Nostalgia de Quintero

QuinteroDe aquel tiempo solo va quedando el recuerdo extrañado de quienes lo vivimos. Los ochenta son ya una dictadura del calendario (cuarenta años). En la memoria hace frío, aunque también hay muchas luces, y quimeras y cubatas, y en las radios, cuando rompía la medianoche, se asomaba desde el lorquiano Guadalquivir de las estrellas un locutor de voz caliente y perfume antiguo llamado Jesús Quintero. Parece que se nota en el entorno de estos años veinte todavía sin adjetivos (felices y locos se antojan inapropiados) una cierta nostalgia del Loco de la colina, porque lo sacan por unos lados y por otros, por pantallas y papeles, como arrojándolo de los silencios en los que hacía años que se había quedado a vivir y trayéndole a esta provincia de bullicio y mala leche, de tertulianos y tuiteros, en que mal que bien, qué remedio, vamos echando el rato. Quintero, con su apellido de cancionero, es la cumbre de la radio romántica española, de manera que bienvenida sea la añoranza de aquellas noches profundas y lejanas en que un caballero más loco que cuerdo se asomaba a los acantilados de la soledad, a los manicomios del desamor con palabras donde lo hermoso no sentía reparo en compartir cama con lo cursi. Lo que no mata, engorda, lo que no acaricia puede hacer cosquillas.

            A los años les han ido creciendo piernas y la vida corre con cierto aire de desespero, pero algunos jóvenes que nunca lo escucharon rescatan aquella garganta profunda que musitaba versos con música de Pink Floyd, los Beatles y el Lebrijano y hacía preguntas que descolocaban a sus invitados y les llevaban decir lo que nunca habían dicho. Una noche Dolores Ibarruri Pasionaria rezó el Padrenuestro en latín. Quintero ponía voz a las palabras que le escribían inspirados guionistas como Javier Salvago o Raúl del Pozo, pero la resonancia de su voz era tan honda que hubiera sabido emocionarnos leyendo la guía telefónica. Mi compañero Santos López trabajó con él en Radio Sevilla de la SER cuando era un muchacho en flor y Quintero era ya un mito viviente, que se paseaba por Sevilla con un deportivo descapotable y seducía a mujeres de bandera. El Loco le ha dado a todos los palos y los géneros, ha sido y parece que sigue siendo seductor universal. Yo lo recuerdo cuando aún no se había encaramado a la colina y viajaba en Radio Nacional con una roulotte, pero fue desde las noches  de la Sevilla que fue cuna de facinerosos y truhanes, de ingenios y bribones donde le sacó las mejores notas a su guitarra. Luego en la tele se convirtió en señor de atmósferas, de claroscuros, de humo e invierno y puso en marcha programas inolvidables. Recordar a Quintero es evocar una radio y una televisión en la que había espacio para tipos como él, ajenos a politiquerías, cambalaches y cotilleos de garrafón. Divina locura la suya.

 

 

 

8 Responses to “Nostalgia de Quintero”

  1. ¡Qué magnífico trapo al que entrar nos ofrece Vd. hoy, D. Tirado! Yo no quería ser la primera, y a pesar de ello lo soy, porque este asunto necesita un poco de baño María, de ir cogiendo temperatura entre unas plumas y otras, si es que esa metáfora de la pluma para referirse a los que escribimos sirve en estos tiempos de algo, pues ya nadie usa pluma, ni tinta, ni tintero. Nadie sabrá ya escribir a mano dentro de muy poco; los grafólogos no tendrán trabajo, mientras que los podólogos lo tendrán siempre. Aquí me despido, con la promesa de volver y llamar a la colina, toc, toc. Parece que nuestro protagonista todavía sigue ahí.

  2. Leo tu artículo (y el comentario de Doña Perfecta) un tanto traspuesto por la noticia de la muerte de José Luis Cuerda, uno de los cineastas españoles que más admiraba (y con el que mejores ratos he pasado).
    Aunque no tengo la suerte de haber seguido a Jesús Quintero tanto como tú, sí que recuerdo haber visto algunas de sus maravillosas entrevistas en televisión, no caigo ahora en qué programa ni la cadena.
    Lo que son las cosas: recuerdo varias entrevistas a diferentes personajes relacionados de una u otra forma con la Semana Santa andaluza (he de decir que yo pertenezco a la extraña especie de agnósticos semanasanteros hasta el tuétano), sorprendentes, contradictorios y peculiares, muy peculiares.
    Como aquel que exaltaba a Jesucristo por ser el “fundador de las procesiones de Semana Santa” (sic), pero ni entendía ni le impprotaba lo más mínimo la religión cristiana.
    Creo que el gran mérito de Quintero, como entrevistador, era su capacidad para sintonizar con el entrevistado y dejar que éste volara libre, a su aire, para bien y para mal
    En eso era (¿es?) inigualable.

