Pepe Hierro y mi primer móvil

hierro PepeLa tarde en que se murió Pepe Hierro, diciembre más que mediado, yo me había ido al Vicente Calderón a ver a mi equipo, que jugaba con el Racing de Santander. Entre santanderino y madrileño era el poeta de Tierra sin nosotros. Yo había llegado al estadio del Manzanares a las seis menos cuarto, quince minutos antes de que echara a rodar el balón. Apenas había fijado el culo en la grada cuando por los altavoces del campo escuché lo que jamás habría sospechado: mi nombre. Juan Antonio Tirado Ruiz y tal y cual. Tengo que constatar lo que dicen los malos periodistas, que la sensación fue indescriptible. El hormigueo que me recorrió el cuerpo conformó una sinfonía dramática escrita en clave policiaca. ¿Qué había podido ocurrir en torno a mi vida para que mi nombre compuesto y mis dos apellidos sonaran como una canción desolada en el recinto del Manzanares? Cualquier cosa imaginable, y todas malas. No era de creer que me hubiesen sacado a la carrera del campo para darme una buena nueva, tal cosa sería imperdonable. Barajé las muertes de mi padre, de mi madre, de mi hermano, de alguna de mis hermanas mellizas, de mi suegro, de mi suegra… ¿de mi mujer? Incluso, aunque acababa de dejarla en casa y supuse que era suya la llamada. No es que uno tenga un espíritu dramático, que lo tiene, es que vocear a alguien a través de la megafonía de un estadio es asunto grave.

 Lo que ocurrió fue lo mejor que podía esperar, que ni siquiera supuse, y no porque no resulte triste la muerte de Pepe Hierro, sino porque puesto en el disparadero personal cualquier tema profesional había de ser bienvenido. El caso es que me marché a toda prisa a Torrespaña para improvisar, junto con mi compañero José Manuel Falcet, un reportaje sobre el poeta fallecido. Mi aversión al móvil me había jugado una mala pasada. Al día siguiente me compré uno.

José Hierro tenía la cabeza calva y preclara de ideas, el genio pronto, la voz entre aguardentosa y cazallera, el mirar limpio, las manos muy grandes, el corazón a la deriva, la respiración averiada, la rima en asonante, el verso exacto, como una multiplicación, la muerte a la espalda, cual sutil visitadora, la memoria pródiga y la taberna siempre a un paso. Supo de cárceles y de premios, de pérdidas y de amigos. Vivió contándolo a salto de mata, a golpe de libro, a veces demorado durante décadas. Escribió con palabras sencillas y hondas, hermosas y sombreadas sobre caminos, ensueños, prisiones, pálpitos, ángeles de otoño, paisajes del recuerdo, tardes olvidadas y alegrías cercanas.

Donde había vino bebía vino, donde no había vino, whisky. Y no le hacía ascos al agua nacida en manantial sereno. Se murió porque es la constante, porque todos nos escapamos por las trampillas del tiempo, pero él no tenía apego a otras vidas que no estuvieran en esta, y aun respirando con una bombona de oxígeno se agarraba a la certeza del martes, a la ventura de una tarde de jueves con voces plurales. Su poesía, y más sus correrías, tienen un eco machadiano, bonancible, recio, castellanocántabro. En su voz ronca sus versos se desgranaban con gracia minuciosa y rigor, sin concesiones a la galería cantarina, con todas las emociones en su punto, sin forzar el tono, sin pintar sangre donde sólo había vino o acunar tragedias allí donde resplandecía la pura costumbre, la suerte de estar vivos.

13 Responses to “Pepe Hierro y mi primer móvil”

  1. Has dejado la anécdota como si de un coìtus interruptus se tratara. La verdad es que te llamaron de urgencia de la tele a tu casa, porque efectivamente se había muerto José Hierro y querían que hicieras una “faena de aliño”, aprovechando que era sábado y por la noche se emitía Informe Semanal.
    Como quiera que María no sabía como localizarte porque no tenías móvil, me llamó a mi para que viera alguna forma de contactar contigo. Y a mi no se me ocurrió otra cosa que llamar a mi amigo Romasanta, entonces interventor judicial en el Atleti, y le sugerí la llamada por megafonía.
    Deberías estar más agradecido: jamas hubieras imaginado oir tu nombre a gran escala en el Calderón, cual tu idolatrado, también con nombre compuesto, José Eulogio Gárate se tratara.

