La madre del blues
La historia de la grabación de un disco es el telón de fondo de esta nueva crítica a la discriminación de los negros y al parasitismo de los blancos dentro la industria. La madre del blues, de George C. Wolfe, es una adaptación de una pieza teatral, que no logra despegar del escenario para el que fue concebida, quedándose a medio gas entre cine y teatro. Quienes sí vuelan alto son sus actores protagonistas, razón más que suficiente para ver la película.
Las adaptaciones de teatro a la gran pantalla siempre son un desafío. La tendencia a conservar la fuerza de los diálogos, que suelen ser el principal vehículo narrativo del texto, a menudo hace olvidar la importancia de una puesta en escena más dinámica, que aproveche los recursos del cine frente a las limitaciones espaciales que ofrece el escenario. Es complicado, pero a veces aparecen títulos como Las amistades peligrosas (Stephen Frears 1988) o Frost/Nixon (Ron Howard, 2006) que dan buena cuenta de que es posible. El resultado siempre rezuma un cierto aire teatral que evidencia la procedencia del material que se adapta, pero llamar película a lo que casi es teatro filmado es dar gato por liebre.
La culpa en estos casos se reparte entre el guionista que adapta la obra y, sobre todo, el director, que es quien tiene que tomar las decisiones sobre cómo plasmar en imágenes la historia. En esta ocasión se trata de un realizador con poca trayectoria detrás de las cámaras y bastante éxito en Broadway. El productor, Denzel Washington, que tres años antes dirigió Fences (2017), también escrita a partir de una obra del autor que vuelve a adaptar La madre del blues; trata de sacar adelante proyectos de denuncia racial y reivindicación del legado cultural de la comunidad afroamericana en EE.UU. Para ello sigue la máxima de que gran parte del equipo artístico y técnico pertenezcan a su misma comunidad, lo que supone una decisión respetable y acorde a sus objetivos, pero que no siempre desemboca en la mejor elección de cara al resultado final de la producción. En esta ocasión, al pobre trabajo de dirección hay que sumar un respeto reverencial por el material original que limita sobre el papel lo que podría haber llegado a ser una buena película.
Dejando a un lado estas consideraciones, La madre del blues toma como pretexto la grabación de un disco de una de las figuras más importantes de este género musical para ofrecer una reflexión sobre la tensión entre determinismo social padecido por los negros y el sueño americano, que invita a creer que uno puede ascender socialmente como consecuencia de su esfuerzo. Para ello se sirve de cuatro perspectivas diferentes. Por un lado, la del verdadero protagonista: un trompetista inconformista y soñador que actúa como anclaje emocional para los espectadores que también comparten el american dream, pero que se olvidan de que las oportunidades no son las mismas para todos y que no todo en ese sueño es tan bonito como lo pintan. Sobresale, por supuesto, la figura de Ma, una mujer, negra, gorda y lesbiana, que ha luchado contra viento y marea para lograr salir de la nada y que quiere disfrutar de la posición que ha alcanzado dominando a todos y, especialmente, a aquellos que han sido su tapón primero y ahora su trampolín en el ascenso social: los blancos. Estos, a su vez, vez,personifican en la película al capitalismo que solo pretende explotar la gallina de los huevos de oro. Y, por último, el resto de la banda, que representa a esa enorme masa que acepta con devota resignación las cartas que le ha dado la vida y cuyo escepticismo ante la idea de que alguien de su entorno logre triunfar supone la primera piedra en el camino de que quienes se aventuran a luchar por sus sueños.
El planteamiento es muy interesante pero no termina de cuajar en la pantalla por las razones ya expuestas. No obstante, el elenco de actores contribuye a mantener el interés y aquí es cuando hay que destacar el aplaudido trabajo de los protagonistas. Todo el mundo sabía que Viola Davis es una gran actriz y vuelve a demostrarlo dando vida a la rotunda, segura de sí misma y caprichosa Ma. Hemos visto muchas negras con personalidad en el cine, pero Davis otorga a Ma una sutil profundidad que le permite no quedarse en el tópico. Lo que casi nadie sabía es que el difunto Chadwick Boseman, cuya encarnación de Blanck Panther ha sido aplaudida más por tratarse de un icono cultural que por sus méritos interpretativos, podía hacerlo tan bien en un papel difícil y que exigía el carisma que no había demostrado hasta ahora. El suyo es un trabajo integral que abarca voz, cuerpo y sobre todo el rostro, que nunca ha resultado tan expresivo. Tras su muerte se ha sabido que llevaba años enfermo, así que cabe suponer que su trabajo se alimentó de todas las emociones a flor de piel que experimentó a lo largo del rodaje. Fue su canto del cisne.
En los tiempos que corren el lobby negro ha ganado músculo en Hollywood y de ahí que la película goce de una repercusión que no se ajusta a su valía cinematográfica. La triste coincidencia del fallecimiento de Bosman prolonga un aplauso que en realidad es más un homenaje al actor que a la película. Todos estos factores emocionales que sobrevuelan actualmente por la industria harán de La madre del blues una de las películas de la temporada. Dentro de unos años, cuando la cosa se enfríe, veremos qué queda más allá del trabajo de sus actores.
Nota: 6,5 /10
@cinepacografico
https://www.youtube.com/watch?v=lkACn47FIqY
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