HOMENAJE A PANCRACIO, EL DEL METRO

23960696-antecedentes-uno-de-raza-caucásica-de-negocios-mayor-hombre-tristeza-caminando-silueta-blancoPancracio, el del Metro, fue durante años comentarista de este blog. Un tipo entrañable, eso que se dice una persona auténtica y formal. Muy apegado a sus cosas, a su nostalgia evanescentemente franquista (me da que lo que añoraba era su juventud) y a la prosa de su admirado José María Pemán. En marzo, su amigo Luis Eduardo Siles nos dio la terrible noticia de que Pancracio había muerto. Como a tantos se lo llevó el coronavirus. Esta es una breve antología de sus escritos en “El País de Alicia”. Aquí apareció por primera vez el 15 de enero de 2011.  

 

Pancracio, el del Metro, ha muerto. Lo último que me dijo fue: “En esta España tan querida, tan pendiente durante los últimos años de tejer banderas, de llenar banderas de ideologías, de banderas y más banderas, hicimos tantas banderas que nos olvidamos de hacer mascarillas”. (Luis Eduardo Siles).

 

 

 

Me llamo Pancracio, tengo 78 años y soy viudo. Mi mujer, Encarnita, murió en 2004. Dios no quiso que tuviéramos hijos. Fui el encargado de aquel gran ascensor que había en la estación de José Antonio. El ascensor era muy importante. En 1970, subir o bajar en él llegó a costar dos perras gordas. Hacía muchas horas extra, para que a Encarnita no le faltara nada. No puede usted imaginarse su cara de alegría cuando en 1965, por fin, pude comprar nuestro primer televisor, un Reyfra de 20 pulgadas. Lo pagué en 18 plazos. Yo entraba a las seis y media cada mañana a las oficinas del Metro. Nos íbamos temprano a la cama, y ella me leía, con su voz suave, novelas de Don José María Pemán. Esta mañana me he despertado con parte de la almohada pegada a la espalda y he creído que era Encarnita.

 

 

Señores, aquí ya empiezan a prohibirse más cosas que en la época del Generalísimo. Y no escribo más, que de tanto leer siento unas insoportables ganas de fumar. Yo empecé con los Celtas y seguí con el Marlboro -el sabor del éxito-. Dos paquetes diarios. Una ruina para el bolsillo. Pero los pulmones resisten… ¿Dónde habré dejado el maldito mechero?

 

 

Señor Tirado, buenas tardes. Sigo recuperándome en el hospital ingresado ya desde hace casi seis meses. Yo no conozco a este señor Matamorón, aunque sí llegué a conocer a uno, que se le parecía, que trabajaba en Radio Cadena Española, cuando esta emisora tenía su sede en la gloriosa calle Ayala de Madrid, y hacía un programa nocturno llamado ‘Luces de la ciudad’… Pero la descripción que usted ha hecho es magnífica. Evidentemente este hombre, que anda bien entrado en carnes, se parece a Balzac, no a mi admirado don José María Pemán.

 

 

Señor Tirado, gran reportaje el que ha hecho usted en ‘Informe Semanal’ sobre los libros. Pero, ¿por qué no ha hablado nada de don José María Pemán?

 

 

Señores, me he tenido que levantar de la cama porque me encontraba mal. Me acabo de tomar mi pastilla para la hipertensión. La verdad, tal vez debí de ir aquel 23-F a Las Cortes en mi Simca 1.000 y no haber hecho caso a mi Encarnita. Aunque lo mismo no hubiera encontrado a Tejero y me hubiera terminado fumando un cigarrillo con Santiago Carrillo.

