Kamiano

Mañana celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Mi querida Ana Medina comparte su testimonio mariano con nosotros. Todo un regalo que va en sintonía con el Evangelio que mañana se proclamará en la Eucaristía. Ojalá nos sirva para disponer nuestros corazones junto al de María.

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Amigos de María, hoy: Ana Mª Medina Heredia, laica (*)

Aín Karem es el lugar del encuentro. El de dos mujeres que se abrazan más allá del saludo. Llevan tiempo sin verse, y aunque se reconocen, les parece hacerlo de pronto con ojos nuevos. Cada una de ellas amasa en su vientre una promesa. María, la certeza de un Dios que se hace pequeño para darse al ser humano sin asustarlo. Isabel, la de los sueños cumplidos en la espera y el abandono. Ríen, saltan, y la escena se llena de voces cantarinas por las que el corazón se hace agua para estallar en besos. Cuando las imagino, vibra en mi interior la fuerza de saberme, también yo, habitada. Hasta que no lo descubres, cualquier acercamiento al otro es torpe y tosco. Pero cuando, como María, sabes que Dios está contigo, que es Su aliento el que te respira, el hermano deja de serte ajeno y la vida solo sirve para servir.

Aín Karem es también para mí el nombre de un lugar sagrado: mi grupo de vida. En él me encuentro con mis hermanos y hermanas, en una pequeña porción de mi comunidad. Como María, con sólo un abrazo se desvanecen el cansancio del camino y el miedo de la meta. Nos miramos nuevamente, abiertos cada vez a la sorpresa, y lloramos y reímos, compartiendo lo que somos y deseosos de sentir la piel del otro, hecha de nuestro mismo barro, hecha de Dios.

En la mochila de los encuentros llevamos luces y sombras. Hay momentos en que, sin avisar, el vino se acaba. Como en Caná, se paran en seco la risa y el canto. En mi pequeña familia, el dolor nos asaltó en forma de enfermedad e hizo morada en mi madre. Tuvimos que atravesar la noche oscura, y lamentarnos por nuestras copas vacías, para descubrir que el vino que nos aguardaba era mucho más sabroso, y que beberlo no nos embriagaba, como hace el corriente, sino que nos hacía despertar. “No les queda vino”, le debió de susurrar de nuevo a su hijo. Y Éste, que sabe que es inútil argumentarle a una madre, no tuvo más remedio que empezar a manifestar su grandeza.

María siempre sale en nuestro auxilio. También hoy y aquí. Para nosotros lo hizo de forma patente al concedernos el milagro de vivir aquellos meses con paz y asombrosa alegría, la de sentir más cerca y clara que nunca la presencia constante de nuestro Padre del cielo. Lo demostró al encarnar nuevamente a Cristo en la debilidad de nuestra madre amada, que bebió en plenitud aquella copa y que no dejó de ser feliz ni un solo instante de su vida. Y lo llevó a plenitud cuando, a las doce de un mediodía, tras rezar el Ángelus, se la llevó mansamente a la casa de Aquel que tanto la había amado.

En Caná, María cambió la vida de la humanidad para siempre. Nunca más el ser humano padecería en soledad sus desgracias. Del mismo modo, aquí y ahora, podemos tener la certeza de una madre que nos asiste y nos pone constantemente junto a su hijo.

(*) Casada, con un hijo, dirige Periferias en 13TV. Profesora de Comunicación en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Pablo, así como portavoz de la diócesis de Málaga. Roma parte de equipo coordinador de iMision.

(Tomado del capítulo “En camino”, de libro María, la primera en armar lío, editado por San Pablo)

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