Un río de oro

 

 

arena1mudaEl tiempo. Hay coleccionistas de horas muertas que las pegan en el álbum morado de la nostalgia. Hay derrochadores de tiempo, jóvenes y arrogantes millonarios que un día van a cobrar un talón en el espejo del baño y se encuentran con lo que ayer era oro convertido en nieve. Los muchachos del acné febril son, a la vuelta de la esquina de los años, maduros caballeros de la edad cansada.

Estamos hechos de tiempo. Ése es nuestro equipaje y nuestra angustia. No es cierto que el tiempo vuele por definición. Es verdad que para el adulto el tiempo suele ser un concepto fugitivo, sin embargo para el niño es un fenómeno de tan lento casi estancado. Ahí nace su deseo de que el tiempo se acelere. Lo difícil es estar de acuerdo con el tiempo, por demorado o por fugaz. Por eso buscamos la felicidad, porque es un instante de tiempo suspendido, de tiempo sin tiempo. Algo tan buscado como improbable, ya que va contra la raíz humana de seres en el tiempo. La literatura surge de esa angustia básica. Indaga respuestas, produce momentos de rara dicha en los que el tiempo queda suprimido, aunque, sobre todo, nos enfrenta a nuestra frágil condición de hijos del tiempo. Del tiempo huido. Se escribe sobre lo que se perdió.

Barajemos los cuatro elementos: agua, tierra, fuego, aire, y juguemos a los presocráticos. En la cristalización del tiempo en metáfora (lo dijeron Marco Aurelio y Manrique) lo recurrente es echar mano del agua. Del agua que circula por los ríos. Claro que la metáfora acuática precisa alguna matización. Hemos quedado en que para el niño, el tiempo no sólo no vuela, sino que apenas se mueve. Por tanto, en su caso es más ajustado recurrir a las aguas de un estanque que a las de un río como motivo metafórico. En la juventud, sí, el tiempo se torna río. Un río caudaloso, torrencial. El joven comprende que el agua fluye sin descanso, por lo que piensa que es un elemento infinito. La concepción temporal se torna dramática en la madurez. A mi entender, ya no es útil la metáfora del río, y hay que sacar de la chistera un nuevo elemento: el fuego. El tiempo no es agua que fluye, sino incendio que quema. La vida, que hasta ahora era suma, pasa a ser resta. El ser humano lucha con todas sus capacidades contra el fuego. Sabe que lo que está ardiendo es su futuro, el tiempo que le queda. Las llamas serán una constante hasta el final. Somos bomberos, mal que nos pese. Esa concepción del tiempo como incendio que arrasa nuestra vida es épica y patética. Se trata de una aventura condenada al fracaso, acaso por lo mismo, de una clamorosa belleza.

Hay un dicho famoso: el tiempo es oro. Es hermoso y también muy cierto, aunque no completamente. En la infancia el niño anhela que el tiempo corra a galope tendido y aquél apenas se mueve. Para el pequeño, entonces, más que oro el tiempo es plomo. En la juventud, el tiempo es tan abundante que sería imposible acuñar tanto oro. En términos económicos, cuando un material se presenta en grandes cantidades pierde valor. En la idea del joven, el tiempo no es oro, sino bisutería. Para la persona que hemos llamado madura, el tiempo es un incendio que calcina el futuro. Existe consciencia de que las horas que pasan son las que faltan. Se tiene una sensación de escasez, aunque sea figurada. Ahora, sí, el tiempo es oro. Y no digamos ya para el anciano que sabe que cada amanecer puede ser el último. Que las horas sean oro, no quiere decir que todas se vivan con intensidad y saboreando lo irrepetible del momento. Se combina la angustia por el paso del tiempo con el no saber qué hacer con el tiempo que llega. Las horas muertas son muchas, tantas como las horas tontas, de manera que la persona derrocha oro a manos llenas, aunque a sabiendas de que está tirando un preciado don. La suprema contradicción se da cuando lamentamos el vertiginoso discurrir de los días y, a la vez, una de nuestras ocupaciones predilectas es matar el tiempo.

Tal vez nadie en lengua española haya escrito sobre el paso del tiempo, ese fuego calcinante, con el arte, el dolor, el vértigo con que lo ha hecho Quevedo. “Presentes sucesiones de difunto soy”, dijo, y tembló la tierra poética. Manuel Alcántara, poeta de a diario en los periódicos y de versos medidos en algunos pocos y selectos libros, escribió un día en un rapto de ingenio: “Por el tiempo no pasan los años”. También de Alcántara es esta frase: “Los viejos no queremos vivir mucho tiempo, lo que queremos es estar vivos el día siguiente”.Y, en fin, dejadme que sirva de postre una greguería de mi admirado Ramón Gómez de la Serna: “Ver pasar el tiempo en un reloj de arena es como beber una copa de desierto”.

 

 

 

 

 

3 Responses to “Un río de oro”

  1. Querido JAT opto por enviar comentario ante un silencio que solo (sin acento, RAEL Ortografia 1999) entiendo por las vacaciones de estas fiestas paganas de Semana santa y la retirada costera de MACAON.
    Se supera en cada uno de sus escritos: desde concepciones del del profeta de Éfeso hasta el impagable Ramón. En corto y por derecho: su pluma (en este caso, ordenador) está alcanzado el brillo de sus admirados maestros

  2. ATENCIÓN PREGUNTA! ¿Lo del codo es tan grave que te impide deleitarnos con tu florida prosa ?. Espero ,como el colega Anónimo, que se trate de unas vacaciones pascuales sin mayor transcendencia. BSS

  3. “…que los hombres mueren y no son felices”
    Calígula
    Albert Camus

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