CHIQUIÑO
– ¡Socorro, socorro mi hijo está muerto!, ¡Dios mío, no respira más¡ ¡Socorro ayúdenme, mi hijo se ha muerto! ¡Por favor, por favor!
¿Cómo se puede incorporar en la palabra escrita la exageración desesperada del grito borracho que la señora María nos llevó aquella noche? ¿La vocalización torcida del alcohol cuando nos intentaba explicar lo que había pasado?, ¿El olor de la nube cargada de aguardiente barato que se mantuvo petrificada delante de ella como un muro que tuviese la función de separarnos? ¿O el escepticismo somnoliento que arrastrábamos Lucas y yo a cada paso que dábamos en dirección al cuchitril?
– Mi comadre y yo estábamos charlando cuando se ha caído al suelo y no se ha levantado más. Le hemos hecho de todo para reanimarlo. Le he abofeteado, abrazado, hasta el boca a boca le hemos hecho la Julia y yo igualito que en la televisión, pero nada, ¡ay dios mío! que está muerto mi niño, muertito, …
¿O la oscuridad endurecida de la caseta a dos velas que encontramos al llegar? ¿La impregnación de la cachaza en las tablas de madera que simulaban levantar cuatro paredes junto al olor compacto de frijoles fríos? ¿O los segundos atemporales que tardamos en ver alguna cosa? ¿La sombra semi-lúcida de nueve años que yacía en el suelo de barro desmayada al lado de Chiquiño? ¿Los rostros fantasmales de la vecina y la madre, la madre y la vecina, ora en pié, ora de rodillas?
– ¿Chiquiño me escuchas? ¿A ver?, pues sí, está respirando normalmente doña Maria. ¿¡Eh Chiquiño!? ¿verdad que estás escuchando?¡Venga hombre dinos algo!
¿Cómo se puede transmitir con la palabra escrita, limitada y corta el deseo de un niño que juega a muerto, agazapado detrás de una tumba imaginaria que le ha convertido en rey? ¿O el disfrute mudo de su cuerpito mentiroso frente a las mil caricias que ha conquistado en este velorio de fantasmas borrachos? ¿O el desfallecimiento ruidoso de la lógica, de la sensatez, cuando hay que sobrevivir al vacío a cualquier costo? Porque si hay que morirse para ser amado, uno se muere. Y si hay que morirse por un beso, uno se muere. Y si hay que morirse por un instante de universo, uno se muere sí señor, como se muere un Chiquiño.
Lucas y yo sin decirnos nada y a un tiempo comenzamos a hacerle cosquillas al susodicho muerto que sin poder remediarlo resucitó de inmediato dando una carcajada.
– Quiero un chocolate tía Lola -las primeras palabras que se le escurrieron bajito por la boca-
– Chiquiño, la próxima vez que quieras un dulce, no tienes, que, morirte, ¿oíste?, vienes, lo pides y punto.
-las últimas palabras cuadradas que despeñé en su oreja-
Porque si hay que morirse…
¿Cómo se puede terminar una palabra?
Hermoso relato que dice mucho más que una tesis doctoral sobre el amor a los hijos y la situación de los pobres que vives. Mi pasmo, mi admiración, mi silencio.
Muchas gracias Pedro. Abrazo
Impactante, soberbio. ¡¡Menuda llamada de atención!!