi una tristeza tan grande…y yo iba a mis cosas, caminando y pensando rápido: “¡que mierda!, que pena, ¿qué hago?… ¿Llevarlo a casa? Imposible, estamos lejos ¿y luego que…, le dejo en la calle de nuevo?… ¿A quién puedo llamar? ¿A la policía? ni pensar, no me fío un pelo… 

…estaba llegando a la esquina y vi otros tres, supuse, compañeros de él. Me alivió por dos cosas. Una es que no estaba tan solo, otra es que yo no podía llevármelos a todos. Me alivió  eso de que fuesen cientos y no uno.

Todo por un vistazo súbito cuando tuve que desviar mi recta. Esa ojeada fugaz no se ha disuelto. Y pienso en la revolución, en Jesucristo, en Che Guevara, en los Zapatistas, en los Sin Tierra, en ese Otro Mundo Posible, en los que batallamos juntos queriendo cambiar las cosas… 

…recuerdo todo lo que admiro y empiezo a darme cuenta, ¿lo imprescindible?, lo imprescindible es no tener rectas. Ya decía el poeta Mário Quintana: “La muerte odia las curvas. La muerte es recta como una boca cerrada”.

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