En la muerte de Teófilo. Siempre pena, nunca olvido. Colaboración especial de Ceferino Montañés
A veces las palabras se agolpan en la garganta, que es el peor lugar del mundo donde pueden nacer las emociones. La muerte de un amigo como Teo, que ha sido (y seguirá siendo) parte esencial de la columna vertebral de mi biografía, me deja una estela no de pena ni dolor siquiera, sino una sima donde van cayendo como piedras las lágrimas que no derramo. Teo era un abrazo, una sabiduría, un apoyo, un estímulo, un ejemplo de generosidad y bondad. Una caravana de recuerdos se acumulan ahora en mi memoria y se entrelazan de manera confusa, no por falta de clarividencia, sino por ser muchos. Ciudades, paisajes, Madrid, Asturias, que tanto quería y en donde tanto disfrutaba de la gastronomía y de la sidra. Poniendo aquella pasión suya, contenida, en cada resquicio de la vida, pero eso también se agotó o se fue agotando paulatinamente con la enfermedad, que tan solo le dio un momento de tregua. ¿Para qué quieres que vaya?, me decía los últimos meses, si ya no puedo disfrutar de lo que más me gusta. Se estaba escribiendo ya el prólogo de esa imaginaria novela efímera de su biografía, con el alma astillada por la ausencia.
Teo ha partido hacia ese viaje interminable de la eternidad sin tiempo. Ya no podré volver a compartir con él las sobremesas donde decía: “para vivir así, vale más no morirse nunca”. Su sentencia no ha podido cumplirse sempiternamente, aunque yo sé que él también lo sabía. La muerte, pese a todo, no acaba con todo. Teo perdurará en mi memoria por el tiempo que me toque vivir. Su apoyo y su interés generoso por todo lo que hacía y me pasaba, lo seguiré percibiendo siempre. Teo continuará conversando y caminando a mi lado como una sombra tangible y real hacia ese horizonte del mar al que tanto queríamos los dos.
Los amigos. Siempre . Su partida cuelga de nuestra memoria sus palabras, sus confidencias, sus pequeños secretos. No les decimos adiós ni hasta luego, sino que haciendo honor a la etimología del verbo RECORDAR, revivimos en nuestro corazón la amistad de que gozamos.
JOHN DONNE (1572-1631) “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Teo, tan marinero, lo sabéis, recalaba no solo el mar gijonés sino que hacía del Mar Menor su puerto y refugio de los ponientes no escritos de su mal mayor. Donde deja recuerdos soleados y columnas por escribir.
Ya fuera caminante en tierra hacia el Molino, recalaba al cabo en las redes de la Traíña, que era su fonda, tertulia y sombra. Como le seguía el sol en su peregrinar ligero hasta el callao de Santiago y su retorno jubilar.
Y luego a puerto, para divisar su próximo Mal Menor, en tanto estimaba ya llegar el largo verano para bordar ceñido con los más amigos a La Manga.
Era su pueblo y el mío.
DEP querido Teo.
“Para vivir así vale más no morirse nunca”. Qué gran lema para una gran semblanza.