 

Tenga usted buenas tardes, señor Tirado. Yo no he leído casi nunca a Julio Camba, a quien usted glosa de maravilla. Y eso que escribió en el ABC, que ya saben ustedes que es mi periódico de toda la vida. A mi me gustaban Jaime Campmany y Lorenzo López Sancho. Pero seguro que Julio Camba ha sido un grande. No me cabe duda si lo dice usted, señor Tirado, y le da la razón el señor Macaón, que, desde su plausible modestia, sabe de esto. Seguro que Julio Camba no utilizaba gerundios, que es lo que está matando al periodismo: Los gerundios. Don Manuel Vicent ha dicho que “un periodista es un señor que escribe de lo que no sabe: Deprisa, de noche y borracho”. Pues bien, peor que todo eso es un gerundio.

 

 

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35 Responses to “HOMENAJE A PANCRACIO, EL DEL METRO”

  1. Don Pancracio era, sobre todo, melancolía. Hablaba mucho de José María Pemán. Nunca lo hizo de José Luis Garci. Pero tenía mucho de Garci. Ahora me doy cuenta. En aquellas ‘Memorias’ que decía que estaba escribiendo, en realidad se trataba de una novela corta, de un relato, en el que fijaba su muerte el 19 de noviembre de 2009. De una manera heroica. Pancracio murió como tantos ancianos durante estos días terribles de los que tal vez no salgamos mejor como sociedad, sino peor: Ahora empieza a saberse, e incluso a decirse con indignante naturalidad, que hubo que discriminar a los ancianos a la hora de ingresar en la UCI, o incluso de trasladarlos a un hospital desde las residencias. Malos tiempos. Ignoro cómo fueron los últimos momentos de Don Pancracio. Pero seguro que no tuvo miedo. Entre otras cosas, por su fe en Dios. Además, por la sensación del deber cumplido en esta vida. Como tantos otros viejos como Don Pancracio. Héroes anónimos.

  2. Dijo Don Pancracio que a él le hubiera gustado ir a Las Cortes el 23 de febrero de 1981 para fumarse un cigarillo con Tejero y, si no lo encontraba, con Santiago Carrillo. Lo que ha distinguido a esta gran generación, a nuestros viejos, es que no saltaron a la vida a ganar, sino a empatar. La Transición fue posible porque Don Manuel Fraga no quiso ganarle a Carrillo, sino empatar. La sociedad que salga de la pandemia debería aspirar al empate. La irrupción de los triunfadores, de los yupies, como se les llamó, lo torció todo. Por lo demás, Don Pancracio estaría tremendamente agradecido a Tirado por este homenaje.

  3. ¿Quién era ese hombre? Yo, claro que estuve trabajando un verano en Radiocadena de la calle Ayala, en el programa Luces de la Ciudad, con el malogrado Ignacio Aúz. Creo que fue en 1983. En junio nos cortaban en Radio 3 el programa Tiempo de Universidad y nos volvían a contratar en octubre. Ese verano, Eduardo García Matilla me llevó a Radiocadena.

  4. Lamento que haya fallecido. Este virus es el demonio.

  5. Fuma y ríe junto a su Pemán, su Encarnita y su tocayo Celdrán.
    Y gracias a usted, Señor Tirado, no es un número más, sino un disfrutador menos de este hermoso universo tiradiano.

    Todos tenemos un poco de Pancracios.

  6. Un homenaje emotivo a un disfrutador de tu prosa. D.E.P.

  7. Te sigo en todos los sitios Juan Antonio. Un homenaje muy bonito a este hombre tristemente fallecido. También me gustó mucho el reportaje en la tele sobre Benito Pérez Galdós. Un beso desde Málaga.

  8. La verdad es que a mí nunca me gustaron los ascensoristas. Te miraban de reojo, con desconfianza, como si te espiaran, y si no les gustaba se chivaban. Me rebotan los chivatos. Lo mismo no has hecho nada y te echan la culpa de algo. En el posfranquismo había chivatos por todos lados. Estaban los serenos, los bedeles, los camareros de ciertos bares abiertos hasta el amanecer, los “secretas” que se infiltraban en la universidad como estudiantes, todos los conserjes de RTVE eran excombatientes de la guerra civil, Suarez, en su paso por allí, colocó casi a la mitad de Cebreros en muy buenos puestos. Pero ya no hay ascensoristas, ni serenos, ni limpiabotas, ni aguadores, ni curas con sotana. Sólo hay aparatitos que vigilan y lo ven todo, hasta tu picha si se te ocurre mear en la calle. Pero sé que Pancracio pertenecía al contraespionaje, que ayudaba al perseguido. Eso de que leía a Pemán era su coartada. Pancracio, con o sin su Encarnita, leía todas las noches a Trotski. El día que se publiquen sus verdaderas memorias podremos regocijarnos con sus hazañas bélicas.

