EDUARDO HARO TECGLEN: LEYENDA DE UN HOMBRE ALTO

Eduardo Haro Tecglen

Eduardo Haro Tecglen

Eduardo Haro Tecglen era una garantía de excelente periodismo. Escribía desde los acantilados de sus demonios personales y lo hacía con ademanes de aristócrata, sin despeinarse la inteligencia. Tenía estatura de gigante y corazón de lobo tímido. Escribía de todo, como un gimnasta de las viejas linotipias del XX. Era contradictorio, presumió de rojo, pero fue un impacto cuando sacaron un artículo suyo del 20 de noviembre de 1944 en Informaciones glorificando en perfecta retórica falangista a Franco y al Ausente. En aquellos tiempos del viejo régimen franquista, cuando le encargaban un artículo sobre cualquier tema de actualidad, solía preguntar: ¿a favor o en contra?, y en seguida despachaba una pieza magnífica. No era el único que trabajaba con ese criterio, no estaban los tiempos para bromas. Triunfo fue la revista donde más brilló. Sin exagerar, él escribía casi la mitad, utilizando tres o cuatro heterónimos, amén de su apellido marca de la casa: Haro. Luego, en El País llenó muchas páginas. Era un cínico que solo creía en su talento, y al que se le murieron cuatro hijos, y un quinto se tiró por el viaducto semanas después de fallecer él, como una suerte inversa de Cid que arrastra su leyenda negra de Saturno después de muerto. Su faceta más conocida en El País fue la de crítico teatral. No le importaba ser cruel; tampoco escatimaba elogios a los autores y obras que le gustaban, a veces de amigos, aunque con estos, recuerdo ahora a Adolfo Marsillach, también tuvo algún desencuentro a propósito de alguna crítica que no gustó al criticado. En general, solía ser despiadado. Y muy fiel a sus enemigos. Con frecuencia acertaba, porque son más las obras malas que las buenas. Haro y Antonio Buero Vallejo mantuvieron durante años una enemistad legendaria fundada en las críticas del primero y en que Buero era un autor enormemente susceptible. Me contó otro crítico, que cojeaba, Lorenzo López Sancho (cojeaba físicamente, no como crítico) que las noches de estreno Buero se dejaba caer por el pub donde acostumbraba a parar López Sancho. Se hacía el encontradizo y le preguntaba:

Antonio Buero Vallejo

Antonio Buero Vallejo

“Lorenzo, ¿qué te ha parecido la obra?” y si Lorenzo (cuya crítica aparecería al día siguiente en ABC) se permitía algún matiz crítico, don Antonio entraba en cólera. Pero su enemigo por antonomasia era Haro. Hasta el punto de que llegó a estrenar una obra, Diálogo secreto, que gira en torno al drama de un crítico de arte daltónico. La pieza llevaba un destinatario “secreto”: Eduardo Haro Tecglen, pero lo mejor fue la crítica demoledora que este publicó en El País al día siguiente del estreno, titulada: “La ceguera del autor”. Directo y a la mandíbula. Cuando murió, en los primeros compases del nuevo siglo, hacía años que se había retirado a los laberintos de la perplejidad, desde donde disparaba con frases cortas como latigazos y una puntuación heterodoxa, a la manera de un antiazorín. Luego se murió y no alcanzamos siquiera a verlo de cuerpo yacente, porque su físico distinguido se perdió elegantemente en las neveras de alguna facultad de Medicina. Quizá vino a hacerse así realidad, por vía irónica, el deseo confesado en ocasiones por Haro de ser un hombre invisible. En vida no lo consiguió: ni en los periódicos, ni en la calle donde le delataba su estatura. Fue un hombre complejo y un periodista extraordinario. Siles y yo lo admiramos mucho, casi tanto como a Umbral.

 

 

20 Responses to “EDUARDO HARO TECGLEN: LEYENDA DE UN HOMBRE ALTO”

  1. Me ha gustado mucho el post. Por razones de edad me perdí su magisterio de *Triunfo*, pero sí disfruté de sus columnas en El País. Contundencia, inteligencia, talento expositivo y esa ironía y distancia permanente sobre la empresa que le pagaba y las dos personas que la dirigían (Cebrián y Polanco). Le conocí en una firma de la Feria del Libro. Me llamó la atención cómo escuchaba a la gente y el tono de voz, bajo y algo apocado con el que hablaba.

  2. Artículo muy interesante y erudito. Haro era brillantísimo.

  3. Eres un hombre sabio.

  4. Repaso un poema de César Vallejo:

    Un hombre se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
    ¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

    Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
    ¿Hablar luego de Sócrates al médico?

