La exagerada obra de Pablo Ruiz
Le quedan pequeños a Picasso los títulos de superdotado, genio e incluso gigante. Lo que en resumidas cuentas es Picasso es un monstruo. Nació en Málaga y vivió siempre en Pablo, en español castizo, en figura errante de la pintura. Cuando tenía catorce años sabía imitar perfectamente a los grandes maestros del Museo del Prado, se conocía de memoria los claroscuros de Velázquez, las líneas atormentadas y vibrantes de Goya, la espesura mística del Greco. Pudo haberse dedicado a vivir de su temprano talento como copista ingenioso y dotado, pero el malagueño estaba hecho para otras revoluciones.
Soldado alistado en su infancia en las trincheras clásicas, se cambió a tiempo de bando. El pasado era glorioso como una tumba magnífica, perfecto y colmado como un museo, pero Pablo Ruiz era su propio museo andante. En la Barcelona fabril y callejera de principios del siglo XX jugó a los colores como quien se desprende del gris rancio y provinciano para ponerse una vistosa casaca que va del azul al rosa. París sería su estancia definitiva, su casa de genio soberbio, infatigable y universal, a fuerza de tan español. Cubista, comunista, vanguardista, bulímico de fama y de ideas, Picasso se zampó cuantos ismos le sirvió el siglo en bandeja, les colocó su firma como una etiqueta singular, los repartió por museos, salas de exposiciones y casas de particulares, y continuó labrándose su mármol y su gloria.
Fauno en los lechos de amor y rosas, cuando no sátiro y rijoso, al decir de algunas de las mujeres que lo disfrutaron y lo sufrieron, caprichoso, arrogante como un dios empeñado en crear sin tregua, salvaje, aunque frecuentara los salones, y tenaz. Se llamó Pablo, su apellido Picasso es una exageración que llena las historias del arte del siglo XX. Su destino está escrito y pintado. Más que un pintor fue un monstruo, queda dicho.
Hace unos cuantos días visité el Reina Sofía. En este acuoso Madrid, lleno de ojos que miran y no te ven, visitar museos compensa algo (las pinturas sí te miran). Soy de la opinión que la contemplación de las llamadas obras artísticas hay que hacerla en solitario, te detienes cuanto y donde quieres y no hay necesidad de decir tonterías, o escucharlas, en caso de ir acompañado. Por la matutina hora de mi visita no había mucho público. Casi todas las salas estaban vacías. (Tengo que agradecer al Reina Sofía el poseer un bonito jardín donde, rodeado de esculturas de Miró, puedes fumar un cigarrillo. ¡Qué relajante y agradable tolerancia!). Accedí a la segunda planta, a la sala del Guernica. Rebosaba. Calculé que más del 90% eran foráneos. No pude dejar de sentirme algo turbado (emocionado) ante el fervor, la emoción, devoción… con que contemplaban el cuadro. Minutos y minutos y nadie se movía. Leí hace tiempo algo así como la gran dificultad de concretar el horror, la barbarie de la guerra, en una pintura, de conceptualizarla, figurada y emocionalmente, en una imagen bidimensional y estática. Y decían, expertos internacionales, que en la historia universal de la pintura en sólo dos ocasiones ello estaba plenamente conseguido: los “fusilamientos” de Goya y el “Guernica” de Picasso. ¡Vaya, dos españoles! ¿Qué se puede decir de Picasso? Hasta el blogero mayor “seor” Tirado se equivoca en su expresión de llamar “monstruo” a Picasso. Picasso era humano, muy humano. ¡Joder que si era humano!
Lee, leed mi artículo y observarás qué significa tu monstruo Picasso en Madrid…Y para esto, regaló EL GUERNICA. Indixea, escribe sobre ello. Estoy indignada. Realmente indignada.