  9. Vaya, sí que ha pegado cerca de El país de Alicia el coronavirus!!! DEP.

  10. Bonito homenaje Tirado, a este hombre que contaba como nadie sus nostalgias , de caballero antiguo de historias de su época franquista
    y siempre entrañables, asi fueran reales o ficricias y casi siempre ligadas a su juventud
    El recuerdo de Pancracio como si de un abuelo cebolleta fuese, dicho con todo cariño a su memoria siempre estará en conexión con este blog tiradiano
    DEP.

  11. ¡Larga vida a Pancracio!

  12. Yo conocí a Pancracio, que no se sabe el motivo, sabía muchas cosas de aquella Radio Cadena Española de 1983. Me habló del programa nocturno Luces de la Ciudad, de lunes a viernes de 00 a 02 horas, dirigido por el inolvidable Ignacio Auz. Con él trabajaba una chica punki, lista y hermosa, Maite López. Y en aquella Radio Cadena de Eduardo García Matilla estaban en los estudios de la calle Ayala periodistas como Chema Abad, Chema Fortes y, tal vez, el llorado Chema Candela. El crítico de cine era Boquerini. Ustedes grababan en unos viejos estudios de la calle Diego de León. Una tarde hubo una enorme manifestación, con muchos enfrentamientos, en las mismas puertas de esa emisora. Usted, Pedro Matamorón, bajó a ver qué pasaba, junto a otros compañeros. Y, en medio de la confusión, los antidisturbios, muy nerviosos, detuvieron a uno de sus compañeros periodistas. Cuando lo iban a subir al coche celular, Pancracio me contó que usted gritó con una autoridad absoluta: “Suelten a ese hombre, que trabaja conmigo!!”. Los policías lo miraron a usted, señor Matamorón, y dejaron libre a su amigo. Pancracio me dijo: “La única explicación es que creyeron que se trataba de uno de la policía secreta”. Y añadió: “El señor Matamorón se puede hacer pasar por quién quiera, y lo creerán”.
    En fin, luego contaré lo que me dijo de Macaón, a quien apreciaba mucho.

  13. Heme aquí, en este confinamiento interminable, recordando historias de tiempos jovenes, inacabadas o soñados, cuando leo con tristeza el fallecimiento de Pancracio.
    La primera impresión es de absoluta incredulidad, una persona como el, aunque ya mayor, no puede morir, es eterna, pero el tiempo, este si que es eterno, deteriora con sus dedos invisibles todo lo que toca.

    Pancracio y un servidor teniamos un gusto común: el verbo inmaculado de D. Jose Maria Pemán, por esta razón contacte con él, a través del Sr. Tirado para mostrarle unos documentos que poseia que yo entendia que podia ser de su maximo interés:
    Las pruebas irrefutables de que D. José Maria era un agente doble de Largo Caballero en la España Nacional.

    Quedamos en la cafeteria Manila en la Plaza de Callao y le enseñe uno trás otros los documentos que le traia en una carpetilla de color azul cerrada con gomas.

    Pancracio tosió al ver el primer escrito, un carrapeo inutil y nervioso, al llegar a los ultmos documentos, miró en silencio la calle a través del cristal de la cafeteria, mientras pasaba una turista con un mini short, cogió un Marlboro de su cajetilla y lo encendió, exhaló una bocanada de humo denso y con voz muy baja apenas audible dijo: “tiempos, ya ni de Pemán uno se puede fiar”.