    Un cojo pasa dando el brazo a un niño
    ¿Voy, después, a leer a André Bretón?

    Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
    ¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

    Otro busca en el fango huesos, cáscaras
    ¿Cómo escribir, después, del infinito?

    Un albañil, cae de un techo, muere y ya no almuerza
    ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

    Un banquero estafa a sus clientes y emigra
    ¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

    Un paria duerme con el pie a la espalda
    ¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

    Alguien pasa contando con los dedos
    ¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?
    ………….

    Digo yo: Una extraña peste ha matado en nuestro país, en apenas tres meses, a 3.000 personas, a 400.000 en todo el mundo, mas millones de agonizantes.¿Cómo hablar de las peripecias, vicios y virtudes, de un señor fallecido hace 15 años de un infarto mientras comía en un buen restaurante?

  5. Eduardo fue muy amigo de mi abuelo biológico… Fernando Fernán Gómez, ya saben, “el pelirrojo genial”

  6. Jamás había escuchado hablar de Tecglen, ni leído nada, quizá por mi edad, 46 años recién cumplidos, lo que me hace acreedor de los últimos coletazos de la generación X. Por lo que cuentas diría que este hombre se define por aquello de “yo soy yo y mis circunstancias”, como Ortega y Gasset bien refirió. Así denota que uno puede ser contrario a unas ideas, pero hacer una magnífica exposición de aquello de lo que supuestamente reniega. Máxima que supongo le sería recurrente en su gran publicación Triunfo, que fue coetánea con el régimen franquista. Que terminara como crítico de vodevil prácticamente, en el País, y su idiosincracia personal afecta por el drama familiar me llevan a pensar que sería un genio inconformista de la época, como tantos. En cuanto a su enemistad con Buero Vallejo lo entiendo perfectamente: la primera obra que me obligaron a leer en mi vida y en el instituto, con 16 años, fue “El tragaluz” y tan solo recuerdo la agonía que sentía aquel individuo mirando por aquel ventanal del sótano mientras veía pasar a las gentes. Reconozco que me marcó profundamente y me echó en manos de Ibáñez y sus Mortadelos para contrarrestar y pasar los malos tragos.

  7. Juan Antonio, estupendo el artículo sobre Haro Tecglen. Da gusto leerte.

  8. Gracias por recordarnos a Haro, Juan Antonio. Mi primer encuentro con él fue en su Visto/Oído, esa columna en la que tenía que hacer crítica televisa pero escribía sobre todo lo que quería, en un estilo inconfundible para aprovechar al máximo el poco espacio que tenía. Mi segundo encuentro fue en sus conversaciones con Fernando Fernán Gómez, editadas por Diego Galán, que me regaló mi profesor José Luis en 1997, tras hacer las prácticas del CAU en una de sus clases. (¡Qué ganas me han entrado de reelerlo!) La tercera fue en el estudio de radio más hermoso de Madrid, cuando tuve la suerte de Madrid de entrevistarle en 2001 en Radio Círculo, por una pequeña biografía sobre Lope de Vega. La última vez que le vi fue en Ocho y Medio, en 2005, poco antes de su muerte. ¡Cuánto han cambiado el mundo y nuestras vidas desde entonces!

  9. Recuerdo sus artículos en El País, breves, pero muy buenos. Respecto al artículo que citas de 1944, no sé si un escrito de alguien con 20 años y en las circunstancias que había es muy concluyente de su trayectoria ideológica. En cualquier caso, un estupendo homenaje.

  10. Lo echamos mucho de menos…

  11. Buen artículo

  12. A Haro habría que resucitarlo. Es una pena que a Falconetti (Sánchez) y al Macho Alfalfa (Iglesias) solo les interese Franco.

  13. En veinte líneas Haro Tecglen escribía una autobiografía de hastío y pesadumbre, que era a la vez una crónica de España y una proclama política. Los ha habido grandes en el columnismo de análisis y concepto (Umbral y el glorioso literatulismo es otra cosa), pero creo que Haro fue el mejor de su época, y eso que los hubo extraordinarios. Si tuviera que fijar una tripleta de talentos alinearía a Manolo Vázquez Montalbán y a Carlos Luis Álvarez, “Cándido”, con Haro indudablemente fijo en el equipo. Ya no hay políticos como los de antes, decimos, y creo que lo decimos con razón, pero tampoco hay articulistas como aquellos. Ahora bien, las cosas como son: los columnistas de ahora no están tan alejados de la excelencia de sus difuntos mayores como lo están los políticos. La clase política se solía decir. Poca clase tienen los políticos de hoy. Gloria a los columnistas de siempre, Haro, irremediablemente entre ellos.

