EN TIERRA BORORO. PARTE I

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 Después de una noche mal dormida entre aviones para llegar a Cuiabá (Mato Grosso) desde Río de Janeiro, por fin me encuentro con las mujeres de varios pueblos indígenas a la espera del autobús que nos llevará a la aldea Jarudore, a cinco horas de la capital. Se nos va echando la tarde en la carretera que parece una marea negra con olas petrificadas en el aire de tanto que han pasado camiones de mercancías en un calor sofocante. Aquí se registran las mayores temperaturas del país. Llegamos al desvío que nos abre un nuevo camino de tierra y arena. En la entrada, para indicarnos la ruta, nos esperan dos jóvenes de la aldea. Uno con una linterna en la mano, otro con un bulto alargado y cubierto por un paño blanco. Inmediatamente, Rosa, experimentada indigenista que desde los años setenta vive para esta realidad, me dice:

–          Eso que lleva o es una espingarda o una borduna (lanza de madera)

Noche oscurísima. Pienso que debe ser duro vivir asustados permanentemente. Pasamos siete puentes de madera. Dos horas después llegamos al portón. El conductor no acierta en las maniobras y casi encalla en la arena. Bajo con Rosa del autobús y con los chavales que nos acompañan. Una hormiga de fuego, como las llaman por aquí por el efecto de su mordida, me acaba de bautizar. Cuando mis ojos se acostumbran  veo que efectivamente lo que el chico carga es una espingarda, pero descubro mas tarde que se forja una gran mentira. El cañón, un pedazo de tubería, el resto una perfecta imitación de una culata en madera.  Liderados por la cacique Maria Aparecida Toro Ekureudo y cansados de esperar una decisión de la Justicia y de los Órganos competentes algunas familias decidieron en 2006 volver a vivir en aquellas tierras para hacer valer sus derechos. Están en una antigua hacienda de ganado actualmente desactivada. Han empezado la construcción de la que llaman “Aldea Nueva”, situada a  5 Kilómetros de la villa en donde residen los no indios.  Con mucho sacrificio han levantado dos grandes chozas para que extendamos nuestras hamacas, otra para la realización del encuentro y dos letrinas. 

Maria Aparecida me abraza.

–          Pensé que no venías y me sentí muy triste, pero ahora que te veo estoy llena llena de alegría.

A mi me emociona que pequeñas presencias, pequeños detalles nos adornen el corazón con tanta intensidad. Nos vamos acomodando y me pregunto si no se nos caerá la cabaña en la cabeza a mitad de noche con tantas hamacas colgadas. Resiste bien. Metida en el saco dormir y balanceando el aire junto al grupo voy adormeciendo.            Inevitable abrir los ojos con la primera claridad tenue del amanecer. Las araras azules y rojas se han puesto a gritar locas reclamando comida y nos despiertan a todos. El reloj pierde sentido. Un baño frío en un caño de agua, una presilla manual que la almacena y Cássia, nieta de Maria Aparecida se divierte trepando en un árbol y me deja hacerle una foto.

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         El evento está organizado por la Comisión de Articulación de Mujeres Indígenas  de Mato Grosso. El tema “Território e Identidade”, resalta la importancia de la madre Tierra para el pueblo y para la mujer indígena. Problemas comunes se comparten a lo largo del día: la necesidad de demarcar y homologar los territorios; retirar a los invasores que hoy explotan la tierra sin cuidado en nombre del desarrollo blanco; explotación salvaje de los recursos naturales; construcciones masivas de  pequeñas hidroeléctricas que acaban con los ríos; la contaminación del suelo y los animales a través de las mono-culturas a larga escala; la falta de salud y educación; el maldito alcoholismo. Una realidad que compromete la sustentabilidad tradicional de los pueblos y que interfiere brutalmente en sus formas de vida y organización.  

     Se suceden los testimonios a lo largo del día. Las mujeres Xavante cuentan que sus tierras están rodeadas de latifundios de soja. Viven un gran problema de contaminación de las aguas y el suelo.

–          Ellos tiran los grandes bidones de agro tóxicos vacíos al río. La pesca ha disminuido mucho. 

Las representantes del pueblo Terena dicen que aún no tienen la tierra demarcada pero está reconocida. Has pasado 8 años al margen de una carretera para conseguir las tierras. Es un área grande pero no tiene agua. Todo está seco.

            Las mujeres del Xingú cuentan que todos los manantiales de sus ríos están fuera de su territorio sufriendo contaminación de los latifundios. Sienten que el clima está cambiando. Ya no llueve. Luchan diariamente por preservar la floresta. Dicen que las centrales hidroeléctricas y la hidrovía han dejado el agua del río impropia para beber. Pero luchan. No dejan entrar alcohol en las aldeas ni nadie alcoholizado. Organizan anualmente encuentros entre las mujeres en los cuales las más viejas repasan su sabiduría a las nuevas generaciones.

            Las mujeres Umutina cuentan que el fuego que colocan en las haciendas que rodean la aldea entra en su territorio. Han solicitado un camión de bomberos permanente en el área. Reclaman de las mentiras de los periódicos locales que les acusan de provocar ellos mismos el fuego. Actualmente la única tierra con floresta es la indígena.

            Las pequeñas mujeres Rikbatsa engalanadas con sus numerosos collares sufren de los mismos problemas pero nos cuentan que han creado formas de resistencia colectiva para defenderse de invasores. Cuando alguien entra en el territorio  hombres y mujeres de las 36 aldeas se organizan para enfrentar juntos la invasión. Se dividen la vigilancia constante del área.

