La forma del agua
Guillermo del Toro es de esos directores que puede presumir de tener una personalidad propia. En su filmografía se encuentran títulos muy distintos, pero todos ellos tienen elementos en común marca de la casa. La forma del agua no es una excepción; y de hecho, todos estos componentes se articulan de forma más armónica que nunca al servicio de una historia que le está permitiendo triunfar allá donde va.
Un cuento original
Del Toro es un cuenta cuentos y, lo mismo cuando adapta un cómic que cuando hace una de acción de serie B, ya ruede una historia ambientada en la Guerra Civil o flirtee con el terror gótico; sus historias basculan entre la amarga realidad y la esperanza que desprende lo fantástico. Y aunque no siempre ha logrado que la fórmula surta efecto, cuando ha funcionado le ha salido muy bien. Ocurrió con El laberinto del fauno (2006) y sucede de nuevo ahora. Al igual que en los cuentos, la receta incluye una narración lineal, un ritmo ágil y personajes entrañables, con un conflicto claro y reconocibles por el espectador (hasta el punto de poder identificarse con ellos). El suspense y la historia de amor (que no debe ser muy compleja) contribuyen a elevar el relato. Si además el cuenta cuentos adorna la narración con un llamativo atrezo, una música que acompañe y la iluminación oportuna… no hay niño ni adulto que no disfrute.
Y es que en el fondo nos siguen gustando los cuentos. Lo que pasa es que ahora de mayores buscamos algo que parezca distinto. En La forma del agua la protagonista es una chica muda, solitaria, necesitada de un afecto y sumida en una vida rutinaria. Su limitación ha determinado su existencia, el modo en que los demás la perciben y, sobre todo, la manera en que ella se entiende a sí misma. 
Casi podría ser la protagonista de una película Disney, una de esas “princesas” que ya no necesitan corona para serlo. La diferencia es que aquí el director y guionista la ha humanizado tanto que incluso nos muestra sus impulsos sexuales y costumbres onanistas. A su alrededor, los personajes secundarios están tan canónicamente perfilados que cumplen a la perfección con la función que estos tienen en los cuentos: estar al servicio del desarrollo del protagonista. Y frente a la heroína, un malo malísimo a quien el espectador acabaría asestando una puñalada si pudiera. Para huir de lo clásico al director se le ocurre que la princesa se enamore de un monstruo que pronto deja entrever que no es nada feroz y que debajo de esa piel escamada tiene sentimientos (y más cosas)… Y por si a alguno le suena ese argumento traslada esta atemporal historia al marco de la Guerra Fría, y así, de paso, se dota al cuento de lectura política. En conclusión: La forma del agua es un cuento que engancha y que hace disfrutar, pero no es tan original como parece.
Un cuento con moralina
Y como todos los cuentos tienen moraleja, este también. Así que como Del Toro es un mejicano que hace películas en Hollywood no ha podido resistir a la tentación de imprimir a su obra una crítica a la política de Donald Trump. Los personajes buenos de esta historia son marginados (una mujer con discapacidad, una negra, un homosexual, un monstruo marino que procede de… ¡Sudamérica!); mientras que el malo es la encarnación del american way of life defendida por el presidente de Estados Unidos. El problema no es la crítica en sí, sino lo fácil de la misma. Si la película pretende ser un cuento para adultos es justo exigirle una segunda lectura más elaborada y compleja.
El fondo de esta historia tiene tan poca profundidad que uno echa en falta que el director no haya cavado más hondo en los pozos de esos personajes marginales que son bien interesantes: la soledad del artista homosexual próximo a la vejez, el carácter y resiliencia de la amiga negra que echa a sus espaldas a todo aquel que se tambalea a su alrededor, el contraste en la protagonista entre el miedo ante su acosador y la atracción hacia el monstruo… incluso el científico que vive el conflicto entre el amor a la ciencia y el amor a la patria. Como en un cuadro de puntillismo si de primeras se mira desde lejos el resultado resulta hermoso, pero cuanto más te acercas más se nota la ausencia de trazos y se evidencia la técnica. Pues igual con esta película, que pierde fuerza cuando se asienta.
Una peli de Oscars
No obstante llega a la ceremonia de este año como la favorita y ha estado incluso a punto de alcanzar el récord de nominaciones. Ciertamente, la película tiene una factura impecable (como todas las de su director) y lo normal es que se le reconozca en varias categorías técnicas y artísticas. Ahora bien, su presencia en las categorías principales refleja la apertura de la Academia a títulos diferentes (hace quince años no lo habría conseguido). Es más, la ausencia de una favorita clara la ha llevado hasta la primera posición en las quinielas. 
Sin embargo me temo que no será suficiente para vencer los prejuicios de los votantes hacia una película de este género. El suyo sería el triunfo de lo extraño, de lo freak… (aunque paradójicamente la envoltura sea cien por cien “hollywodiense”). Si ocurre será bueno por lo que significará de cada al futuro, y si no sucede pues que sea para premiar realmente a una peli mejor.
@cinepacografico
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