    Nos despedimos y no nos volvimos ver. Solo algunas llamadas telefónicas esporádicas y breves interesándonos por nuestra respectiva salud.

    Descanse en paz.

    P.D.: Aprovecho esta ocasión para enseñar a los interesados los documentos anteriormente referidos, se pueden poner en contacto con el Sr. Tirado para contactar conmigo.

  14. Descanse en paz junto a su querida Encarnita… Por lo que he podido leer debió ser todo un personaje.

  15. Me parece que lo estáis metiendo en demasiadas movidas.. Pancracio, a parte de simpatizar con la LCR, era algo libertino, como muchos, y lo que le molestaba eran esos que querían volver a bendecir los relicarios, poner mangos a los hisopos y empuñadura a los sables. Por eso delataba a la Social que por sus ascensores circulaban..

  16. Descanse en paz este caballero al que no he tenido la fortuna de conocer. Mis condolencias a sus familiares y amigos. Su entusiasmo por Pemán será, en el más allá, un punto de fricción entre D.Pancracio y mi abuela Martina, que lo deploraba. A veces me comunico con ella a través de una medium.

  17. Veo que el sr. Pancracio era, con razón, un contertulio muy querido. Lo digo basándome en las intervenciones que el sr. Tirado nos ha ofrecido: un hombre bueno en el sentido machadiano de la expresión. Me habría encantado tener la oportunidad de compartir con él este espacio de koinonía que nos brinda este blog. Lamentablemente, mi incorporación es de hace apenas unas semanas, justo cuando comenzó el confinamiento y, según me ha parecido, el sr. Pancracio falleció de la Covid 19 unos días antes. Mucho ánimo a sus amigos y familiares, si le quedan (acabo de leer que era viudo y sin hijos). Descanse en paz.

  18. Acabo de recordar el motivo por el cual Pancracio conocía tantas cosas de Radio Cadena Española: Porque era amigo del pianista del pub El Avión. Radio Cadena, en 1983, en la época del señor Matamorón, tenía un gran equipo. El magazine de la mañana lo hacía Ana Rosa Quintana. Y el magazine de la tarde corría a cargo de María Teresa Campos. María Teresa tenía como colaborador a Miguel Ángel Almodóvar, que le escribía y leía en antena un artículo diario. Y tenía una guionista muy linda, a la que María Teresa desesperaba, y esa chica, remorena y linda -ya está dicho-, irrumpía en la Redacción y le decía a Boquerini: “Ha leído el texto y me ha dicho, “pero niña, ezzzto qué ezzz, pero niña, ezzzto qué ezzz”. Indignada y linda. Una noche, al terminar ‘Luces de la ciudad’, acudí a El Avión con el nunca olvidado Ignacio Aúz y con Maite López. Y allí estaban Boquerini con la linda guionista de María Teresa, cuyo nombre yo desconocía. Y, en un momento de la conversación, ella sacó una foto de su hijo. Yo ya tenía también una hija. En ese tiempo éramos padres muy jóvenes. La chica pasó la foto del crío a Boquerini, que dijo: “¡Qué majo!”. Luego a Ignacio Aúz, que comentó algo con su maravillosa voz grave y suave. Y después a Maite López, que susurró: “Es para comérselo”. Y cuando la foto llegó a mis manos, grité: “¡¡Pero si este niño es Manolito Gafotas y todavía no ha nacido!!”. Y miré a la madre, que estaba lindísima, le pregunté cómo se llamaba, y respondió: Elvira Lindo. Esa chica linda era la guionista de la Campos en aquella gran Radio Cadena. Y a todo esto, creo recordar que Pedro Matamorón estaba acodado en la barra comiendo pipas, que era lo que acompañaba a las consumiciones en el local. Y el pianista tocaba Doctor Zihvago, y al día siguiente había quedado a tomar un vermut con Pancracio en una cafetería de la avenida de José Antonio, porque Pancracio madrugaba mucho y nunca salía de noche.

