Resistencia

Primero de todo agradeceros los comentarios, los ánimos y desafíos que me lanzáis. Como algunos habréis visto ya, este blog no será diario, pero intentemos por lo menos que sea semanal. Vuestra sensibilidad y empatía me cautivan  e iremos torciendo la línea recta poco a poco y con el tiempo (¿vale eveyo?)

 

Y hablando de tiempo, dejadme contaros una  historia de esperanza. 

 

Maria Antonia, conocida como Eridan, es una mujer que vive en la periferia de Nova Iguaçu, un municipio a su vez periférico de Río de Janeiro. Como veis, hablo de márgenes. Desde pequeña sus padres la educaron en valores cristianos. Ayudar al prójimo, luchar por la justicia. No de cualquier forma. No era suficiente desear el bien o rezarlo. Actuar. Actuar y hacer cosas. Resistir a la omisión oponiéndose al abuso y tropelía.  Demostrarnos con hechos, “…porque filha, en esta lucha, sin hechos la palabra está vacía”, que podemos cambiar el mundo. Eran los años 80, pos-dictadura brasileña.
Cuando le pregunto a Eridan por el pasado explica como en aquella época todos se ayudaban. El cura que plantó los cimientos del espíritu solidario trabajaba en una fábrica y no llevaba batina. Vivía como nosotros y al principio resultó extraño. “¿Será de esos comunistas de los que habla el gobierno?” Pero todo cobró sentido. Orábamos juntos, soñábamos juntos, construíamos juntos una comunidad.

 

Eridan  lo cuenta con nostalgia, com saudade. Hoy, dice, nadie se ayuda. Cada uno va a lo suyo. Los curas se han encerrado en las iglesias. Las familias se han atado a la pata de una mesa, sobre la cual desparrama miles de hechizos una televisión. Un único pensamiento lo está dominando todo: no se puede hacer casi nada porque  no depende de nosotros. Eridan se está sintiendo sola en esa lucha por un mundo mejor. Pero ella resiste.
Trabajo hace tres años en el suburbio donde vive. Un lugar pobre, con las cloacas abiertas frente a las casas. Sin puesto de salud. Una sierra que agoniza devastada por intereses particulares. Quemados los árboles, secos los manantiales, roto el equilibrio, las inundaciones llegan.
  
Vale, vale, dejémonos de pesimismos. Reflexionemos. No podemos negar que a pesar de todo, la situación ha mejorado. Las personas tienen más cosas. En los márgenes actualmente podemos encontrar, aunque precaria, una escuela, dos líneas de autobuses,  gente con móvil, parabólica, videos, dvd, acceso a Internet,  etc.  Todo eso ayuda. Pero que locura, parece que nos estamos quedando más solos.
Esta semana en un Seminario sobre Salud y Democracia, Fernando Calderón, sociólogo boliviano, hablaba de la pobreza y comentaba que el pobre según la raíz latina se refiere a aquel que no tiene trabajo, pero para los Quechua, pobre es el que no tiene amigos, el que se ha quedado fuera de las relaciones sociales.
  
Eridan resiste. Resiste cuando continua visitando a las familias miserables, se detiene a escucharlas y carga un altillo al hombro de niños solitarios y perdidos que arrastra a todas nuestras reuniones. Cuando se esmera en buscar salidas y nos llama la atención ¡Atención! ¡Tenemos que actuar, no podemos acostumbrarnos! ¡Hay que hacer algo!
De madrugada le atacó un dolor insoportable en los riñones  y abdomen. La llevaron de urgencia al único hospital de la región. Estuvo sentada horas en un banco de piedra en donde la metieron hasta morfina para ver si pasaba el dolor. No pudieron hacer todos los exámenes médicos porque no tenían el instrumental necesario. Gritando locamente, y discutiendo con otra compañera, el cirujano jefe mandó darle el alta, porque según él no era caso de emergencia. Nadie le explicaba nada y entre tanta medicación y sufrimiento pensó que iba a morir.
Después de algunas gestiones con amigos y conocidos, consiguieron llevarla a unos de los dos hospitales públicos que hay en un barrio rico del centro de Río de Janeiro. Inmediatamente la ingresaron, examinaron y operaron. Tenía un quiste roto en el ovario.  
Eridan resiste.
Está en casa de su hermana que la anda cuidando.  Me enseñó la inmensa cicatriz y ¡qué despertar sin aquel dolor! Volver a vivir de nuevo. Lo único que le incomoda es el pitido en los oídos. Cuando estaba buena y haciendo cosas se distraía un poco, pero en la cama todo el día lo escucha sin parar. Cuenta que hay otros vecinos con ese pitido, incluso gente joven. Ella piensa que son las antenas de móvil que han instalado por todo el barrio. Me sirven frijoles y arroz, un pedacito de pescado y coliflor. Para beber, guaraná dulce. Su hermana, apasionada por la enseñanza, ha ido juntando libros y trabajos que me va mostrando. Llegó a cursar pedagogía, pero no tiene trabajo. Quieren compartirlo todo y yo con prisa.
  
Eridan me enseña lo que es la santa rebeldía, la santísima indignación, la esperanza  subversiva de la que habla Pedro Casaldáliga.
  
El tiempo. Lo que  un día soñamos ser. Lo que somos. Resiste a la tentación de acostumbrarse. Resiste a las pobrezas. Al individualismo. Al pensamiento único, que al fin y al cabo, no deja de ser también una  de nuestras rectas. Y a mi se me va  llenando el corazón de belleza al verla levantar de nuevo con la sonrisa en alto y una mirada que parece decirme: ¡venga Lola, movimiento!
   

One Response to “Resistencia”

  1. El corazón nos lo has llenado tú de belleza, compasión y ganas de justicia. Un saludo enamorado y agradecido desde la vieja y cansada Europa a Eridan. Y a Luzia. Y a tantas otras mujeres luchadoras de esa periferia de nuestro mundo de confort y adormecimiento.

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