El país de Alicia

Antonio Mingote nació predestinado para hacer garabatos en los periódicos, de otro modo no se entiende que Mingote sea apellido y no seudónimo, con lo fácil que rima con monigote, por poner un caso.  En lo suyo ha sido el más grande y el más genuino y allí donde otros se han rebautizado como Forges, Chumy Chúmez o El Roto, él llegó con la gracia puesta.  Mucho antes de aterrizar en el papel, en la guerra civil, sin haber cumplido los veinte, fue alférez provisional con los nacionales. De modo que Mingote también hizo la guerra de Gila, solo que en el otro bando. Después de la contienda ejerció varios años como militar profesional, hasta que dejó de preocuparse por las líneas enemigas para hacer amigos con las líneas y los trazos humorísticos, que era lo que le pedía el cuerpo. Debutó como dibujante en “La Codorniz”, que fue una audacia y un prodigio de sonrisa fresca en la España funeral del primer franquismo, un tebeo para mayores dirigido primero por Miguel Mihura y en seguida por Álvaro de la Iglesia.

En 1953, va a hacer de esto sesenta años, Mingote publicó su primer dibujo en ABC. Nunca se movió del periódico de Prensa Española, hoy Vocento, en cuyas páginas publicó su última viñeta el día de su muerte, el martes santo, de manera que sus fieles lectores se desayunaron con su chiste y almorzaron con la noticia de su fallecimiento. Umbral dijo de él que era el Picasso de los periódicos, lo cual es una ocurrencia entre pinturera y pintoresca, pero lo que fue de verdad don Antonio fue un editorialista empeñado en demostrar que un dibujo vale más que doscientas palabras de urgencia, a menudo altas en moralina. Tanta fuerza expresiva alcanzaron sus monigotes que no era raro que aumentaran de estatura y adquirieran la dignidad suprema de portada.

Escribió para la tele una serie, “Ese señor de negro”, que compuso con acierto José Luis López Vázquez. Mingote no fue un señor de negro, pero sí un hombre gris que disfrutó poniéndole colores a la vida, en los periódicos y en los muchos espacios públicos que decoró. No le gustaban las mujeres anoréxicas, como delata su lápiz al primer golpe de vista, sino las señoras peligrosamente curvas y con la falda discretamente breve. Don Antonio dirigió una revista, “Don José”, de vida corta y no del todo brillante. Mingote no ha sido un Quijote, apelativo que acostumbramos a colgar a modo de epitafio sobre cualquiera que se mueve. O que no se mueve. No ha sido un Quijote, pero le puso unas espléndidas ilustraciones al que escribió Cervantes hace cuatro siglos. Fue académico, marqués y una larga procesión de títulos y honores y ganó el premio Quevedos de humor, aunque fue más cervantino, por tierno y por bueno, que quevedesco.

De modo que convocando a su persona y a una de sus criaturas habremos de despedirlo con un “adiós don Antonio, adiós don José”.  Adiós.

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