Fiesta en el Cielo
Cuentan que gran jolgorio se armó en el Cielo cuando, procedente de Calculta, llegó la diminuta Madre Teresa de los Pobres a las altas cumbres celestiales. El bueno de San Pedro había organizado una fiesta sorpresa de bienvenida y envió a Vicente de Paúl y a Damián para recibir a la misionera.
Teresa, buena samaritana, llegaba llena de arrugas, con su sari resplandeciente y con una mirada en la que se traslucían los rostros de los más pobres entre los pobres.
La religiosa se sentía feliz de estar con Damián y Vicente. Al Fundador de las Hijas de la Caridad, le dijo que le había ayudado a inspirar su obra y que aprendió algo muy importante de él:
– No debéis olvidar jamás que los pobres son nuestros señores: tenemos que amarlos y prestarles obediencia.
– ¡Vamos Teresa, que hay mucha gente aquí arriba impaciente por verte! (dijo el apóstol de la Caridad un tanto ruborizado).
Damián, mientras tanto, le tendió suavemente su mano. Él siempre supo del amor que ella sentía por su vida y por su obra. Llevaba tiempo esperándola. Y le recordó la felicidad que provocó a un anciano leproso totalmente desfigurado, que se acercó a ella para decirle, tras haberla escuchado con emoción:
– Repita eso otra vez, Madre Teresa. Me ha hecho mucho bien oírselo decir. Siempre había escuchado que nadie nos quiere. Resulta muy hermoso saber que Dios nos ama. ¡Repítalo de nuevo, por favor!
Teresa había salido de la tierra con funerales de Estado, en los que los pobres no pudieron participar. Ahora, en el Cielo, se encuentra con una mesa sin fin en la que están sentados, con traje de gala, todos aquellos moribundos, leprosos, enfermos de SIDA, a los que ella y sus hijas e hijos han ayudado a morir con dignidad.
Al ver a su gente, Teresa llora de alegría:
– Vosotros sois para mí el rostro de Cristo, mi Señor. Por fin, estoy con vosotros para siempre.
Damián contemplando la alegría de Madre Teresa le dice casi susurrando:
– Teresa, has llenado el Cielo de pobres, que se han convertido en los amigos de Jesús, el Amor de tu vida. Y Jesús quiere verte, porque tuvo hambre, y le diste de comer; tuvo sed, y le diste de beber; estaba desnudo, y le vestiste; carecía de hogar, y le ofreciste cobijo.
Así es, amigos lectores, la vida de las personas apasionadas por Cristo. Y áun en nuestro mundo quedan muchas personas que se dedican a sanar heridas, vendar llagas, quitar tanta sed, … Cada uno de nosotros está llamado a servir como Teresa, Vicente o Damián. ¿Os acordáis de las palabras de Jesús: Lo que hagáis al más pequeño de los míos, a Mí me lo hacéis?
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