  19. Recuerdo perfectamente los comentarios de Pancracio, el ascensorista del metro en El País de Alicia. Nunca supe si era un cachondo con un peculiar sentido del humor (lo más probable) o había algo de verdad en el personaje que se había creado. Me temo que me quedaré sin saberlo. Descanse en paz.

  20. Se ha muerto un gran hombre y el homenaje recibido está a su altura. Reconozco que me he emocionado con las evocaciones de Pancracio. Tanto yo, como mi hermano Gerundio, lo leíamos con aut fruición, y eso que recuerdo que en alguna ocasión Gerundio y él tuvieron alguna sonada disputa. Era un buen hombre, machadianamente bueno, como ha dicho algluien. Entrañable, ocurrente, sentimental y con una tendencia natural a la nostalgia, cosa esta última a la que reconozco soy bastante ajeno, aunque paradójicamente disfruto mucho con la nostalgia de los demás, siempre que sea literariamente fructífera. No sé si conocían, pero de ser así, Pancracio hubiera congeniado maravillosamente con Garci. Personalmente no lo conocí, pero estoy convencido de que era un hombre elegante, que casa muy bien con la imagen idealizada que nos ha dejado Tirado en la entrada del artículo. Con elegancia se despidió de nosotros para irse con Encarnita, con Pemán, con la inmensa mayoría de los que fueron. Sin prisas, acabaremos reuniéndonos con él. ¡Maldita sea la fatídica Covid-19!

  21. Yo seguí a Pancracio en este blog, mi pequeño homenaje a él y un abrazo allá donde esté. D.E.P

  22. Siempre me quedará la pena de no haberle pedido a Pancracio un post sobre José María Pemán. El último verano pensé hacerlo, pero lo fui dejando para mañana. Y, mañana no existe. Qué gran hombre hemos perdido.

  23. Yo, anoche, tuve un sueño donde veía a Pancracio dándole un óbolo al barquero Caronte para cruzar el río Aqueronte en dirección al Tártaro, y luego charlando muy amigablemente con el dios Hades, señor del reino de los muertos. Todo muy agradable y bonito..

  24. Señor Juan Antonio Tirado, yo no conocía a Pancracio, pero lamento mucho su muerte. Y me gusta mucho su nombre, Pancracio. Ya nadie pone a sus hijos nombres como Pancracio, Fulgencio u Olegario. Ni siquiera Jacinto. Jacinto es un nombre precioso, pero no creo que haya personas menores de 50 años actualmente que se llamen así. Ahora denominan a los niños Borja, Rubén o Iván. Nombres feísimos. Cada época tiene sus nombres. Eso es una cosa que usted, Tirado, podría estudiar, porque hace muchos años escribió un libro titulado ‘Lo tuyo no tiene nombre’, que trataba sobre los nombres. En este blog escribe otro señor con un nombre sensacional: Macaón. Señor Tirado, ahora no es que no haya hombres, que también, sino que ya no hay nombres.

  25. ¡Un señor homenaje, ya lo creo! Yo entro tarde porque he estado por ahí perdida, entre gallinas, cabras y perros peligrosos. Las casas rurales tienen cerca todo eso y más, de modo que en nada de nada se parecen a un ascensor en el corazón de una gran capital. Dice alguien por aquí que ya no hay ascensoristas, ni serenos ni limpiabotas, y Paquita remata escribiendo que ni siquiera hay hombres ni nombres. Pues bien, yo les aseguro a todos que siguen habiendo cabras, gallinas ponedoras, mastines, tilos, adelfos, termiteras, trigo silvestre, brezo, gazpacho del pastor, culebras, arañas y abejorros, muchos abejorros. Pancracio debió de haber fumado menos y haber salido más al campo, aunque sin el ascensor de la Avenida de José Antonio habría sido mucho menos él. Tal vez me anime a leer a Pemán, quien de pequeña me entretenía mucho con su “Séneca”, un personaje inventado para la televisión en blanco y negro. Descansen en paz Pancracio y el ascensor, que también debió de acabar muy agotado y maltrecho.

