EL EJE DEL MAL

Hace unos años  escuché decir que las guerras del futuro estarían centradas en dos áreas: las periferias urbanas y las zonas de recursos naturales, en  donde en muchos casos aún resisten poblaciones indígenas en un intento por preservar su cultura e identidad, su vida. No ha pasado mucho tiempo. Estas batallas han llegado con la sofisticación a la que nos tienen acostumbrados. Son “guerras limpias”, donde los buenos ganan a los malos, y nadie inocente sale herido. No vemos sangre y a veces no vemos armas aparentes.

Vamos por partes. Las periferias urbanas de América Latina albergan generaciones trabajadoras nacidas y criadas entre falta de saneamiento, educación deficiente y un sistema de salud pública extremamente precario. Apartheid social. Rodeadas de narcotráfico y de una relación absurdamente corrupta y violenta con la policía, que debería ser defensora de la ciudadanía, los niños y  niñas  que he conocido se buscan a si mismos. Porque no nos engañemos, hay que ser alguien, hay que tener sentido.  Infelizmente una de las salidas que ellos encuentran es la de ser bandidos. Y está claro, es mejor ser bandido que no ser nadie. Pero no pretendo aquí justificarles, sólo traer a la luz también una parte de la verdad que no se cuenta. El lado que no se expone porque sería catastrófico para las nuevas políticas de seguridad que el Estado está estrenando. El año pasado el gobierno de Río de Janeiro decide enfrentar el narcotráfico invadiendo violentamente las chabolas y liándose a tiros. Diecinueve muertos en la primera investida. Según el comando de la policía, que aparecía orgulloso en revistas y periódicos con la pose de Rambo: un éxito, a pesar de haber capturado pocas armas, y casi ninguna droga. Según los habitantes de la comunidad, lo que hubo fue una sangría violenta e indiscriminada de trabajadores y jóvenes en su mayor parte.   Se abrió la veda a un terrorismo de Estado, a la criminación de la pobreza.

Por otro lado tenemos en ebullición la gran disputa del capital por hacerse con la Amazonia, y otros biomas de interés. Y por poner un ejemplo de los muchos que podríamos nombrar en este bellísimo y explotado país, en el Estado de Mato Grosso el poderoso gobernador Blairo Maggi, unos de los mayores productores de soja, además de fomentar una política de destrucción ambiental sin medida, en nombre del desarrollo claro, se articula con algunos alcaldes, diputados y senadores para in viabilizar junto al Ministerio de Justicia la demarcación de tierras indígenas, según denuncian los pueblos Guaraní y Kaiowá, saltándose a la torera los derechos conquistados desde la constitución de 1988 brasileña y los acuerdos internacionales. Si este tipo de iniciativa se lleva adelante, se abrirá un precedente que colocará en riesgo todas las reservas ecológicas amazónicas, fundamentales hoy para el planeta.

No nos engañemos tampoco con esto, los pueblos indígenas siguen siendo vistos por muchas autoridades como primitivos y estorban para este tipo de desarrollo. Es tal la ignorancia de una parte de la clase política y empresarial de este país. Hay que expandir las plantaciones de caña de azúcar, la construcción de usinas, expandir sin control hidroeléctricas, agro-negocio, utilización masiva de insumos químicos. Caiga quien caiga. Las famosas víctimas colaterales de cualquier guerra. Después nos alarmamos por la epidemia de suicidios que sufre en esta región el pueblo Kaiowá, víctimas de un terrorismo de Estado cuya arma más contundente es el desarrollo blanco.

Ayer conocí a una joven periodista cubana que vive en EEUU. Quería conocer el trabajo social que realizamos. Manifestaba su necesidad de comprometerse con los otros, con el mundo real, según decía, porque “en EEUU parece que se vive dentro de una ficción”. La gran preocupación es tener cosas. Trabajar, trabajar, trabajar para tener, tener, tener. Viveiros de Castro, importante antropólogo brasileño, contaba el caso de un pueblo indígena que insiste en vivir como tribu en una zona donde no hay nada. Demasiado seco, demasiado pobre, demasiado hueco todo. Rodeados de amenazas ellos podrían, como otros, irse a la ciudad, trabajar para hacendados, “convertirse a la cultura blanca de las cosas”. Ese no tener nada, decía Viveiros, lo es todo.

¿Como vamos a enfrentar nuestros propios crímenes, nuestra omisión, nuestra alienación y huída del mundo real? ¿Nos quedaremos en las trincheras con gafas de sol cada vez más grandes, caras y oscuras, con fones en el oído escuchando músicas de amor? ¿O nos dejaremos invadir por esa inquietud “malsana” que nos compromete con el horizonte?

 PD: A quienes os interese una visión crítica y didáctica de nuestro sistema de desarrollo, os recomiendo ver en You Tube “La historia de las cosas” The Story of Staff”

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