Dolor y gloria

Dolor y gloria 1

En el cine español solo Pedro Almodóvar es capaz de convertir un nuevo estreno en un verdadero acontecimiento. Odiado y amado por igual, su última creación, Dolor y gloria, parece estar conciliando opiniones y recibiendo aplausos unánimes. Es su película más honesta y personal y, según él mismo, su trabajo más difícil. Se nos cuenta la historia de un director de éxito marcado por los dolores físicos y los del alma, ¿os suena de algo?

 

Por más que los cuentos de hada hablen de ello, ningún niño puede entender lo que se siente al estar enamorado hasta que años más tarde lo experimenta en sus carnes. Del mismo modo el adolescente rebelde que cuestiona de forma sistemática a sus padres es incapaz de entender lo que significa la paternidad. Con Dolor y gloria me ocurre algo así. Tengo la impresión de que la última creación de Almodóvar solo puede ser verdaderamente apreciada cuando uno ha vivido lo suficiente como para escribir unas memorias. Pero, sin embargo, al igual que el amor o la paternidad pueden resultar fascinantes para quienes no lo han conocido; esta película logra cautivar al espectador.

Dolor y gloria 2Los seguidores más fieles del director manchego sabrán que en su ya dilatada carrera se pueden apreciar obsesiones y elementos formales marca de la casa, pero también distintas etapas, especialmente en lo referente a la gravedad y la estilización del lenguaje cinematográfico. En este sentido, su anterior trabajo, Julieta (2016), ya mostraba una evidente apuesta por la sobriedad (aunque si atendemos a gran parte de su obra “sobriedad” y “Almodóvar” parezcan términos opuestos). Esta tendencia se prolonga en Dolor y gloria, al narrar el viaje emocional de un director consagrado en horas bajas mediante breves encuentros con diferentes personajes y los recuerdos de una infancia lejana. Esta renuncia consciente de la acción tal y como la entendemos habitualmente puede conducir al espectador a pensar erróneamente que en esta película no pasa nada. La mayor parte de la ficción que consumimos nos ha malacostumbrado al presentar siempre historias en las que ocurren muchas cosas: cambios de escenarios, abundancia de personajes, giros narrativos… ¿pero acaso no basta con la acción que acontece en el interior del personaje? Al fin y al cabo, en la vida real hay mucha más acción relevante dentro de cada uno que en la monotonía del día a día y cualquier diario personal podría dar buena cuenta de ello.

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La de un diario personal puede ser una buena imagen para referirse a una historia que parece tejida a partir de retales de la vida del propio director. Mucho se ha escrito en estos días del carácter autobiográfico de la cinta hasta el punto de que el propio director ha intentado aclarar cuánto hay de verdad en los hechos y sentimientos que refleja en esta película. Con todo, los conocedores de la vida y obra de Almodóvar disfrutarán jugando a buscar la realidad entrelazada en la ficción. Este trabajo del director entronca con el de otros grandes cineastas que también han se han retratado en la pantalla en un ejercicio de ponderación de los éxitos y fracasos de sus vidas o, en términos más almodovarianos, del dolor y la gloria. Fellini, ocho y medio (Federico Fellini, 1963), All that Jazz (Bob Fosse, 1979) o Desmontando a Harry (Woody Allen, 1997) son buenos ejemplos de esta especie de subgénero al alcance solo de directores de consolidada trayectoria y auténticas inquietudes artísticas.

Dolor y gloria 4A lo largo de su carrera Almodóvar ha escandalizado con irreverentes escenas de todo tipo: la lluvia dorada de Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón (1982), las monjas drogadictas de Entre tinieblas (1983), la masturbación de Átame (1991) o la violación de Kika (1993). Luego pasó a sacudir al espectador con una intensidad emocional que a menudo calificaban de barroca: la depresión en La flor de mi secreto (1995), el duelo en Todo sobre mi madre (1999), la venganza en La mala educación (2004) o la obsesión en La piel que habito (2011). En todas ellas el director mostraba una realidad deformada de distintas maneras, como lo hacen los diferentes espejos de una atracción de feria. En Dolor y gloria ese reflejo se muestra más nítido que nunca. Lo que vemos en la pantalla remueve porque parece auténtico y por eso el espectador incluso puede experimentar cierto pudor durante el visionado. Conseguir esto con una película es dificilísimo y, sin duda, todo un éxito, aunque para ello Almodóvar haya tenido que supurar algunas de las heridas que le procuran más dolor.

@cinepacografico

 

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