Ante la Fiesta de San José
En Adviento la fiesta de la Inmaculada nos alegra el tiempo penitencial. Del mismo modo, celebrar a San José es como un oasis en medio del desierto. Es grande la admiración, la devoción, el cariño a este santo a lo largo de los siglos. Además, para muchos santos ha sido su referente. En estos tiempos de inquietud, en los que quizá el cansancio y el miedo nos puedan vencer, mirar al esposo de María, al que con tanto mimo cuidó de Jesús, nos ayuda a entrar en una dinámica diferente: la de la confianza en Dios, que se vale de mil maneras para estar cerca de nosotros. Os propongo esta oración:
Amigo San José,
tú que supiste custodiar a María y a Jesús,
que sabes de itinerancia,
de hacerte extranjero para proteger a tu familia,
ayúdanos en este tiempo turbulento,
para que nuestra mente y nuestro corazón
permanezcan fieles a la voluntad de Dios.
Carpintero de Nazaret,
que en las tareas más humildes,
facilitaste la vida de tus vecinos,
haznos sentirnos útiles de aquellos
que, por necesidad o soledad,
se ven contaminados por el desaliento.
Esposo de María,
que sabes lo que es amar sin medida,
cambiar tus planes
sin dejar nunca de lado a tu mujer,
inspíranos para que comprendamos
lo que Dios quiere de nosotros.
A veces, sus “renglones torcidos” son complicados.
Enséñanos a descubrir
su presencia en medio de nosotros,
si es necesario a través de los sueños.
Papá de Jesús,
que te desviviste por cuidarlo
como a tu propio hijo,
aliéntanos para saber cuidar a los demás,
desde la responsabilidad y el cariño,
desde la entrega y la donación de sí.
Protege a todos los que cuidan hoy:
al personal sanitario, de limpieza,
las tiendas de alimentos,
los que recogen la basura,
los voluntarios de Cáritas,
la policía, los bomberos,
los conductores,
los maestros,
a los políticos que velan por el bien común,
a los periodistas que informan
con realismo y esperanza,
a tantas religiosas enclaustradas con sus enfermos,
a los misioneros
que permanecen en las zonas de mayor peligro,
a esos sacerdotes que se las ingenian
para no abandonar a la comunidad,
a tantos padres y madres
que “teletrabajan” y atienden a sus hijos.
A tantas personas anónimas
que son verdaderos “custodios”
porque son gente de bien.
Protector de la Iglesia,
en estos tiempos de reforma
recuérdanos continuamente
los orígenes de nuestra fe.
Acércanos, de verdad,
a María y a Jesús.
En tu familia, José de Nazaret,
queremos poner nuestra confianza.
Tú, humilde servidor del Señor,
no nos abandones
en la hora presente -y en la última-
sintamos tu protección,
la de Santa María
y la de nuestro hermano Jesús.
Sintamos la verdadera vocación:
amar, amar y amar.
Amén.
Fernando Cordero ss.cc.
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