    D. Siles, ande, háganos el favor de presentarnos a otro caballero tan entrañable, usted conoce a muchos.

  26. Tengo la esperanza de que se incorpore a este repertorio de grandes nombres y hombres/mujeres Paco Huelva. No es seudónimo ni heterónimo. Lo conocí hace exactamente quince años en la sierra de Huelva en un pavoroso incendio. Él estaba al frente de algún dispositivo social y me deslumbró a eso de las seis de la mañana dirigiéndose a un nutrido grupo de afectados por las llamas con un radiofónico: “Muy buenos días, señoras y señores, les habla Paco Huelva”. No me cupo duda de que detrás de aquel hombre había un amante de la radio. Años después, por casualidades de la vida, me enteré de que era también un apasionado de las letras. Jubilado ya, se vino hace un par de meses a Madrid para hacer “vida literaria”, con la mala suerte de que le cogió por medio la pandemia y ahí ha estado encerrado entre cuatro paredes en las proximidades de la plaza de Santa Ana, tan literaria. Desde aquí le invito a acompañarnos en esta modesta pero apasionada peripecia bloguera.

  27. En honor a Pancracio he escrito este artículo.

    Los viejos, los queridos y entrañables viejos, se han convertido en la principal víctima de esta pandemia, ellos, que sobrevivieron a una guerra civil, y alguno fue en la guerra un niño huérfano, perdido, sucio y solo, que deambulaba sin rumbo por las calles de la ciudad bombardeada, asustado y mugriento, entre escombros y cadáveres, entre hambre y miedo, con los brazos caídos y las rodillas heridas. Los viejos que levantaron este país, con pluriempleo y horas extras, con su trajecillo color gris gastadísimo, durante la difícil posguerra –algunos de ellos sostienen que fue peor que la guerra- y en los años del desarrollismo, el sobre con la paga a fin de mes, siempre escaso, la ilusión de comprar algún día el Seat 600, y la copa de Centenario Terry los sábados por la tarde con los amigos, que anunciaba por la televisión aquella chica rubia a lomos de un caballo blanco.
    Los viejos y las viejas, claro, los bisabuelos y bisabuelas de ahora, con las puertas del viejo piso que con tanto esfuerzo adquirieron en su día siempre abiertas para el familiar que lo necesitara. Los viejos, sí, aferrados a su moral pétrea, a sus convicciones humanitarias, a su fe en Dios, a la bondad que dan los años y la experiencia, y el sosegado recuento del pasado. Porque los viejos ya han tenido tiempo de cruzarse de brazos y de sentarse en la penumbra del olvido a ver tranquilamente la película de la propia vida. Francisco Umbral escribió que “la eternidad es un niño enfermo en la cama una tarde de domingo”. Y también, maestro Umbral, la eternidad es un viejo tumbado en la cama, enfermo, con su tos de viejo y ese miedo frío y racional del viejo a la muerte. Los viejos son también niños, sí, porque la vida es circular, consiste en un lento retorno a la infancia, la vida es ir aprendiendo cosas para luego olvidarlas poco a poco, la mente del viejo se queda vacía como la de un bebé, en eso que llaman Alzheimer, pero mientras un bebé provoca ternura, un viejo físicamente causa cierto rechazo. Pero un viejo representa la victoria de la existencia, todo viejo es un triunfador porque ha vencido a un calendario lleno de trampas mortales. Pero ahora esos viejos resistentes se han encontrado repentinamente con un virus desconocido y asesino que los mata a miles en los hospitales o en las residencias, alguno agarrado fuertemente a un rosario. Los viejos vivos junto a los viejos muertos en un mismo salón de la residencia abandonada. Esos viejos que llenaron nuestras vidas y que nos lo dieron todo, cómo siguen llenándolo todo desde la muerte.

