MARY
Nació como tantas otras niñas de la periferia, en una familia muy humilde y trabajadora de Río de Janeiro. Adolescente empezó a perder visión por causa de una miopía galopante que la obligaba a llevar unas lentes de contacto de casi diecisiete grados. Pero hay que enfrentarlo todo para seguir adelante. Si no, uno se muere. Mary enfrenta. Su pasión por el arte la convirtieron en una educadora comunitaria querida y encantada. Teatro con los niños, construcción de juguetes, reciclaje de materiales, músicas, invención de historias infantiles, la magia. Hoy trabaja también con un grupo de teatro destacándose como actriz del medio popular. Sin recursos y anónima pero GRANDE. Nos hace reír siempre.
Mary tuvo una espina clavada en la garganta por mucho tiempo. Más de siete años decían por ahí. Una de esas espinas, como de pescado, difíciles de quitar. El hombre por el que se había apasionado, con el que pretendía construir un nuevo palco de comedias y humores, la traicionó groseramente sembrándole el vientre a la vecina de al lado. Pero también uno aprende a vivir con las espinas. Como si no estuviesen. Van enquistando en la piel y acaban pareciendo parte de uno mismo. A primera vista ni se notan.
Pasaron años, meses, días y minutos hasta llegar aquel segundo precioso de un Cupido cabezota que le metió una nueva flechada en medio de la testa. Un hermoso ser viril de sonrisa Colgate apareció entre bastidores llenándola de besos. Ay los besos, los dulces besos de miel y hortelana. Princesas y gnomos arrullaron mil y una noches. Tal vez menos. Ni siete lunas habían pasado. No les dio tiempo a comer una perdiz que fuese. En una visita sorpresa al castillo del susodicho vio a la bruja. Él vivía con otra. ¡Con otra!
Esta nueva espina-espada arremetió con tal brutalidad contra la que ya se encontraba enquistada que juntas le rasgaron el pescuezo de arriba abajo desordenándoselo todo. Es lo que tienen las espinas enquistadas. Parece que no, pero continúan ahí. Mary llora. Llora diluvios. Transita un intervalo de entusiasmos demasiado hondo. Está con miedo. Se abrió la caja de Pandora y ella lo sabe. Resta cerrar el ánfora para que no se fugue la esperanza.
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