Green Book
Green Book, de Peter Farelly, cuenta la historia real de un bruto y racista italoamericano que acepta la oferta de un refinado pianista negro para ejercer de chófer durante una gira por el sur de Estados Unidos a principios de los sesenta. Durante el viaje ambos irán salvando la distancia inicial que les separa y fraguarán una amistad que durará toda la vida.
Con la expresión feel good movie se acostumbra a etiquetar a aquellas películas que logran provocar en el espectador un sentimiento agradable y le contagian del positivismo con que relatan una historia que generalmente cuenta con un final feliz o abierto a la esperanza, y en la que los protagonistas
normalmente realizan un aprendizaje vital sobre algunas de las cuestiones que de verdad importan en la vida. Algunas personas buscan en el cine emociones fuertes como el miedo, el suspense o la acción; y otros, se inclinan por el mensaje y la reflexión. Sin embargo, a todos nos gusta que una película nos haga sentir bien, y por eso los títulos de este subgénero son tan universales y copan a menudo los puestos más altos entre las preferencias del espectador medio. En contrapartida, los críticos, mucho más proclives al análisis que al disfrute (quizás por deformación profesional), tienden a infravalorarlas.
Green Book es la feel good movie de este año. Desde su estreno en algunos festivales hace meses ha ido cosechando reconocimientos del público, mientras que los miembros del jurado le daban la espalda. Sus recientes éxitos a lo largo de la temporada de premios, culminado con las nominaciones al Oscar en varias de las principales categorías, ha hecho que se la empiece a tomar en serio y a que la competencia comience una sutil campaña de desprestigio levantado sospechas sobre sus virtudes. El argumento fundamental: su aparente sencillez y la evidencia de sus intenciones. Ahora bien, ¿desmerece por ello el producto final?
Comenzando por sus virtudes, hay que admitir que la película mantiene un buen ritmo durante sus algo más de dos horas de duración. La dosificación de los momentos de comedia y drama convierten esta suerte de road movie en un apacible paseo para el espectador. Pero quizás el aspecto más sobresaliente del film son las interpretaciones de los dos protagonistas. Ambos componen unos personajes estereotipados y reconocibles desde las respectivas presentaciones, evitando caer en la caricatura y desarrollando con respeto el arco dramático de sus correspondientes roles. Dicho de otra forma, consiguen que lo que no es tan fácil parezca más sencillo de lo que es.
Ahora bien, aunque el resultado sea efectivo y muy agradable, hay que reconocer que la película, y especialmente el guion, tienen un diseño de manual y, por tanto, poco original. De hecho, uno puede tener la sensación de haber visto ya la película. Los autores de esta historia no han arriesgado nada y solo han intentado actualizar el éxito de esa otra feel good movie que fue la olvidada Paseando a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989) a finales de los ochenta. Parece que lo están logrando y lo cierto es que lo que hacen lo hacen muy bien y es muy legítimo. Nadie tendría que poner el grito en el cielo por lo que hace Green Book, y menos en una época en la que se multiplican los remakes. Sin embargo, su falta de originalidad y creatividad le tendría que restar muchos puntos a la hora de ser valorara entre lo mejor del año pasado, ya que es por ahí por donde se desinfla el producto.
Las quinielas auguran que Mahershala Ali obtendrá el premio a mejor actor secundario por interpretar al pianista, aunque en realidad se trata de un papel protagonista (¿discriminación racial en una película que denuncia el racismo?). Tampoco se descarta su victoria en la categoría de mejor guion original (otra paradoja) y que dé la campana triunfando como mejor película. De conseguirlo auguro que con el tiempo envejecerá tan mal como le ocurrió a su prima Paseando a Miss Daisy.
@cinepacografico
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