Fragmentos de una mujer
Fragmentos de una mujer, de Kornél Mundruczó, es una pequeña película que acaba de ser estrenada y que ojalá no pase desapercibida para los usuarios de Netflix. Tanto por su calidad cinematográfica como por la importancia, rigor y elegancia con la que aborda un tema tan complejo y poco tratado como el duelo, merece que, al menos durante unas semanas, se cuele entre lo más destacado de la plataforma.
El duelo es un proceso tan extremo que casi siempre permanece como un tema tabú. Normalmente las experiencias vitales límite suelen ser objeto de literatura, música o cine. Sin embargo, no ocurre así con este tema. Quizás sea porque la muerte nos enfrenta ante un misterio que nos sobrepasa y hace las preguntas que nos deja impidan que las heridas cicatricen y paren de sangrar. Visto así tiene sentido preferir mirar para otro lado. Ahora bien, no por ello deja de ser una realidad que nos acecha y que, justamente porque no se acostumbra a hablar de ella, ejerce sobre nosotros una cierta fascinación si se presenta adecuadamente. Afortunadamente, el ser humano puede encontrar en el arte una forma de sublimar el dolor. Así surgen obras genuinamente hermosas y poderosamente cautivadoras como Fragmentos de una mujer.
La película cuenta la historia de una mujer que debe hacer frente a la fatal muerte de su hija recién nacida y muestra cómo es zarandeada por las reacciones de su pareja, su madre, el resto de su familia e incluso la sociedad, que muestra interés por el caso debido al juicio por una posible negligencia de la comadrona. A simple vista la trama es sencilla y no suceden muchas cosas. Sin embargo, es innegable que dentro de ese personaje hierven muchas emociones que van desde el instinto de supervivencia hasta la de autodestrucción. Contar todo esto es lo complicado, pero ese es el argumento de la película. Hacerlo bien, casi un milagro.
Traducir este viaje emocional en imágenes exige una sensibilidad exquisita y una puesta en escena sutil pero que no dude en mostrar la crudeza de la desgracia. El prácticamente desconocido director húngaro Kornél Mundruczó construye al inicio de la película un fascinante plano secuencia para mostrar casi a tiempo real el parto en el hogar y sumergir al espectador en la escena gracias unos delicados movimientos de cámara. A partir de ahí el realizador pasa a modo incógnito y concede el protagonismo al silencio y al lenguaje corporal de una mujer rota que va dando tumbos por la vida. Tan solo se hace notar en algunos encuadres en los que pretende subrayar detalles aparentemente anodinos pero que luego adquieren significado, como el marco de fotos de cristal, las manzanas o las semillas. Sobresale el uso del color rojo, que aparece primero en unas pequeñas manchas de sangre aparentemente sin importancia pero que anuncian la desgracia; que se sustituye al negro como color de luto en el deambular de la protagonista por las calles nevadas de Boston, y que inunda la pantalla en esa sala de revelado donde se produce la catarsis del personaje.
La narración se sirve de la exquisita labor del músico Howard Shore, conocido por sus trabajos para la saga de El Señor de lo Anillos (Peter Jackson, 2001-03). En esta ocasión se aleja de la épica y opta por un estilo que recuerda por un lado a las elegantes composiciones melódicas de Patrick Doyle o Alexandre Desplat y, por otro, al minimalismo de Philip Glassy algunas de sus asfixiantes composiciones en películas como Las horas (Stephen Daldry, 2002).
Otro de los baluartes de Fragmentos de una mujer es el reparto. El díscolo pero talentoso Shia LaBeouf realiza un trabajo brillante, siendo capaz de crear un personaje dotado por igual de un impulso y brutalidad casi animal y una sensibilidad acorde con la masculinidad del siglo XXI. Sin duda, es una lástima que la presencia de su personaje se diluya a medida que la historia centra en el papel que borda la prometedora Vanessa Kirby, premio a la mejor actriz en el último Festival de Venecia. Su casi omnipresencia en la historia implica que durante muchas escenas su evolución dramática parezca estancada y puede dar la impresión de que la actriz siempre mantiene la misma expresión. No obstante, esto no es cierto, y su arco dramático avanza gracias a gestos y detalles que exigen atención por parte del espectador. Pero por si esto no fuese suficiente, la película nos regala algunas escenas en los que el personaje explota y en los que la actriz británica logra escapar del peligro de la sobreactuación. La tercera en discordia es la oscarizada Ellen Burstyn, tendente al histrionismo y que realiza en esa ocasión un trabajo contenido dando vida al desagradable rol de la madre de la protagonista.
La película dura dos horas, pero en ningún momento se hace larga pese a la aparente falta de acción. Es más, incluso se echa en falta que no haya tiempo para profundizar en el proceso de distanciamiento de la pareja o en la evolución del personaje de Kirby tras el juicio, resuelto con el recurso de la elipsis. Pero supongo que ocurre como en los buenos banquetes: siempre es mejor quedarte con un poco de hambre que traspasar la línea invisible que separa la placentera sensación de satisfacción de la de hartazgo.
Nota: 8/10
@cinepacografico
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