Los Remedios
La vida teatral en la capital no se limita a “Madrid Central”. El Espacio exlímite nace con la vocación de dar visibilidad a otro tipo de trabajos. Actualmente, y por poco tiempo ya, se representa Los Remedios, una valiente, divertida y al mismo tiempo reflexiva obra firmada por dos jóvenes talentos que demuestran tener voz propia.
Uno de los errores más comunes entre los autores noveles es pensar que la propia vida es un excelente material que puede ser convertido en arte. La intensidad y la pasión con la que el creador vive y dialoga con su profundo mundo interior le impide ponerse en el lugar del otro que normalmente, ajeno al discurso, no entiende lo que se le pretende contar. Para que la jugada salga bien hay que tener oficio y ser muy bueno, como le ha pasado a Almodóvar en su reciente Dolor y gloria (2019).
Por otra parte, uno de los clichés más extendidos en el mundo de la interpretación es que el intérprete acostumbra a ser una persona tímida y pudorosa, que busca a través de los personajes que interpreta la posibilidad de experimentar en el escenario aquello con lo que no se atreve en la realidad. Allí es donde se transforma y disfruta para volver luego a una vida que suelen percibir como gris. Sin embargo, cuando el personaje tiene puntos de conexión con el intérprete, el juego se hace menos divertido y todo el trabajo actoral acaba resultando una agotadora disección de uno mismo.
En Los Remedios, Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro, se vuelven autores y actores de una obra que bucea a través de los recuerdos de una infancia y adolescencia que compartieron en un barrio de su Sevilla natal. El texto, firmado por Delgado-Hierro, es una autoficción; género que se ha puesto de moda, en parte porque parece que aquellos que osen sin éxito convertir la vida en arte pueden atribuir lo que desde fuera se ve como un error a ese juego entre realidad y ficción.
Si es cierto que de alguna forma los actores se desnudan en el escenario (mucho más en el teatro que en el cine), en esta ocasión los jóvenes intérpretes no tienen ningún pudor en hacerlo y, para dejar claras sus intenciones, casi lo hacen literalmente. La humilde escenografía, lejos de suponer un límite, resulta un estímulo para aprovechar los recursos más básicos del teatro y, por lo tanto, demanda la complicidad del espectador. Y es en ese espacio intermedio entre lo que muestran los actores y lo que los espectadores perciben donde se desarrolla la función.
Algún segmento de la obra, de un tono cómico más marcado, quizás se alarga demasiado y carece de la densidad que caracteriza la mayor parte del texto. Igualmente el recurso de la proyección de algunos textos resulta un tanto excesivo, dado que con una menor cantidad se lograría el mismo efecto y la mente del espectador podría digerirlos más fácilmente.
Por otra parte, quienes conozcan la vida en la capital andaluza y en especial en el mencionado barrio sevillano, disfrutarán de lo lindo. Ahora bien, en caso contrario no tienen que preocuparse: la mayoría de las situaciones son comunes a cualquier punto de la geografía española. Lo que está claro es que el espectador cómplice se podrá ver reflejado a sí mismo en ese poliédrico juego de espejos existencial en el que los autores tratan de encontrarse. Ahí radica el valor de la obra.
Todavía están a tiempo.
@cinepacografico
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