  14. ¡Precioso! ¡Chapeau!

  15. No fui lector de Triunfo, así que Haro Teclen me pilla, por edad, muy lejos, pero por lo que relata el sr. Tirado, en cuyo criterio intelectual confío, debió ser un magnífico profesional. En los días en que Teclen presumía de rojo, decenas de miles de españoles también lo hacían sin que les avalase un curriculum de hechos probados. Joaquín Leguina, con mucha sorna, los llama “antifranquistas sobrevenidos”. En la Transición muchos de los antifranquistas sobrevenidos se reinventaban y se auto narraban en conversaciones de bar y café como audaces activistas soterrados. Nadie efectuaba indagaciones ( para que tampoco se las hicieran a uno) y pululaban orgiásticas las mentiras y auto mentiras sobre audacia y oposición políticas. A nadie en aquellos días le gustaba verse ni mostrarse tal cual había sido : obediente y callado, una simple pieza opaca más en un país, tan sumiso y silente durante cuatro decenios, que su dictador murió de viejo en la cama . Javier Cercas explica muy bien este fenómeno de autoinvención y autoindulgencia individual y colectiva en “El Impostor”. Haro Teclen fue solo uno más de los españoles que presumieron para no sentirse avergonzados ante ellos mismos y ante los demás

  16. Eduardo Haro Tecglen ha resultado decisivo en mi vida profesional, como maestro desde lejos, pero también en la personal: Por la influencia que han tenido en mi la lectura de sus artículos y de sus libros. Todavía guardo metidos en carpetas recortes de las críticas de teatro de Haro en ‘El País’ desde el año 1984. Podía decir muchas cosas de Haro y de la impresionante obra periodística que levantó. Pero voy a contar simplemente dos anécdotas. Cuando me hicieron director del periódico ‘Odiel’ de Huelva, Eduardo Haro Tecglen escribía un artículo diario en ese periódico. En realidad se trataba de la transcripción de la columna que después del Boletín Informativo de las 18.00 horas leía Haro en la Ser a diario. Pero yo cuidé muchísmo ese artículo, procuré que se publicara siempre en página impar, grande, con foto de Haro. Y me planteé: ¿Quién escribe en España lo más parecido a Haro?. Respuesta: Juan Antonio Tirado. Y hablé con Tirado para que escribiera en ‘Odiel’, cosa que hizo durante muchos años, a veces a tres columnas por semana. Pero curiosamente, el primer artículo que Tirado envió era sobre el libro que J. Benito Fernández publicó en Anagrama sobre Eduardo Haro Ibars, tiulado: “Los pasos del caído”. En ese artículo, Tirado hablaba mucho de Eduardo Haro. Hace ya muchos años de aquello. Otros tiempos.

  17. Dice el Doctor Alegría, que no sé en qué Facultad de Medicina se habrá licenciado, que Falconetti (Sánchez) y Macho Alfa (Iglesias) sólo hablan de Franco. Es que, intrépido doctor, Santiago Abascal es literalmente Franco, y doña Cayetana es un Franco con faldas, que dirían Umbral y Haro. Saludos y Salud a todas y a todos.

  18. Buena y oportuna remembranza de Eduardo Haro Tecglen.
    Era de los columnistas a los que siempre leía, por original y sorpresivo, aunque con frecuencia discrepaba de sus opiniones e incluso alguna vez llegó a cabrearme. Recuerdo por ejemplo un artículo en el que, desde su ignorancia futbolística (de la que presumía), recordaba al R. Madrid como el equipo de la capital bombardeada por las tropas franquistas y al Atlético como el de los vencedores, emblema del Ejército de Aviación.
    ¿Tantos años han pasado ya desde que murió Eduardo Haro?
    Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo (y nosotros con él).

