Kamiano

Con ocasión de la fiesta de la Virgen del Pilar, ofrecemos este texto del sacerdote Antonio García Rubio, párroco del Pilar de Madrid. Os deseamos a todos un feliz encuentro con María, la que nos precede y acompaña en el camino.

AMIGOS DE MARÍA, HOY: Antonio García Rubio, sacerdote[1].

Acabo de rezar el rosario paseando por una playa amiga, en la costa de la Ría de Pontevedra. Estoy pasando unos días de descanso. Lo he hecho junto a otra amiga, una de las muchas Marías, servidoras y contemplativas, de las que pueblan la vida diaria de la comunidad creyente. Mientras paseábamos ambos con nuestra oración, junto al majestuoso océano Atlántico, que hablaba por sí solo de las maravillas de Dios, un banco de delfines nos deleitaba con sus portentosos saltos por encima de las aguas profundas, con el fin de llenar de un ritmo sosegado y templado nuestra oración. Algunos bañistas paseaban también con su bisbiseo peculiar y con sus pies salpicados de mar. Un silencio lo envolvía todo. Solo lo rasgaba el murmullo de nuestras avemarías, ese otro cuchicheo de los paseantes que se mezclaba con las olas serenas y pacíficas de esta mañana y el rumor suave de los pinos, los eucaliptus, los abedules, los carballos y los castiñeiros que rodeaban nuestra pequeña cala.

Orar en plena naturaleza, con el temple de la brisa, y en el templo del Dios Altísimo, es un gozo inusitado. La boca se nos llenaba de avemarías y el corazón se henchía de azul y de los secretos de una luz pacífica y quieta. No existe experiencia más gozosa que la de adentrarse en las entretelas y en los entresijos del corazón, donde habita Dios, donde se le escucha y donde se puede hablar con Él, al modo como un hombre habla con su mejor amigo. ¡Bendito sea! María ha sido la introductora en el aliento divino, el que se nos ha dado a respirar rítmicamente entre las arenas de la playa, en nuestra más íntima intimidad. La repetición de su mantra, de ese mantra eclesial que es el avemaría, nos ha ido adentrando con equilibrio, en la hondura del alma. Y una alegría nueva, la propia de la mirada de la misericordia divina, la que cantó María, “se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, se nos ha desenvuelto en el jardín de nuestro corazón visitado. ¡Gracias!

Somos los buscadores buscados. “Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras”. Él, el que cubrió con su sombra las entrañas vírgenes de María, la dulce María, la que escuchaba y guardaba en su corazón, con el fin de poder darnos a todos a raudales gracia tras gracia, nos busca sin descanso. Y el que se descubre buscado, ya no cejará en intentar el mismo empeño divino: no descansar hasta encontrar la Fuente de la que brota la vida. “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre”, gritará en silencio san Juan de la Cruz. Hemos de roturar un jardín interior, cultivar el huerto del alma, construir un pequeño eremitorio “en la intimidad más íntima” de nosotros mismos. Ese es el camino de la recuperación del hombre, de la posibilidad de constituirse, por pura gracia, en un hombre nuevo. El camino está esbozado y trabajado por el Espíritu Santo en la interioridad, en el vacío preparado de la humanidad, el que ofreció con su sí al plan de Dios la bienaventurada Virgen María. Ella es la que nos enseña la senda de la salvación, la alegría del encuentro definitivo, el que nos ha abierto el Hijo de María, con su muerte y resurrección. Estamos en el tiempo nuevo. Es hora de afrontar lo que nos espera. Un paseo contemplativo, de la mano de María, nos ayudará en la tarea. ¡Bendita tú!

[1] Antonio García Rubio es párroco de Nuestra Señora del Pilar en Madrid. En el libro 14 aprendizajes vitales, tiene un artículo titulado “Cultivo de la Interioridad”.

(Tomado del libro “María, la primera en armar lío”, editado por San Pablo)

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