  3. Me sorprendo al recordar cómo esperaba con gran expectativa que dieran las doce de la noche para escuchar un programa de radio. Era el del Loco y hará de esto unos cuarenta años. Me tenía enganchado. Recuerdo la entrevista al recién electo presidente Felipe González. Le preguntó por el libro que estaba leyendo. “Las memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar, contestó el presi, y se explayó sobre el personaje. Disparó las ventas del libro, a la cuál contribuí. No hace mucho leí la trilogía de Trajano, del premiado, entretenido y más o menos riguroso Posteguillo. Pone a parir la figura de Adriano. Lo de Yourcenar
    es una gran novela, pero no histórica, decía el autor. En la radio, aparte de las entrevistas, supo aprovechar los sonoros recursos del predicador, casi de orate, con esas sentencias, máximas, proverbios o aforismos, mezcla de filosofía agnóstica, epicúrea, surrealista, mística, callejera, libertina y libertaria, siempre rotundas, diferentes, que te hacían pensar y sonreír. Por supuesto valía la pena escuchar sólo por su fondo, o en primer plano, nivel musical. Forzosamente había que pasar a la televisión. Y empezaron los éxitos de audiencia, de crítica, de popularidad, y seguro que también subieron los estipendios. De nuevo innovó. Conocidos sus silencios, distancia, meloso tono de voz, iluminación, que tanto influyeron en tantos profesionales. Y aunque tuvo que cortarse en sus soliloquios, la telegenia se deteriora, utilizó lo más valioso que para mí tenía: la mirada. Esa mirada que atravesaba y al tiempo abrazaba, que inquiría y al tiempo amparaba, y más si la acompaña de una media sonrisa que podría interpretarse como cínica ironía o como amable empatía, pero seguro que incitaba a la conversación. Muchos fueron los años de estar en lo más alto. Muchas de sus entrevistas han pasado a la historia de la televisión. Para ya le tocaba cierto declive. En las últimas temporadas en Canal Sur, quizá buscando otros derroteros, creo que abusó de personajes algo grotescos. Lo del “sonrisita” y el “cuñao” no me hacía la menor gracia. La televisión quema, es bien sabido. El éxito se paga, es engañoso, se puede volver en tu contra, convertirse en fracaso. Quintero se retiró. Mejor ser de una mismo que de los demás. Sé que está en buena forma, podría volver si quisiera, pero no lo creo. Le deseo que le vaya bien, faltaría más.

  4. Yo también tengo nostalgia, por supuesto. Sobre todo de esos meses vividos en Sevilla, lugar que nunca me defrauda y también porque el tiempo era mas lento por aquel entonces y aún podía saborearlo. En la foto se aprecia el micrófono Sennheiser dorado que cada noche sacábamos de su estuche como si fuera un ritual, un fetiche mágico que hacía aún más brillante la voz impostada del loco -tenía un fuerte acento andaluz y hasta la risa sonaba impostada, algo que no ocurría fuera de los micrófonos-, con el que hacíamos mil pruebas antes del programa hasta que el loco quedaba satisfecho. A mí me sonaban siempre igual y tengo buen oído. En fin, supongo que toda esa parafernalia un poco teatral creaba un ambiente que se inpregnaba en las ondas y cada oyente interpretaba. Nostalgia? Pues claro, son recuerdos placenteros y no otra cosa. Gracias Juan Antonio.

  5. El loco de la colina que no estaba tan loco como algunos pensaban, pero que a mi me emocionaba.

  6. No seré yo quien le quite mérito al Loco. Y desde luego ni se me ocurre contradecir a mis admirados Macaón y doña Perfecta. A esta última menos, que al fin y al cabo pertenece a la familia de los que no tenemos tachas ni dudas ni sombras ni siquiera deudas. Somos infalibles, como el Papa de Roma, y aun más pues no creo yo que Francisco pueda merecer el título de perfecto. En fin, que no me parece que Jesús Quintero sea tampoco perfecto. Es verdad que tenía instinto y bulla y gracia de locutor auténtico, pero a mí, en su género, me gusta más Aberasturi, un loco a lo pobre, pero con una fuerza poética imponente y que además se escribe los textos de sus parrafadas no como el Loco que como el bloguero dice le prestaba su voz excepcional a magníficos guiones. De manera que Quintero, sí, de acuerdo, pero quien se acerca a la perfección es Aberasturi, el gran Andrés.

  7. Una maravilla maestro, qué te voy a decir. Un retrato realista con pinceladas de fantasia. Muy bonito. Por eso es probable que el olvido de ese “de” sea voluntario para darle un toque de imperfeccion.
    “a preguntas que descolocaban a sus invitados y les llevaban decir lo que…”
    Enhorabuena.

  8. Le diré, Don Perfecto, que Doña Perfecta tiene dudas, sombras, y sobre todo algunas deudas, malditas sean. Sepan Vds. que yo odiaba a Quintero, que fue una estrella absoluta de la radio (never killed by the video, en contra de lo que pronosticaba la cancioncilla). Olía a farsante por los cuatro costados, a impostura, a traidor, pero era extraordinario, y creo que pocos nombres de ese medio han llegado ta lejos ni tal alto hechizando, más bien, hipnotizando a sus oyentes. Yo sólo recuerdo, de aquella éppca, la entrevista a Felipe González, tal vez porque estuvo muy anunciada y era pecado mortal perderse tal cosa. Muy bien, muy respirada y pausada (ya sabemos la magia que hacía con las pausas El Loco…) pero tnada, no me ganó. Nunca me llegaron ni su artificio ni su intensidad, y por si era poco, un cotilleo casual me permitió apuntillarlo ya para siempre. Resulta que una noche, en una cena, la mujer (sevillana de toda la vida) de un amigo, nos amenizó con un exhaustivo inventario de miserias atribuídas a sus más ilustres paisanos. De González no dijo gran cosa, salvo que, según revelaban confidencialmente quienes le trataban en la intimidad, “daba asco verle comer”. No lo había en todo Sevilla ni más glotón ni más cerdo. En cuanto a El Loco, soltó mi amiga que ella le odiaba desde que una noche salió el susodicho presentando y entrevistando a su madre. Una entrevista próxima al parto con dolor: intimísima, desgarradora, emocionante hasta el temblor. Pues bien, luego se supo que esa señora no era su madre, que lo que se decían uno y otro era pura invención poética, para gloria extrema del interesado, y que su verdadera madre era una mujer sencilla y más bien burra, con quien Quintero no había tenido nunca lo que se llama una buena relación. Pero que una madre del montón no te arruine una entrevista sublime, debió de pensar el.

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