Wolfwalkers
Todos los años suele haber alguna cinta de animación que gracias al aplauso de la crítica se hace un hueco en la cartelera. Este año le toca a Wolfwalkers, de Tomm Moore y Ross Stewart, con su pintoresca animación y una historia que bucea en la mitología celta. Pero lo que para muchos ha sido una grata sorpresa, para otros no es más que una consecuencia lógica del buen hacer del estudio que está detrás de esta película.
La colonización cultural de EE.UU. sobre el resto del mundo de la que tan a menudo se habla es, en buena parte, consecuencia de la expansión del imperio Disney, que no solo domina el mercado del entretenimiento en sus múltiples modalidades, sino que prácticamente se erige como el modelo a seguir para cuantos aspiran a llevarse a la boca un trozo del pastel y no tiene más remedio que conformarse con las migajas. Esto se hace aún más patente en un mercado como el de la animación, pero, por suerte, todavía quedan algunos reductos independientes que aportan aire fresco y originalidad. Un bastión sería el Estudio Ghibli, autor de obras como La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1999) o El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001); pero parece que su ADN japonés le inmuniza de alguna forma frente a la compañía del Ratón Mickey, además de nutrirle de una rica y apreciada mitología oriental.
Más sorprendente resulta la labor de Cartoon Saloon, un pequeño estudio de animación irlandés que sobrevive gracias a la apuesta por una cuidada animación a mano alzada y a unas historias que rezuman valores humanos sin recurrir a los tópicos de siempre ni tratar a los espectadores (incluidos los más pequeños) como bobos. De su factoría han surgido títulos como El secreto de Kells (Tomm Moore y Nora Twomay, 2009), La canción del mar (Tomm Moore, 2014) o Breadwinner (Nora Twomay, 2017); todas ellas, obras de una enorme belleza. La que nos ocupa, Wolfwalkers, parece ser la que más éxito internacional está cosechando. Probablemente, el bajo numero de estrenos de títulos de animación y el hecho de que Apple TV haya multiplicado su visibilidad al ocuparse de la distribución, hayan contribuido a que la cinta esté en boca de los amantes del género y se alce así como una seria alternativa a Soul (Pete Docte, 2020) en los Oscar de esta temporada.
Personalmente, suscribo todos los comentarios positivos que Wolfwalkers está recibiendo, y defiendo, más allá de la calidad de la película, su necesaria y positiva contribución dentro en el mundo de la animación. Ahora bien, tras haber seguido la trayectoria de Cartoon Saloon desde 2009, reconozco que detecto menos frescura que en los títulos que la preceden. La mezcla de folklore celta, conciencia medioambiental y característico diseño de la animación ya no resulta novedosa. Es más, recuerda demasiado a El secreto de Kells, que para mí es la mejor de todas las producciones del estudio.
El argumento gira en torno a una niña que en la Irlanda del siglo XVII quiere ser cazadora de lobos. La joven se encuentra con otra que por las noches se transforma en uno de estos animales y esto le lleva a participar de la misma condición mágica. Esta circunstancia provoca que ambas tengan que enfrentarse a una sociedad que se muestra temerosa de lo que no conoce, sometida ideológicamente y en todos los demás sentidos al capricho de un tirano y, sobre todo, al conflicto paternofilial en el que el adulto se muestra poco empático y sobreprotector.
El mensaje de tolerancia, sororidad y ecologismo resulta tan accesible como en cualquier relato del género, pero es mucho más hondo de lo habitual. Por eso se trata de una película ideal para niños capaces de apreciar una estética diferente y para adultos que no miren con condescendencia al cine de animación. Mi consejo es que, si la ven y les gusta, se den prisa en descubrir las otras películas de Cartoon Saloon. Y si no, suscríbanse a Disney Plus.
Nota: 7,5/10
@cinepacografico
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