HISTORIAS GUANACAS: El milagro del reencuentro.

Son las siete de la mañana y vamos camino de Tepetitán, un precioso pueblecito ubicadoel milagro del reencuentroo4 en el departamento de San Vicente. Tepetitán en náhuat significa “lugar entre cerros”, pues son estos montes generosos los que te saludan a lo largo del camino.
Es un día de fiesta, de alegría, de ilusión y de esperanza para una gran familia que se reencuentra. Las emociones están a flor de piel para Cristina y Ana de Jesús, dos hermanas, ahora mujeres adultas, otrora niñas indefensas y huérfanas privadas de la seguridad, el apoyo y el cariño de su familia.
el milagro del reencuentroo2Nadie debería padecer lo que ellas padecieron. Nadie debería sufrir un despertar tan brutal en su niñez. Una niñez robada, arrebatada, que llegó como un ladrón en la noche. Esto les pasó a las protagonistas de esta historia, aunque no fueron las únicas, pues sus hermanos Valentín, Lidia y Santos también padecieron en sus carnes la misma suerte.
Y como toda historia tiene un principio, esta comienza con la muerte de sus padres: José Orellana Ayala y Natividad de Jesús Guadrón, originarios de un lugar llamado la Haciendita, Tecoluca, San Vicente.
Imaginen la situación: finales de los años setenta, principios de los ochentas, en pleno conflicto armado, don José decide afiliarse en una organización campesina, un delito castigado por el mando militar de la época y cuyas consecuencias padecían, no sólo las personas involucradas, sino también sus familias.
Cristina, la mayor de los cinco hermanos, lo sabe muy bien. Ni ella, su madre y sus hermanos pudieron escapar ilesos después de que su padre fuera asesinado entre 1979 y 1980.
Sin embargo, el día que cambiaría definitivamente la suerte de Cristina fue aquel fatídico 30 de junio de 1980, cuando los hombres del ejército sacaron por la fuerza a las mujeres de la casa familiar y las mataron sin ninguna piedad. Cristina, al ser la mayor, fue víctima de abusos físicos y emocionales que hasta el día de hoy la hieren por dentro. Este recuerdo, grabado a fuego en su mente y en su corazón, la golpea con fuerza a pesar de los años transcurridos. Sus ojos se humedecen cada vez que alguien lo menciona. Su mirada se aflige pidiendo socorro como si fuera aquella niña de quince años que, de golpe, tuvo que tomar las riendas de su vida y también la de sus hermanos pequeños.
No tuvo tiempo de lamentos, ni contemplaciones. Agarró de la mano a sus hermanos y se los llevó consigo al monte, incluido un pequeño bebé de pocos meses que su madre Natividad tenía. Este último murió en el camino. Y es que el hambre no entiende de razones. Y aquella niña maltrecha y humillada tenía que trabajar para que el hambre no se llevara también a los cuatro pequeños que aún respiraban.
Así que pide ayuda a una amiga de San Salvador y consigue trabajo en una casa. A fuerza tiene que dejar a Valentín, Ana de Jesús, Lidia y Santos mientras ella se ganaba el sustento y volvía cada vez que le pagaban. Pero sus sufrimientos estaban lejos de darle una tregua, porque las injusticias muerden siempre al que va con los pies descalzos. Cristina lo sabe muy bien.
Uno de aquellos esperados días en los que Cristina regresaba a casa de su amiga para ver a sus hermanos, la única razón para soportar aquella realidad desgraciada que le había tocado vivir, dos de ellos ya no estaban. Lidia y Santos, de cinco y dos años, habían desaparecido. En su ausencia, aquella amiga los había “regalado” porque la comida no alcanzaba para mantenerlos a todos. Nunca supo más de ellas. Nadie le dio pistas del paradero de las dos pequeñas. La cruz a cuestas se le hacía cada vez más pesada. Tuvo nuevamente que decidir: dejar a Valentín y Ana de Jesús, de cuatro y ocho años, y arriesgarse a no encontrarlos cuando volviera, o llevárselos consigo y huir nuevamente como cuando se fueron al monte un tiempo atrás. Optó por lo segundo. Salvo la muerte, nadie volvería a separarlos. Encontrar a sus hermanas Lidia y Santos sería su obsesión. Y, hasta el día de hoy, lo sigue siendo.

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Por desgracia la historia de Cristina y Ana de Jesús no son las únicas. Esta es la historia de muchos niños hijos de la guerra que fueron víctimas de:  violaciones, abandono, hambre y muerte. Los niños, los más vulnerables de todos los seres, quedaban desamparados a manos de los hombres, no así de la mano de Dios. No hay explicación racional para una mente sencilla: todo lo bueno de este mundo proviene de la mano generosa de Dios. Él nunca te desampara, a pesar de las atroces circunstancias. Él es el que permite hacer realidad el milagro de reencuentro. Y uno de ellos tuve el privilegio de presenciar el domingo 28 de febrero de 2016. Una fecha feliz que quedará marcada en la memoria, no sólo en la de Cristina y su hermana Ana de Jesús, sino también en la nuestra, en todos aquellos que tuvimos la fortuna de compartir “el milagro del reencuentro”. Gracias Héctor y Arcinio por invitarme. Gracias a todo el equipo de CNB por acogerme tan generosamente y hacerme sentir una más entre ustedes.
Y es que no todas estas historias tienen finales tristes. Resulta que don José, tenía varios hermanos –sólo por la parte paterna- a quienes visitaba con sus pequeños hijos Cristina, Ana de Jesús, Valentín, Lidia y Santos. Todos de tierna edad y a quienes perdieron la pista después del asesinato de su hermano José y su cuñada Natividad.
el milagro del reencuentroo5Por eso hoy es día de fiesta. Porque los hermanos de don José se reencuentran con sus sobrinas Cristina y Ana de Jesús, perdidas hace más de treinta años.
El milagro del reencuentro, ha sido fruto de un largo proceso de investigación que comenzó a finales del año 2014, cuando uno de los hermanos de don José se pone en contacto con la Comisión Nacional de Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos durante el conflicto armado.
El milagro del reencuentro es fruto además de la iniciativa de una familia que, pese a los años, no perdió la esperanza de reencontrar a sus seres queridos. También es fruto del trabajo y la entrega del equipo de la Comisión involucrado más allá de lo estrictamente profesional, pues al cruzar el umbral íntimo de las familias una parte de ti, se queda con ellas, y una parte de ellas se queda también en ti.
Fruto sin duda de sus investigadoras, “tejedoras”, que con delicadeza han ayudado a tejer esta historia, una historia llena dolor, de pérdidas y sufrimiento, pero también llena momentos felices al lado de la familia que cada uno ha forjado a lo largo del camino de la vida. Ahora todos juntos tienen la oportunidad de reescribir un nuevo comienzo. Hoy es un día lleno de luz, de esperanza para esta gran familia. Aquí comienza otro trecho del camino, esta vez acompañados por una numerosa familia que transmitirá de generación en generación: El Milagro del Reencuentro. Valentín ya no pudo llegar a tiempo, la muerte se lo llevó pronto, pero seguramente también ha vivido junto a sus hermanas este memorable momento. Cristina así lo cree y yo también.

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