  19. Eduardo Haro Tecglen insistía en que era un hombre “enamoradizo”. Yo también soy enamoradizo. Y en estos días me gustaría escribir un artículo sobre las guapas. Titulado así: ‘Las guapas’. O mejor: sobre la ausencia de guapas. Porque en ‘la nueva normalidad’ nos hemos quedado sin guapas. Vas por la calle y las señoras y señoritas llevan puesta la obligada mascarilla, y puedes atisbar sus ojos, en muchos casos ojos de mujer fatal, pero no alcanzar a contemplar el resto del rostro, las mejillas, y tal vez unos labios carnosos y húmedos. El nuevo mundo nos ha privado de la contemplación primaveral de las guapas, y no queda más remedio que ir a algún velador para ver a una chica buenísima tomando un drymartini. Pero claro, desde hace muchos años no se puede publicar un artículo con las tesis expuestas más arriba, porque vivimos desde hace lustros en el mundo de lo políticamente correcto, que no creo que cambie en la época de la post pandemia. Hecho mucho en falta la libertad que vivimos en los años 80 y principios de los 90. Cuando entonces se podía escribir de todo. Otros tiempos, sí, que diría usted, maestro Haro. Francisco Umbral escribió el 6 de febrero de 1994: “Celia Villalobos tiene una cabeza de chico y unas piernas de cabaret, más su dialéctica de “izquierdas”, que me pone cachondo”. Y ahí queda eso. No sé qué ocurriría ahora si un columnista escribiera que “la dialéctica de derechas” de doña Cayetana lo pone cachondo. Lo más aproximado, que es muy lejano, lo he encontrado en algunos artículos de Carlos Boyero. Escribió recientemente Boyero de Inés Arrimadas: “Me parece ejemplar la último intervención en el Parlamento de Inés Arrimadas, esa hermosa mujer y muy notable actriz con la que tengo ancestral cuelgue”. Como verán tengo muy estudiado y documentado el artículo sobre las guapas, la ausencia de guapas por las mascarillas. Pero no tengo valor para publicarlo. Ya no existe aquella libertad. Y hay mucho poder fáctico acechando. Nos hemos quedado sin guapas, y yo sin artículo.

  20. Lo malo de sus cosas, D. Tirado pa lante, es que no sólo hay que leer los artículos de Vd., que suelen ser estupendos (yo nunca piropeo al cien por cien, de ahí ese “suelen”), sino que hay que leer también a toda la jarca de escritores buenos, malos y regulares que viene después (que suelen ser en su mayoría interesantes). Me recuerda Macaón, el gran Macaón, que tengo en la mesilla los poemas completos de Vallejo (y si no son de Vallejo se trata de una antología muy gorda, ahora no me voy a levantar a comprobarlo), y que no les hago ni caso porque siempre están Wolfe, Faulkner, Steinbeck y otros más delante. Don Haro echaría pestes de esa fijación mía por lo norteamericano, que viene, por cierto, de muy lejos, y va a llegar, creo, más lejos aún. Tanto como me permitan los días que me quedan en esta tierra. Tal vez uno de esos días me decida y lo venda todo (si conocieran Vds. el contenido de ese “todo” y su valor se descojonarían) para trasladarme a vivir en mi adorado y soleado Miami, para lo cual será un plus, no solo hablar inglés, que ya lo hago, sino conocer a fondo la historia y la cultura norteamericanas.

    Yo creo, Tirado, que hay temas de otoño invierno y temas de primavera verano. Haro es un tema de pleno invierno, con su pesimismo, su crueldad verbal, quién sabe si también de la otra, y su permanente mal humor. Se peleaba con muchos, pero hubo un período en el que la tomó con no me acuerdo quién (era también muy famoso y muy mayor) y no soltó la presa hasta que la tuvo destruída y sin capacidad ninguna de respuesta. Lamento un montón no recordar de quién se trataba, pero se que era viejo porque comenté el asunto en una cena de famosos ilustres, y a Juan Diego, que nos acompañaba, le pareció muy oportuno y divertido mi juicio sobre aquellos rifi-rafes: “Es una pelea de viejos”, dije, a lo que Diego contestó, “es verdad, esa clase de pelas, sobre todo en letra escrita, son diferentes. Los jóvenes no son tan malvados”. Adorable y talentsísimo Juan.

    Leí siempre a Haro, cómo no, (no en Triunfo, sí en el País) pero me quedo con un largo reportaje que firmó en el colorín sobre la CIA. Se fue a Langley. Obtuvo los permisos y las citas a que diera lugar, y se fue a Langley a escribir sobre la CIA, el muy jodío. Ahí me convencí de que Norteamérica y los norteamericanos le gustaban más bien poco. Pues en venganza a lo mal que me can esos rojos resecos por el rencor (qué bonita agrupación de erres), me iré a Florida y me pondré una camisa de palmeras como la de Joe Buck. Y al Señor haro, que Dios le tenga en su gloria pero en el sótano, a pan y agua y pasando frío.

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