Una mañana en el Super

images.jpegLa otra mañana, en la cola del supermercado, asistí a una curiosa discusión, protagonizada por dos mujeres que esperaban su turno para pasar por la caja registradora. Estaban en filas distintas, de modo que el motivo de la disputa no estuvo en un mero incidente de orden instrumental, del estilo de “no se cuele usted”. Desconozco cuál fue la chispa que encendió el fuego verbal, el caso es que prendió con rapidez. La polemista A pasaba de los 50, y no era española, quizá hispanoamericana. La polemista B estaría en los treinta y pocos, era española, y estaba acompañada por su novio o marido, en extremo cariñoso, y sospecho que alemán, o acaso anglosajón. La atacante, llena de furia y resortes lingüísticos, era la polemista A. La polemista B se defendía con eficacia y contundencia. En un momento, la señora A dijo, sin venir aparentemente a cuento, “además, para que se entere, yo hablo cuatro idiomas”, a lo que la mujer B contrarrestó de inmediato asegurándole que ella hablaba cinco. A partir de ese instante la discusión siguió alternándose en distintas lenguas. Tan pronto se ponían verdes en inglés, como una de ellas (la A) recurría al francés y dejaba en el aire del supermercado un notable monólogo.

En choques dialécticos como éste se da uno cuenta de la verdadera importancia de conocer idiomas, porque cuando las polemistas cambiaban de lengua yo me quedaba sin enterarme de los piropos que se lanzaban, dado que, como es natural, en el supermercado no había traducción simultánea. Hubo un instante en que intervino en la contienda un guarda de seguridad, no para ejercer de traductor, como yo hubiera deseado, sino para intentar, sin éxito, calmar las aguas verbales. La polemista A, la cincuentona, aseguró que estaba cansada de las españolas, que no las soportaba, que aquí éramos muy listos y utilizábamos a los extranjeros para vivir mejor. Claro que, en honor a la verdad, debo decir que ella no daba la impresión de ganarse la vida en el servicio doméstico, precisamente. La señora A increpó asimismo a la señora B, haciéndole saber que “usted se siente muy segura, y se hace la mujercita, porque va al lado de un hombre”. El hombre en cuestión, alemán o anglosajón, mantuvo una exquisita neutralidad durante todo el combate y dio la impresión de pasárselo muy bien, si me atengo a la permanente sonrisa que tenía dibujada. No sé por qué tuve la sensación de que la clave, sin duda irracional, de la llama estuvo en la presencia del hombre, sumamente cariñoso y sobón. El asunto se demoró un buen rato, ya se sabe como son las colas en este país. Yo, cuando pagué las cuatro cosas que había ido a comprar, aguanté todavía un par de minutos a ver si se resolvía el lance, sin embargo me marché sin saber en qué terminó el asunto. Estas cosas pasan y uno las anota con detalle en la memoria para contárselas a los amigos del blog. Y a los otros.

One Response to “Una mañana en el Super”

  1. Cada vez somos más “cosmospolitas”,que dirían los Morancos,pero eso sí para insultarnos. Reconozco que idiomas ,idiomas no domino ninguno pero me sé insultos en unas cuantas lenguas romances, anglosajonas y orientales.

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