  2. Es cierto cuanto dice voacé, señor Matamorón, y el que dijere lo contrario miente. No recordaba en todo su alcance la anécdota y así gana en intensidad y en verosimilitud. Si por verosímil se puede tener que la muerte de un poeta movilice a la dirección de Informe Semanal para que de urgencia busque a un redactor X, que la mujer de este llame al todopoderoso Pedro Matamorón Balzac y que este eche mano ni más ni menos que del administrador judicial del Atlético, en aquello días rojiblancos aciagos, para que a su vez, mediante megafonía, me hicieran célebre por unos segundos en las gradas del Calderón en un sábado cualquiera de principios de siglo. Esto debe ser algo parecido al llamado efecto mariposa, y como motor y cerebro nada menos que el susonombrado Balzac, Pedro. Con mi agradecimiento, por supuesto.

  3. Extraordinaria la vida cuando se ajunta con la muerte Es echar a pies para escoger jugadores Primero al mejor y luego los demás .La muerte echo a pies con la vida y te eligió a ti mcomo el mejor para ese oartddo con con la muerte Tu lo sabias perdido de antemano.El Triunfo de ka Muerte del pintor Valdes relumbraban en tus pupilas.No obstante elegiste a Pepe Hierro oya te lo impuso la Parca Fue rotundo el resultado 6 – 0. a su favor Inapelable.Pero la vida había ganado moralmente.Porque tu familia estaba a salvo.Moralmente La Vida 6 -O. .y ni un solo verso de Hierro a salvo en tu memoria.Pobre Pepe.Era su sino tropezar con un hipocondríaco que creyonque el muerto era el Juan Antonio Tirado.Y se compro un móvil para hacerse un Seffie y ver su propio entierro..No en vano se llama Juan.Don Juan pues, es bachiller.

  4. Sorprendente anécdota.

  5. ¡Lo que yo daría por que resonara mi nombre en las gradas del Calderón, aunque fuese una sola vez en mi vida!
    Creo que, después del apuro y los malos presagios (felizmente ahuyentados, por más que la muerte de José Hierro fuese un triste acontecimiento), la sensación de que la megafonía del estadio de mis amores hubiese proclamado a los cuatro vientos mis señas de identidad justificaría con creces el mal trago.
    Solo una vez, que yo re cuerde, los altavoces de un recinto público me reclamaron a recepción. Y fue porque mi hijo se había perdido en el parque de atracciones, de lo que su madre y yo no nos habíamos dado cuenta hasta que la megafonía del parque nos llamó al orden.
    Nada que ver con la gloria vivida por Tirado aquella tarde en el Manzanares.

  6. Juan Antonio, de la muerte del poeta José hierro sacaste una moraleja: entrar en el mundo de la telefonía móvil. Me he reído mucho por la manera que lo cuentas. Es genial! Aunque comprendo lo mal que lo tuviste que pasar. Buenas noches desde Archidona!.

  7. Salvando distancia algo parecido me ocurrió a mí. El móvil, o mejor dicho la falta de móvil, es el lazo que nos une. Me encontraba en la estación de Atocha pronto a coger el AVE dirección Sevilla para gozar de unas cortas vacaciones cuando por los altavoces escucho mi nombre conminándome a que me pusiera en contacto con mi empresa. Tras ligera turbación decidí no darme por enterado. Hice bien, como más tarde me enteré querían colocarme “un gran marrón”. Me castigaron regalándome un dichoso telefonillo. Me despido con un homenaje a Pepe Hierro:

    Pero los que están vivos
    los henchidos de acción,
    los palpitantes de nostalgia o vino,
    esos… felices, bienaventurados,
    porque no necesitan las palabras,
    como el caballo corre, aunque no
    sople el viento,
    y vuela la gaviota, aunque esté seco
    el mar,
    y el hombre llora, y canta,
    proyecta y edifica, aún sin el fuego.