  28. Hay una época, en la que celebramos las primeras comuniones. Años después los de la panda, se van echando novia. Llega ” la mili”. Y poco a poco, toda la panda se fue casando
    Empezamos a celebrar después los primeros bautizos (eso era antes, cuando teníamos natalidad)….. Un día, alguien te dice, ¿sabes que fulanito, murió?.
    Cuando llega esa época, de las jubilaciones y de las esquelas, y de las malas noticias, y de los recuerdos, es que estamos llegando al final de la escalera. De nuestra escalera de la vida.
    Con lo que no contábamos, era con el resbalón en la escalera de una pandemia.
    D. E. P

  29. Sentido homenaje a la vejez mesié Siles, mis felicitaciones. Aún sin haberla visto, no puedo apartar de mi mente la imagen de varios viejos muertos y amontonados en una habitación de una residencia municipal, esas que realquilaban al mejor postor, que suele ser el más barato. En populosos barrios de la gran ciudad suelo observarlos. Son maltrechos jubilados emigrantes de tierras de Castilla, buenos buscadores de soles de invierno y sombras de verano, con la mirada en ninguna parte y el alma (y el cuerpo) perdida entre un bullicio que los ignora. Suelen dejar olores a carnes flojas, alcanfor y a tierra seca. Algunos pasean con paso patituerto, como lombrices con dentadura postiza a modo de hormigas sin tarea. Rostros pedregosos llenos de surcos que simulan laberintos, manos callosas. Rigor de edad. El dogma del tiempo con su estigma, la ingrata, pero muy humana, arruga, y ¿por qué no? bella arruga. La vejez siempre camina sola malamente sostenida en el asombro de vernos viejos (¿se preguntarán por el misterio de envejecer a lametazo lento?). Casi todos los viejos se asemejan, al igual que los recién nacidos. Los extremos no son buenos o malos, pero se igualan. Fácil que ambos acaben, o vivan, en el limbo. ¿Será lúcida la extrema vejez, conducirá a lo íntimo, a preguntas profundas? ¿Habrán comprendido que la vida nunca fue como la ansiábamos, que acaso no ha merecido la pena vivirla (o sufrirla)? Creo que la vejez simplemente se mira a sí misma: ansias de seguir existiendo, que no es poco. La vejez puede ser honorable si de nadie depende y ejerce pleno dominio sobre lo suyo, si no es así, se convierte en servidumbre, sumisión, dependencia. Pocos lo consiguen, sólo los ricos. ¿Debemos venerar las arrugas? Pronto seré viejo y arrugado. ¿Cómo me gustaría que me tratasen? Creo que con la dignidad y respeto que todo ser vivo merece. Termino con un bello y doliente poema de Samuel Beckett.

    Vejez es estar en cuclillas
    agazapado en el hogar
    temblando porque la bruja
    ponga el perol en la cama
    y traiga el ponche.
    Ella llega en las cenizas.

  30. ¡Qué magnífico texto, Macaón! Me encanta.

  31. Inspirado y sabio texto, Macaón. Desprende bonhomía, una manera de ver el mundo que lo hace más confortable: Por la comprensión y la solidaridad con el sufrimiento de los viejos. Sufrimiento que será de todos. O de muchos.
    Una vez más: Mucho lo suyo, Macaón.

  32. Nadie es tan viejo que no piense vivir un año más.

  33. La frase de Pepe me recuerda otra de Manuel Alcántara, un magnífico columnista ya desaparecido: “Los viejos no queremos vivir mucho tiempo, lo que queremos es estar vivos el día siguiente”.

  34. En un artículo publicado estos días, y a propósito de la pandemia, Jorge Martínez Reverte recordaba una frase “del padre de los Fraguas”. Esta: “Nos queda mucha muerte por delante”. Y Juan José Millás ha descrito la atmósfera con la que nos hemos encontrado al salir a la calle así: “Hay, donde vuelvas la vista, una paz armada hasta los dientes, hay un desasosiego tenso”. Sí, esa paz armada hasta los dientes está incluso en las terrazas. Y el desasosiego tenso lo llevamos dentro.

  35. A propósito de las citas sobre los viejos, esta de Norberto Bobbio: Lo malo de la vejez es que dura poco.

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