            Maria Aparecida, Bororo,  toma la palabra:

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–          Los problemas del indio empezaron con el descubrimiento. Nos convertimos en esclavos. El gobierno tiene una gran deuda con nuestro pueblo. De hecho los Bororo ocupaban territorios desde Bolivia hasta Goiás. La mayor parte de los Bororo que sobrevivieron fueron protegidos por los Salesianos. A pesar de prohibirnos hablar nuestra lengua y reprimirnos como pueblo, protegieron nuestra vida. Nosotros hacíamos las celebraciones escondidos. Cuando surgen problemas parece que el pueblo Bororo es miedoso, pero es que sufrimos mucho. Yo vivía muy bien, mi marido trabajaba y ganaba su dinero pero era vivir de favor en las tierras de misión. Decidimos luchar por lo que es nuestro. Cogimos un camión y vinimos para acá con 46 cabezas de ganado que tuvimos que ir vendiendo para construir las cosas. Yo me sentía alegre, en una aventura. Si muriésemos sería por nuestra tierra. Fuimos amenazados, todos nos desanimaban, incluso la FUNAI (Fundación Nacional do Indio) que tendría que ayudarnos. Les dije que no iba a salir de aquí. Hay un hombre muy malo, muy violento en la Villa. Nos quemaron nuestro camión con el que recogíamos la leche. Después mataron a uno de los nuestros. El periódico dijo que estaba robando naranjas, pero nosotros sabemos que fue asesinado en la puerta de su casa. Los policías que lo hicieron fueron presos pero uno huyó y al otro le soltaron. Quemaron nuestro camión, mataron a uno de los nuestros y no pasó nada, por eso sabemos que las cosas van a empeorar.

Maria Aparecida continua la historia con los ojos tristes, y al mismo tiempo llena de  esperanza por encontrar a tantas “parientes”  en su aldea:

– Los policías van al río a drogarse y emborracharse. Disparan como locos en los troncos de babaçu (un tipo de palmera). Pobres babaçus. Están todos agujereados ¿Será que ellos quieren asombrarnos? Tienen casa en el río por eso no podemos pescar. Proponemos hacer un documento para que se aceleren las cosas. Quiero morir sabiendo que mis hijos no necesitan convertirse en asesinos por la ausencia del gobierno, porque si fuera así, se que ellos morirán en la cárcel. No saldrán.
Para evitar el alcohol hay que tener lo que hacer. Queremos plantar y ganar nuestra comida. El trabajo trae dignidad a la persona.

Maria Aparecida termina su relato con la frase que todas usan para cerrar sus intervenciones: “eso es lo que tenía que decir”.  Las mujeres aplauden como forma de abrazar a la “pariente” que acaba de hablar.

Al encuentro fueron también dos representantes del Ministerio Público, y Paulo, historiador de la Universidad de Rondonópolis que acompaña esta realidad desde 1990. El profesor cuenta su relato para el grupo  y lo hace con un cierto modo indígena. Pausadamente, sin bruscas alteraciones, en una cadencia serena:

–          En agosto de 2006 uno de mis alumnos, que era policía militar, me avisa de la situación en la que se encuentra esta aldea. Hay riesgo de vida. Vinimos y encontramos un policía que daba apoyo a los indio, pero que sufría mucha presión de los líderes locales. Buscamos a estos líderes. Son bandidos antiguos y es difícil tener pruebas contra ellos porque tienen la complicidad de las personas que trabajan con ellos. Doña Maria Aparecida viene a un encuentro en la ciudad y en aquel día recibimos la noticia de que iban a cometer un atentado contra Joao que era dueño del camión. La estrategia era acabar con los indios Bororo destruyendo su medio de vida. En diciembre queman el camión. Intentamos demostrar que era un crimen federal pero como Joao es blanco dijeron que era responsabilidad de la policía civil y sabemos que estos son contra los indios. Meses después mataron a Elenilson. Todos saben quien mandó matarle y quien ejecutó la orden. De nuevo lo caracterizaron como un crimen común. Los blancos organizaron una Audiencia Pública con los políticos para mostrar que ellos tienen derecho a la tierra. Algunos están aquí desde los años cincuenta. Fui con los indios y se que fue muy importante nuestra presencia. Ellos no esperaban que tuviésemos coraje de enfrentarlos. Los políticos recularon y decidieron no actuar. El Ministerio Público siempre ha estado de nuestro lado. Muchos blancos están desmoralizados pero aguantan porque quieren mejorar las indemnizaciones que el gobierno les da para salir. Creamos una comisión de apoyo con la universidad y la comisión indigenista de la iglesia católica(CIMI). El proceso está andando pero ellos tienen el apoyo del gobernador.

        La noche nos envolvió rápidamente. Los hombres nos sirvieron arroz con frijoles y carne. El cielo estrellado nos fue adormilando a todos. Pienso en nuestro modelo de mundo. Aquí se enfrentan groseramente dos proyectos de desarrollo. Y no hay duda, el nuestro necesita crecer sin medida y amordazar hasta la extinción a las minorías. Es  como una trampa; para mantener la economía, la estabilidad hay que producir y consumir cada vez más, a costa de acabar con la vida. Me pregunto que podemos hacer desde una España, desde un gobierno brasileño que hoy predica soluciones como los “biocombustibles” y la exportación de la soja. Parecemos condenados a vivir del exceso sin poder hacer nada para remediarlo, como bien analiza Boaventura de Sousa Santos, sociólogo portugués, “todo parece negociable y transformable a nivel de empresa o de familia, de partido o sindicato, pero al mismo tiempo nada nuevo parece posible a nivel de sociedad como un todo o de nuestra vida personal como miembros de la sociedad” (pag.89 “Pela Mao de Alice”. O social e o político na pós-modernidade)

 

2 Responses to “EN TIERRA BORORO. PARTE I”

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