  8. Juan Antonio, ¡qué susto!, a mi me hubiese pasado como a ti, me identifico totalmente con tus emociones, al menos de inmediato, aunque quizás inmediatamente mi mente por necesidad de no ser trágica, estaría diciendo: no seas negativa, no seas negativa…….
    pero el corazón creo que me hubiese aumentado unas cuantas pulsaciones.
    De todas formas, José Hierro bien se merece un estremecimiento.
    Besos.

  9. Maestro Juan Antonio: pasado el susto, que tu nombre resonara en las gradas del Calderón es para estar orgulloso, es una medalla que pocos atléticos podrán lucir.
    La anécdota me ha recordado otra peripecia que sufrí yo, que tiene algunos puntos de contacto con la tuya aunque lamentablemente no terminara igual de bien aunque se produjera muy cerca de La Catedral.
    Estando en Informe años ha, me fui de fin de semana a Bilbao.Yo, normalmente, no daba detalles de mis movimientos prácticamente a nadie, la gente ni sabía donde iba ni con quien. Por eso, el susto fue morrocotudo cuando en la mañana del sábado suena el teléfono de la habitación del hotel para decirme que me llamaban de Madrid. Las variables que pasaron por mi cabeza en ese instante seguro que fueron similares a las que tu sentiste en el Calderón, fue un momento terrorífico.
    Por fortuna, como en tu caso, se trataba de Informe Semanal. Los perspicaces chicos de producción algo debían de saber de los lazos que me unían con Bilbao, y barrieron todos los hoteles de la capital hasta dar conmigo. El porqué de la búsqueda era que aquella noche había muerto doña Carmen Polo de Franco, tema obligado para Informe, y era yo quien por entonces controlaba las imágenes de su vida, que guardaba en algún lugar de los habituales en la Redacción.
    El susto fue similar al tuyo y la causa que lo provocó también; la pena, en mi caso, es que no tuve la compensación de que se oyera mi nombre en San Mamés.
    Un abrazo, Juanjo

  10. Perdonen, pero no comprendo a ninguno de los que han escrito aquí (sólo a Macaón, esta vez sí, mira tú por dónde) porque todo el mundo le da vueltas y revueltas al asunto nuclear de la llamada por megafonía, y hay que ver, y qué susto, y nadie se confiesa arrebatado por la preciosa y perfecta construcción de palabras que sostiene el relato. “Me he reído mucho por la manera en que lo cuentas”, dice Mari Carmen Frías, a quien no tengo el gusto.

    Sólo Macaón, también Ernesto (no me sorprende en ninguno de los dos) honran al poeta, le saludan, se alegran de verle. Con turbada admiración de escritora dimitida te abrazo, Juan Antonio, por lo bien que administras esas dotes que la naturaleza o los dioses te entregaron, suponiendo que no sean la misma cosa la una y los otros. Abrazo a Pepe Hierro, a quien me voy a hartar de leer este verano que tengo en la puerta, el que se mete por mi terraza como un dragón de San Jorge buscando venganza.

    Me traslado a vivir a la piscina, día y noche. Me asomaré al mundo de madrugada, cuando duerma esa masa prescindible (Nietzsche) de la que no hay forma de prescindir.

    ¡Cómo escribes, cabrón!

  11. Si don Pepe Hierro pudiese leer la anécdota, brindaría contigo con un vinuco. No sé si es más grande la anécdota, sonar a todo trapo en el Calderón o lo bien que lo cuentas 😉

  12. Bravo¡ Juan Antonio Tirado, por el continente y el contenido del post.

  13. Menuda anécdota! jajaj :) aunque yo me quedo con la parte de que si armaron tal revuelo para contactarte fue posiblemente porque SOLO TÚ eras capaz de hacer un reportaje a la altura de la grandeza literaria de Pepe Hierro! Gracias por compartir tus historias Juan :)
    Tu más fiel amiga y admiradora, Bárbara.

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