SÁBADOS LITERARIOS. Juan Marsé, los sueños de un novelista
Juan Marsé es, seguramente, el menos intelectual de nuestros escritores y el mejor narrador. Las historias le nacen en algún punto indefinido de la memoria, allí donde la realidad y el deseo se disputan el territorio de nadie de la imaginación. En sus páginas, el lector queda atrapado en una sustancia pegajosa y brillante donde las pesadillas son el contrapunto de los sueños y la vida es una fruta que el héroe se empeña en comerse a bocados. Entre los libros de Marsé ninguno ha alcanzado la fama de “Últimas tardes con Teresa”, la corrosiva y trepidante aventura del Pijoaparte, joven de los suburbios de la Barcelona de posguerra, y Teresa, la hermosa niña de la burguesía, universitaria con inquietudes que descubre otro modo de vivir en la moto y entre los brazos del joven, golfo y sentimental, afanoso por trepar a un mundo largamente ambicionado. La ternura y la crueldad, la apetencia de felicidad y la mediocridad, la juventud arrolladora y la mentira se entrelazan en una novela que está entre las mejores de la literatura española del último medio siglo.
Toda la obra de Marsé está impregnada de una visión entre el vómito y la carcajada, pero también el gozo de vivir, de la Barcelona suburbial de posguerra, donde los niños juegan distraídos en la calle y los mayores rumian su derrota, en una atmósfera de alcohol barato y melancolía. En alguna página, Marsé cita a alguien con una frase que valdría como síntesis de su manera de ver el mundo: “En el fondo, el gángster se jugaba la vida para que la rubia platino pudiera seguir mascando chicle”.
Juan Marsé no ha necesitado buscar en ningún bolsillo de su pantalón de escritor un agujero conectado con la fantasía, porque la realidad le ha resultado suficientemente fascinante. Su madre muere en el parto, y su padre, taxista, cuenta su desgracia a un matrimonio al que lleva en un trayecto por Barcelona. No tardan en acordar la adopción, de modo que el bebé que nace como Juan Faneca Roca, pasará a ser Juan Marsé Carbó. Su nueva familia es de extracción social humilde y pertenece al bando que perdió la guerra. El padre pasa un tiempo en la cárcel, por su condición de militante de izquierdas, y con 13 años Marsé comienza a trabajar en una relojería. Así durante una década hasta que empieza su carrera de escritor completamente autodidacta. La prosa de Marsé surge a borbotones, como puñetazos de memoria y descargas de corriente continua de la realidad, y luego está labrada con gusto y primor en su taller de artesano de palabras. Desprecia a los escritores de prosa brillante y vacía y no le gustan los libros que nacen del contacto vicioso con otros libros, eso que llaman metaliteratura. Si uno lo frecuenta mucho corre el riesgo de hacerse adicto a su escritura fibrosa y vitalista.
Yo acabo de leer ‘Si te dicen que caí’ y es una incursión brutal en esa sociedad de la posguerra. Es fascinante como plasma en blanco y negro esa sociedad destrozada por la contienda. Marsé escribe desde la visión de un chaval de 14 o 15 años. Ves de cerca a esos niños distraídos, con sus peleas a pedradas en los descampados, sus hormonas revueltas y crueldades. También a los adultos de la derrota. Impresiona la descripción de esa mujeres de pueblos, criadas en la preguerra, que son arrojadas a la prostitución y su lucha por la dignidad. Y en ese ambiente gris y melancólico, la presencia del mutilado, no exenta de las mismas miserias, pero al que la camisa azul le da un cheque en blanco para sus abusos.
No tengo la suerte de leer a Marsé, pero desde luego admiro a aquellos que son capaces de realizarse a sí mismos, que son autodidactas, que enamoran con su prosa sencilla y directa. Por eso me gustaría leerle más, así que gracias al blog por animarme a ello.
Un abrazo
Si el universo literario patrio fuera una imaginaria liga de fútbol, Marsé sería de los que cada año jugaría la Copa de Europa.