Butaca 21

Tres anuncios en una carretera poco transitada de un pueblo perdido de Misuri dan mucho de sí, sobre todo si uno sabe qué es lo que tiene que hacer para llamar la atención. Y eso es lo que ha hecho Martin McDonagh en la aclamada Tres anuncios en las afueras, que se postula como una de las favoritas para los próximos Oscars.

Primer cartel: El rencor.
El primero de estos tres carteles no se anda con rodeos. La publicidad tiene un precio y el mensaje debe ser corto y preciso: “¿Cómo pasó, jefe Willoughby?” Más directo y punzante (dentro de lo que se puede escribir en un anuncio de carretera), imposible. Poco más de cinco minutos le basta al guión para hacer ver que la sobriedad e ingenio de los carteles caracterizarán el tono de la película y, sobre todo, para presentarnos a los tres vértices de esta historia: una madre coraje, un agente irascible y un jefe de policía enfermo. Ella, una Frances McDormand interpretando magistralmente a la antítesis de esa policía embarazada a la que dio vida en Fargo (Joel Coen, 1996) y que ya le proporcionó el Óscar hace más de veinte años, contrata unas vallas publicitarias para expresar su indignación ante la pasividad de la policía en relación al asesinato de su hija. Pero esta no es una película sobre asesinatos, ni sobre la indignación de una madre que reivindica que continúe una investigación sin resolver. Esta es una película sobre lo que puede ocurrir luego, sobre lo que puede pasar una vez que la indignación se ha enquistado y ha tornado en rencor. Y cuando el resentimiento echa raíces uno siente la necesidad de señalar con el dedo y escupir su acusación encima de aquel a quien considera culpable. Así, aunque la acción transcurre en un recóndito pueblo de la “América profunda”, esta historia retrata a gran escala la rabia e inquina que cualquiera hemos sentido y podemos sentir en lo profundo de nuestro interior.

Segundo cartel: La desesperanza.
De nuevo otra pregunta: “¿Todavía no hay arrestos?”. La injusticia es una realidad que nos desafía intelectual pero sobre todo afectivamente, sobre todo cuando la experimentamos en nosotros o en nuestro entorno. ¿Cómo es posible convivir cotidianamente con ella? A la autora de estos anuncios no le queda más remedio que vivir en un pueblo que se vuelve claustrofóbico para alguien a quien la impotencia ante la injusticia le está asfixiando. Para que haya justicia debe haber un culpable que cumpla condena y ella se aferra a encontrarle. Pero cuando no lo hay, ¿dónde queda la justicia? Las preguntas, aunque no esperen respuestas, son capaces de abrir nuevos horizontes y de acreditar hipótesis; y a veces eso es suficiente para albergar esperanza. Sin embargo, igual que lo hace con la piedra o el metal, el tiempo es capaz de desgastar la confianza puesta más allá de lo que vemos, hasta que al final el mal y la injusticia vuelven a acaparar toda nuestra atención como lo hacen en la película esos carteles escritos en negro de luto sobre fondo rojo de sangre. Y así en esta historia la esperanza se apaga lentamente, dando paso a una agonía que sirve de nexo del trío protagonista.

Tercer cartel: El dolor.
El dolor traspasa el tercer cartel (“violada mientras moría”) y vuelve a unir a los tres personajes. Ella sufre por la pérdida de su hija. El agente irascible, por insatisfacción de una vida mediocre. El jefe de policía, por la enfermedad propia pero, ante todo, por el dolor ajeno. Cada uno de ellos afronta el dolor de una forma diferente. La madre confía en que si se hace justicia disminuya su dolor. El agente necesita, además de la bebida, pisotear a todo aquel que parezca feliz y que él considere que no lo merece. El jefe de policía, que vive su cargo como un auténtico servicio a la comunidad, trata de aliviar el dolor de los demás pero no soporta ser él el causante y finalmente opta por la huida. El guión no culpa a ninguno de ellos por no saber afrontar los dramas personales ni gestionar el sufrimiento, pero lo cierto es que su incapacidad para hacerlo no hace más que prolongar una espiral de dolor y destrucción al rededor de cada uno de ellos. Lo más triste es que la película deja un final abierto, por lo que la espiral no tiene fin.

Un peli de Oscars
Dicen que la película es una comedia negra y, sí, es cierto que el guión es ingenioso y en ocasiones dibuja situaciones tan patéticas que tienen un cierto tinte cómico; pero no, no hay nada de comedia en esta historia y sugerirlo supone frivolizar el drama. Es una película dura, pero bien contada y escrita, por lo que se deja ver fácilmente. Y, sobre todo, aunque la influencia de los hermanos Coen y del western son evidentes, es una obra diferente y por eso es una justa nominada al premio Oscar a la mejor película. Sin embargo, de ahí a ganarlo hay un trecho. Tres anuncios en las afueras tiene una premisa excelente y un muy buen pulso en la narración, pero rezuma un pesimismo que la empaña, tanto en la historia como en la realización. Y no, yo no comulgo con este planteamiento; así que confío en que sea otro título el que se alce vencedor, alguno que anuncie un mensaje más esperanzador.

@cinepacografico

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