El misterioso ungüento

santiagoPaco Soria había sorteado varias enfermedades a lo largo de su infancia, junto a alguna intervención quirúrgica de alto riesgo. Estas circunstancias, además de su afición a la lectura y a la reflexión, le habían marcado el carácter. Le apasionaba sobre todo la historia medieval. Consiguió que sus padres, al cumplir los dieciocho años, le consintieran hacer el Camino de Santiago, uno de sus grandes sueños, con sus amigos Jaime y Mª José. Era tanta la ilusión que tenía que, a pesar de su frágil salud, permitieron a su hijo llevar a cabo su deseo.

Unido a la visita a la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, Paco quiso iniciar el camino buscando el Puerto de Ibañeta, donde existe un monumento a Roldán, que evoca el legendario poema de la “Chanson de Roland”. En ese lugar, junto a un hermoso arcoiris dibujado en el cielo, emprendieron los tres amigos la peregrinación hacia la tumba del Apóstol Santiago, con jornadas de hasta treinta y seis kilómetros a pie. Precisamente en los pies fue donde se concentraron los problemas de los jóvenes peregrinos. A Paco le habían salido tal cantidad de ampollas, que le era casi imposible caminar. Agotados, estaban durmiendo una siesta junto a los arcos de la iglesia románica de Santa María de Eunate, cuando un peregrino envuelto en una capa, despertó sigilosamente al lastimado caminante:

–  Utiliza este ungüento para tus dolores. Y recuerda que la esperanza es la mejor medicina para cualquier camino.

El misterioso peregrino desapareció. Paco se embadurnó los pies con el ungüento y lo compartió con sus amigos. Pronto sus achaques habían desaparecido y prosiguieron las flechas que guían el histórico camino jacobeo.

Jaime se quedó asombrado con la gallina y el gallo de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada. ¡Lo que hubiera dado él por comer pollo asado! Paco se extasió con la iglesia románica de San Martín de Frómista. Y Mª José quedó absorta con las historias que contaba el abad Viñayo en la Colegiata de San Isidoro de León.

Iba quedando menos para llegar a la meta, cuando en Portomarín, tras cruzar el río, en una pronunciada cuesta, una potente avispa picó en la pierna a Paco que, rápidamente, cayó rodando casi sin conocimiento hasta la ribera.

– ¡Se ha matado! – dijeron con miedo Mª José y Jaime.

– ¡No, todavía no os habéis librado de mí! – gimió con humor Paco.

Le aplicaron el ungüento en las magulladuras y continuaron el tramo final de su viaje. Casualmente, tras lo sucedido, les sorprendió en el camino una lápida con un sombrero, unas sandalias y un bastón. Estaba colocada allí en recuerdo a Guillermo Watt, que murió a los sesenta y nueve años, a una jornada de Santiago.

Siguiendo la tradición se lavaron en el río Lavacolla y subieron al Monte del Gozo, desde donde se divisan las torres de la Catedral. Fueron instantes de gran intensidad para Paco: el camino encierra sus dificultades, como las enfermedades que él ha padecido, como la vida misma. Pero es fundamental no detenerse y seguir adelante.

La llegada a la ciudad les proporcionó un gran contraste: se oía el ruido del tráfico distinto al silencio de las pequeñas aldeas, bosques o monasterios. Por fin, sus pies, cansados, pisaban Santiago de Compostela, símbolo de Jerusalén. Accedieron a la Plaza del Obradoiro y subieron por la escalinata al Pórtico de la Gloria. Se dieron los tradicionales croques con el Maestro Mateo y fueron a abrazar al Apóstol Santiago. En el abrazo, el Apóstol, situado en el baldaquino del altar mayor, expresó a Paco un consejo que él había escuchado ya de alguien en su peregrinación:

– Recuerda, la esperanza llena el corazón del buen peregrino.

Paco estaba impactado, después de tantos días de camino, había llegado a Santiago y el Apóstol le había hablado. Ahora, contemplando el Botafumeiro, parecía estar en el cielo. Cae en al cuenta de que el peregrino samaritano que le ofreció generosamente el ungüento en el camino era el propio Santiago.

Los tres amigos se despidieron de la ciudad. Llovizneaba y la fachada del Obradoiro estaba envuelta en una luz tenue. Paco hizo la promesa de iniciar estudios de medicina y convertirse en una persona que fuera alivio, ungüento para los que lo necesitaran. Sus amigos también se vieron transformados por una extraña felicidad y, en el futuro, se convertirán en un matrimonio alegre, fiel y generoso.

Fernando Cordero Morales ss.cc.

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