Salir al encuentro II
¿Te ha pasado alguna vez despertarte sobresaltado de un sueño? Esta mañana me pasó a mí. Al despertarme, un cúmulo de recuerdos se agolpaba en mi mente queriendo salir como caballos desbocados huyendo de algún incendio. Me dolía el pecho. Es curioso como revive uno ciertos episodios de la vida.
Una de las experiencias más enriquecedoras de la existencia humana es sin duda el contacto con los niños. Trabajo en un colegio, así que esto lo vivo a manos llenas. Es una gozada. Pero ¿qué tiene que ver esto con el sueño?
Resulta que ayer fui a dar un recado a una de las profesoras de infantil. Estaban todos los pequeños reunidos en la sala de audiovisuales haciendo una actividad. Abrí la puerta y me miraron, unos y otros repetían mi nombre con una sonrisa dibujada en la cara. Sentí una inmensa alegría, una bocanada de felicidad que me acompañó a lo largo del día.
No sé cómo funciona el cerebro humano, ni las conexiones que establece durante la noche. Pero fue como retroceder doce años. De aquella vivía en el Progreso, Yoro, Honduras. En los últimos meses pasaba las tardes en un “Centro de Nutrición Infantil”. Tenía que desconectar del trabajo en la radio, así que me apunté gustosa, allí siempre hacía falta gente.
Todo lo que hacíamos era sencillo: bañar a los niños, despiojarlos, cortarles las uñitas, darles de comer, cambiar los pañales –que por cierto eran de tela-… pero sobre todo se trataba de darles cariño, ese contacto humano que todo el mundo necesita.
Los primeros días fueron durísimos. Recuerdo que lloraba todas las noches. Me dolía el pecho. Y es que por el día no podía llorar. Aquellas criaturas no lo habrían entendido. Así que me aguantaba. Reprimía las lágrimas con la mejor de las sonrisas y los abrazaba como si me fuera la vida en ello. Mientras escribo estas líneas afloran todos estos recuerdos.
Vienen a mi memoria sus nombres, sus caras, sus pequeñas manos. Me habría gustado hacer algo más por aquellos niños. Lo más justo es decir que ellos me dieron más a mí. Me regalaron la mayor de las felicidades con su cariño e inocencia; pero también el mayor de los sufrimientos, porque es difícil concebir que habiendo suficientes recursos en el mundo, sigan existiendo niños que no puedan desarrollar sus vidas con normalidad por la falta de algo tan básico como es el alimento. Esto le pasó Ángel, por ejemplo, que a sus tres añitos aún no podía caminar, sus piernas no tenían la musculación y la fuerza suficiente para mantenerlo de pie.
Ahora estos pequeños tendrán entre doce y quince años. Esta noche los he sentido cerca, como si fuera un día cualquiera de entonces. Volví a sufrir por ellos. Volví a sentir sus miradas, sus risas, sus llantos, sus tiernas voces. Es algo que nunca se olvida. Es algo que te acompaña siempre.
Me alegra recordarlo y revivirlo, no con tristeza, sino con esperanza. Suena ridículo, pero es cierto. Aquellos niños me siguen recordando el valor de la vida, del agradecimiento, de la felicidad y también me ayuda a relativizar los problemas. A no creerme el ombligo del mundo.
Siento como nunca las palabras de Jesús, cuando nos dice que hay que hacernos como niños para entrar en el reino de Dios.
¡Ojalá pudiéramos aprender a ser niños otra vez!
Para recuperar la inocencia.
Para ser transparentes, espontáneos.
Para vivir con entusiasmo.
Para ser agradecidos.
Para pensar que nada es imposible.
Para mirar el mundo con sorpresa, admiración.
Para soñar.
Para imaginar que podemos construir un mundo mejor.
Yuri..logre ver a todos esos niños mientras los describias; y eran justo como se veían en la foto. Sentí tu dolor al palpar esa calamidad con tus letras. Hasta acá me llego tu sueño.